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Mientras tanto“La comedia de los errores”: Yo soy otro (y viceversa)

“La comedia de los errores”: Yo soy otro (y viceversa)


A pesar de lo que muchos especialistas opinan, La comedia de los errores no es la primera obra de Shakespeare según Harold Bloom, al que me gusta visitar, con placer y aprovechamiento, cada vez que me acerco al Bardo. La habilidad y maestría que evidencia en “la acción, los caracteres y la dramaturgia” son prueba para don Harold de que su composición puede ser de fecha más tardía que otras consideradas posteriores, y superior a “las tres obras sobre Enrique VI y la comedia algo coja Los dos hidalgo de Verona”. Para Bloom, “no se lee como la obra de un aprendiz”, es más, subraya, “es una elaboración notablemente refinada (y mejorada) de Plauto”, quien, dicho sea de paso, la debió de escribir entre los años 216 y 186 a. C. y obtuvo en su época un tremendo éxito con ella. Para elaborar Los dos Menecmos o Los gemelos, que de ambas formas se conoce, el gran comediógrafo latino tomó al parecer prestado el patrón de Los gemelos o Los iguales, pieza del griego Posidipo de Pela, uno de los autores de la denominada comedia nueva que vivió casi un siglo antes y que quizás pudo encontrar a su vez inspiración para su texto en un relato popular. 

La función comienza con un sirtaki retrechero. En primer término, Pepón Nieto, detrás, de izquierda a derecha, Esteban Garrido, Rulo Pardo, Antonio Pagudo, Fernando Soto y Avelino Piedad (Foto: Jero Morales / Festival de Mérida)

Como suele suceder entre los maestros de la costura de todos los tiempos, llegado su turno el joven William Shakespeare tomó elementos de esta obra del romano –y también de Anfitrión– para coser, entre 1591 y 1592, su Comedia de los errores, las equivocaciones o los enredos, según la traducción que se elija. Y un guiño al teatro musical: Richard Rodgers (melodías), Lorenz Hart (canciones) y George Abbott (libreto) utilizaron la comedia de don William para pergeñar en 1938 Los chicos de Siracusa (The Boys from Syracuse), de la que A. Edward Sutherland realizó una adaptación cinematográfica en 1940. Una sucesión, en fin, de apropiaciones, inspiraciones, versiones o, dicho de forma más elegante, homenajes en la que viene a fraguarse la historia de la cultura. Permítanme volver por un momento al señor Bloom –es una debilidad confesa– para apuntar que el formidable ensayista dejó escrito: “Exuberantemente divertida como es y debe ser, esta vigorosa pequeña comedia es también uno de los puntos de partida de la reinvención de lo humano por Shakespeare”, algo sustancial para él, pues no olvidemos que tituló su monumental libro sobre el Cisne de Avon Shakespeare. La invención de lo humano (Traducción de Tomás Segovia. Anagrama, 2002).

El elenco, en pleno lío. De izquierda a derecha, Esteban Garrido, Avelino Piedad, Pepón Nieto, Rulo Pardo y Fernando Soto; al fondo, Antonio Pagudo (Foto: Jero Morales / Festival de Mérida)

Tras este largo y pretencioso chaparrón introductorio, disculpenme por ser tan plasta, voy a tomar aliento para hablarles del supercalifragilisticoespialidoso montaje que de La comedia de los errores ha presentado en Mérida Andrés Lima. Es un espectáculo inteligente, gracioso, complejo y liviano al tiempo, de extraordinaria dificultad técnica para los actores, que están para comérselos, vertiginoso, jocosamente enmarañado, rezumante de una metateatralidad sin complejos ni petulancias, que enhebra sin despeinarse –o sí, con el pelo alborotado (y las medias de color)– clasicismo y modernidad.

Como sin duda recordarán ustedes, el tan revisitado argumento, contado de forma resumida,  confronta a dos parejas de gemelos separadas desde su infancia por un naufragio. A un amo y un criado procedentes de Siracusa corresponden especularmente un amo y un criado radicados en Éfeso; como es conveniente para que funcionen a la perfección los mecanismos de la risa, ninguna de las parejas sabe de la existencia de la otra, así que cuando, muchos años después, los primeros llegan a esta última ciudad se producirán inacabables y morrocotudas equivocaciones. Para más inri, los dos amos se llaman igual, Antífolo, y los dos criados también, Dromio. Hay además un conde, una abadesa, una esposa y su hermana, y sobre todo  un padre condenado a muerte y una madre cuya existencia, al igual que los parentescos que unen a todos, se descubre en la anagnórisis, palabro muy griego y muy preciso, pues según la Real Academia Española sirve para denominar el “reencuentro y reconocimiento de dos personajes a los que el tiempo y las circunstancias han separado”, y también, el “reconocimiento de la identidad de un personaje por otro u otros”. Conviene asimismo señalar que cada uno de los patrones ejerce de clown, y su correspondiente fámulo, de augusto destinado a recibir las bofetadas (otra cita de Bloom, soy incorregible, lo reconozco: “no deja de ser conmovedor que Shakespeare, desde el comienzo, prefiera sus payasos a sus mercaderes”). 

En los extremos, la esposa de Arquíloco de Éfeso (Avelino Piedad) y la hermana de esta (Rulo Pardo), acosan a Arquíloco de Siracusa (Pepón Nieto) y Dromio, su criado (Antonio Pagudo) (Foto: Jero Morales / Festival de Mérida)

Lima, ayudado por la versión flexible, ingeniosa y ajustada de Albert Boronat, sirve un juego de duplicidades fiel al verbo shakespeariano y arrebatadoramente divertido en la transgresión, sin pausa ni respiro, de glamuroso colorismo entre costumbrista y hortera, sembrado de guiños paródicos (de los hermanos Marx al griego Zorba) y narrado al ritmo vertiginoso de una comedia desenfrenada con sus persecuciones y sus batacazos. Hay una línea yo diría que de naturaleza ética que guía el desarrollo de la función: la diferencia entre mentira y error, el juego entre lo verdadero y lo falso, y los beneficios de reconocerse en el otro, en algún otro que parece habitar al otro lado del espejo.

En un ejercicio escénico perfectamente isabelino, los papeles femeninos son interpretados por hombres, seis actores en total que se multiplican y, por si no fuera ya suficientemente difícil el juego de platillos chinos en perpetuo movimiento que exige la puesta en escena, a veces se encargan de interpretar los papeles de otros que en ese momento deben encarnar a un personaje diferente, y hasta echan mano del regidor para que ejerza de verdugo. Un lío del que el espectador sale indemne, guiado por la brújula de los propios actores que, llenos de desparpajo, se encargan de aclarar la situación como buenamente pueden; por ejemplo, que en ese momento uno no es Antífolo de Éfeso sino el de Siracusa, o que el conde no puede estar presente porque ha tenido que ir al baño, lo que contribuye al jolgorio general.  

De izquierda a derecha, Antonio Pagudo, Pepón Nieto, Avelino Piedad y Esteban Garrido, presos de un cúmulo de errores (Foto: Jero Morales / Festival de Mérida)

Pepón Nieto, Antonio Pagudo, Fernando Soto y Esteban Garrido están muy bien, requetebién, que quede claro, pero me gustaría subrayar con rotulador fluorescente los nombres de Rulo Pardo y Avelino Piedad, estupendos en la comicidad de palabra y gesto, los apartes, los subrayados y los guiños. La sencilla escenografía de Beatriz San Juan –un baldaquino cuadrangular flanqueado por cortinas de gasa– sirve de referencia espacial para idas y venidas, bien iluminado por Pedro Yagüe. Mención aparte para el imaginativo vestuario de Paola Torres que recrea el tradicional traje griego lleno de reminiscencias otomanas (recordemos que Grecia estuvo bajo dominio turco entre el siglo XV y el primer cuarto del XIX y que la acción transcurre en Éfeso, en la hoy Turquía); los hombres visten una falda llamada fustanela, chaleco, polainas y fez rojo, y las mujeres una variedad del kavai: túnica o camisa, falda, delantal y la cabeza cubierta en este caso, en vez de por un pañuelo, por un fez adornado con flecos dorados (vale, me he documentado). Las coreografías –en el programa de mano no se aclara quién las firma– son muy divertidas acorde con la selección musical de Esteban Garrido, que incluye desde el conocido sirtaki de Theodorakis a ritmos electrónicos rave.

No cabía un alfiler en el Teatro Romano emeritense el día del estreno de este espectáculo. Tres mil cien personas que se lo pasaron muy bien a juzgar por los cálidos y prolongados aplausos que, puestas en pie, dedicaron a todo el equipo al final de la representación. Un consejo: no se lo pierdan; hará gira y después del verano estará dos semanas en los madrileños Teatros del Canal y más adelante, si no estoy equivocado, permanecerá una temporada en La Latina.

Título: La comedia de los errores. Autor: William Shakespeare. Versión: Albert Boronat. Dirección: Andrés Lima. Ayudante de dirección: Laura Ortega. Mezclas y edición musical:  Esteban Garrido. Escenografía: Beatriz San Juan. Iluminación: Pedro Yagüe. Vestuario: Paola Torres. Espacio sonoro: Sergio Sánchez Bou. Coproducción: Festival Internacional de Teatro de Mérida y Mixtolobo. Intérpretes: Pepón Nieto, Antonio Pagudo, Fernando Soto, Rulo Pardo, Avelino Piedad y Esteban Garrido. 69 Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. Teatro Romano de Mérida (Badajoz). 2 de agosto de 2023.

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