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La complicidad de aquella risa demolía

 

Aragón - España

 

Una vez yo tuve un amor.

 

Para ese amor, a veces, muchas veces, tantos años de veces, anotaba palabras ajenas, mezclándolas con garabatos propios. Antropofagia epistolar.  

 

Esta retahíla de desvelos, cuyo cometido es mucho más ingrato y menos erótico de lo que quise, está construida con lo que nunca dije.

 

Rastreando los orígenes, para sacudir la inopia y la rutina de una monotonía deleznable, tropecé con tus ojos.
Aquello fue un presagio.

El producto más franco y más libre de la mente y del corazón, de cuya eficacia cabe dudar, es una carta de amor.

Eres, en todas las formas, más de lo que alguien pueda anhelar: las pobres no necesitamos mucho para sostenernos.

Poco queda en mí salvo la certidumbre de tu comprensión.
Y no creo que se pueda ser más feliz.

Sí, estoy resuelta a ser una extranjera vagabunda hasta que pueda volar a tus brazos.

Sí, pondría mi corazón entre tus manos sin que éste se rebelara.
¿Qué mejor amparo tendría él que esas manos tuyas?

He aprendido a decir tu nombre mientras duermo.

Tantas noches de amor son un regalo.

Pequeñas muertes en cada despedida.

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