Está en marcha una conspiración. Somos muchos, créanme. Hay células secretas por todas partes. Noticias confusas de reuniones clandestinas. Redes de confabuladores entusiastas que, en sus encierros domésticos o en dudosos conciliábulos, se dan a actividades más o menos subversivas. Hay también convocatorias públicas a las que los intrigantes acudimos con interés y un poco de recelo.
¿Y qué compartimos en esta conjura? El pan de Galdós. ¡Vaya plétora de pan! Todo Galdós, pan muy copioso. Quien empieza a aficionarse a él, se dice con temor: ¡Que no falte! Y no falta. Es el milagro de la abundancia. (Cada libro de Galdós, otro milagro). Lo comemos a solas, este pan, y luego nos reunimos para hablar de él. ¿Les parece poca cosa? No se engañen.
Habrán visitado ustedes alguna vez una de esas tahonas donde un penetrante olor a harina y a pan recién horneado le llena a uno el espíritu de buenas esperanzas y mejores sentimientos. Hogazas, boronas, chapatas, molletes… Cuando uno los prueba, solo quiere repetir. Lo mismo con Galdós, lo mismo con sus libros. Los comemos con fruición, con delectación, con devoción. ¿Cómo nos alimentan? Al comerlos, comulgamos… con España. Si no me creen, lean a María Zambrano (La España de Galdós), o, mejor dicho, beban, beban de su agua cristalina, que tan bien marida con nuestro pan predilecto.
Lo que viene es imparable: cada vez somos más. Leyendo a Galdós también nos nutrimos de vida, de vida pura y clara. Es decir, de misterio. Del misterio de la existencia de sus cuatro mil personajes. Del misterio de Madrid. Y del misterio de que, en la realidad que nos da Galdós con su pan, se perciba siempre por detrás como un temblor. Parecido al que hace flamear un espejismo cuando se avanza por el desierto anhelando el oasis. (Y al alcanzar uno la engañosa imagen deseada, descubre a veces… ¡que no era falsa!).
Miren ustedes para otra parte si quieren, hagan como que no se han enterado. Yo asistí hace poco a la reunión de uno de estos grupos clandestinos: Magapola leía Gloria; Raquel, Tormento; Cris (¡ojito con llamarla Cristina!), Misericordia; Ignacio, Miau; Nuria, Casandra; y Valentín… Valentín, experto galdosista y vehemente conspirador, ha prometido abochornado empezar por fin Fortunata y Jacinta. Eso sí, en una primera edición que compró hace años. Se equivocan ustedes si minusvaloran la eficacia subversiva de toda esta actividad (leer a Galdós, hablar de Galdós): aunque de apariencia inocente, tal vez arrase con todo.
¿Garbancero, Galdós? (Una tontería que dijo un tonto). ¡Garbancero no: panadero! Y del mejor pan. Que degustaron refinados estetas y estilistas como Zambrano, Cernuda y Gil-Albert. O mi amigo —y también poeta— Manuel R. Martín.
Les digo que hay en marcha una revolución. Se está fraguando a escondidas. Nacen nuevas células por todas partes, se multiplican los lectores, no van a poder pararnos. Yo solo les aviso. Somos muchos, una multitud tranquila y hambrienta que ha encontrado qué comer.
NOTAS: 1. Hablo también de don Benito y su obra en el texto «Otro personaje de Galdós». 2. La poesía de mi amigo Manuel R. Martín (1967-1997) fue publicada póstumamente por la editorial Point de lunettes. A Manuel le he dedicado las prosas tituladas «Jacarandas» y «Huele a junio»