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La corriente

Las criaturas de patas milagrosas flotan en el arroyo cercano que es un hilo entre las piedras, pasa vistoso bajo el puente y va, de año en año, juntando ramas y hojas que dan los niños por ver una nutria. Empapada, la mano de Dios llueve sobre el arroyo, multiplica las nutrias por los niños y el valle que estaba en capullo se abre como la flor más querida. Viejos secretos habitan el mundo silencioso de cualquier charca, bien enredados en algas intratables sin forma ni fondo: Al respirar despacio, hoy se ve ondular el agua; temblando en ella, aparecen el viento, la luz y, en el verso final, las sombras, cuando ya no vemos nada. La doble negación es no ver nada. Entonces la mano de Dios da cuerda a su relojería y el arroyo llega ahogado de correr a su destino, nunca sabido, como los niños que son los hombres.

 

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