La dichosa crisis y las situaciones particulares de cada uno en nuestro entorno nos están abocando a un territorio inhóspito en el que parece que todos tenemos que terminar enfangándonos por acción u omisión: la deshumanización. Y a este paso, como decía aquella frase tantas veces repetida, no nos va a conocer ni la madre que nos trajo al mundo. Creo que sólo podemos intentar no “mancharnos” más de lo debido por dos caminos, la razón y el corazón: expresándonos con toda la libertad que podamos, argumentando lo que pensamos y mostrando los afectos sin perder los gestos básicos de humanidad. Estos días estamos viendo ejemplos en ambos sentidos: profesionales, como los trabajadores de El País, que tratan de influir con sus argumentos y con su razón profesional en las decisiones de sus empresas y cientos de pequeños gestos hacia el otro que cada uno podemos escuchar a nuestro lado, en la tienda del barrio o leer en una red social. También hay ausencia de todo: hay resignación, silencio y falta de gestos.
La crisis económica lo está enrareciendo todo. Hasta el punto de que lo laboral influye en lo social y personal, no sólo por sus consecuencias, sino por el cúmulo de sensaciones –de malas sensaciones- que percibimos cada día a nuestro alrededor y que nos impiden separar el trigo de la paja. Y esto que experimentamos directa o indirectamente me lleva a plantear la siguiente reflexión. Las empresas no son nada y ahora parece que lo son todo. Una empresa es un ente abstracto con objetivos concretos, con una misión, con resultados, con necesidades, con estrategias, pero un ente. Podemos llamarlo marca, pero las marcas todos sabemos que se construyen. Una empresa no es nada de facto sin sus trabajadores, sin las personas que, a lo largo de los años, convierten sus objetivos, misiones, y cuentas de resultados en una realidad. Una empresa son personas con nombres y apellidos, desde el primero hasta el último en llegar. Y los despidos, los reajustes, las decisiones empresariales, incluso siendo legitimas, nos están abocando a una deshumanización de la empresa y de los trabajadores. Los profesionales se van, pero no pueden irse como si no pasara nada, como si nunca hubieran estado allí, como si nadie tuviera que echarlos de menos y como si hubiera que pedir perdón por seguir trabajando.
Yo no tengo la fórmula mágica para salir de esta crisis general ni de las miles de crisis particulares, pero alguien toma por nosotros las decisiones y a veces ni siquiera nos conoce. No conocen los políticos a sus ciudadanos y no conocen los empresarios a sus trabajadores en términos generales. Y siempre los más débiles de la cadena como denuncia Cáritas –y da igual en qué cadena- son los que no tienen alternativas. Se piensa en clave de resultados, no de alternativas.
Todo son cambios ahora. Necesarios, innecesarios, justificados, inasumibles… cambios. Se cambia aunque no haya que cambiar. Leía hace unos días que hasta el gigante Zara, cuyos datos económicos no son precisamente deficitarios, trabaja en un plan de bajas incentivadas. Muchas empresas están haciendo ajustes no por encontrarse en situación de pérdidas, sino porque ganan o ingresan menos. Incluso empresas sin ánimo de lucro. ¿Por qué, para qué, para volver a ganar más, para trabajar menos, para ser más eficientes? Se nos piden cambios en todos los órdenes, pero no siempre se nos explica porqué merece la pena cambiar, con independencia de que el cambio sea una pérdida o una ganancia. Y en el fondo como dijo la Madre Teresa de Calcuta en una reunión de directivos: “Queréis cambiar a la gente, pero ¿conocéis a vuestra gente? Porque si no conocéis a las personas, no habrá comprensión, y si no hay comprensión, no habrá confianza y sin confianza no habrá cambio. Si queréis que vuestra gente cambie, pensad: ¿conozco a mi gente?, ¿quiero a mi gente? Una sociedad y una empresa que no ponen a la persona en el lugar que le corresponde no pueden mejorar. La realidad es que la evolución del hombre y de sus sociedades no ha conseguido anular la tesis de Hobbes de que “el hombre es un lobo para el hombre”. Por eso, como si del País de nunca jamás se tratara, me quedo con la tesis de mi hija de 8 años que, desde su inocencia pero también desde una visión no tan filtrada como la nuestra, dice que en su mundo no hay crisis: las crisis son propias de los hombres y somos los hombres los que nos hacemos reír o llorar. Lo demás son tonterías. Dale la vuelta al hombre, pon en el centro al hombre, e igual recompones las piezas rotas de un mundo de hombres.
Chelo Sánchez Serrano es periodista y profesora de Periodismo en la Universidad Pontificia de Salamanca. @cheloradio