Antes se capturaban a gentes de los pueblos indígenas considerados inferiores a los humanos y se les mostraba al público su forma de vida en contra de su voluntad. Esclavos de una sociedad que iba conociendo otros mundos dentro del nuestro, otras formas de vida que para ser mostradas se les arrancaban de su lugar de origen y la llevaban hasta a sus propias casas sin necesidad de viajar. En Madrid (España), en la llamada Casa de las Fieras del Parque del Retiro en pleno centro de Madrid en el siglo XIX, se mostraban incluso a una familia de Inuits (no les gusta que se les llame esquimales que significa “comedor de carne cruda”) con las pieles puestas en pleno verano y anunciando incluso en los periódicos a la hora que iban a comer, muchos murieron. No sólo en España sino en Europa también. Hoy, esta práctica nos parecería abominable, como seguramente nos parecerá abominable cuando las generaciones futuras estudien y comprendan lo que es un zoológico y como se trataban a unos seres vivos por mera diversión, bajo la cortina de la educación o la conservación de especies y ocultando los informes científicos como el que vamos a analizar en el que nos abren los ojos a la verdadera realidad de lo que significa tener a seres vivos en cautividad.
Bob nos dice que tras décadas de estudiar el cerebro de humanos, elefantes africanos, ballenas y otros mamíferos grandes, ha notado la gran sensibilidad del cerebro y los impactos graves en su estructura viviendo en cautividad. Muchos animales como los elefantes padecen artritis, obesidad o problemas cutáneos. Tanto los elefantes como las orcas suelen tener graves problemas dentales y las orcas en concreto en cautividad padecen neumonía, enfermedades renales e infecciosas, así como gastrointestinales. Para estos científicos, muchos animales intentan hacer frente al cautiverio adoptando comportamientos anormales. Algunos desarrollan “estereotipias”, que son hábitos repetitivos y sin propósito concreto como mover constantemente la cabeza, balancearse incesantemente o masticar los barrotes de sus jaulas. Otros, especialmente los grandes felinos, deambulan por sus recintos muchas veces en círculo y otros muchos comportamientos que no se dan en libertad. Esta investigación neurocientífica indica que vivir en un entorno cautivo empobrecido y estresante daña físicamente el cerebro.
Debido a estas anomalías cerebrales que el informe nos indica, puede hacer que en ocasiones su comportamiento pueda ser violento y que muchos accidentes que se originan en la industria del “entretenimiento animal”, sean producidos precisamente por las alteraciones neuronales que la cautividad produce a ciertas especies de animales, sobre todo a los grandes mamíferos entre los que se incluyen los grande simios.
Respecto a los grandes simios y en conexión con este informe, no solo necesitan entretenimiento, sino poder interactuar subiendo a los árboles, buscando comida y haciendo sus nidos nocturnos, patrullando su territorio y en contacto permanente con su familia, con su cultura, solucionando problemas y jerarquías, buscando nuevos territorios de asentamientos como lo hacían los hombres prehistóricos. La cautividad en los grandes simios afecta de forma igual a la salud y al cerebro como le puede afectar a un ser humano, dada la completa semejanza de nuestros organismos al tener un mismo ancestro común. La tristeza, el dolor de las separaciones de familia y muchas otras capacidades cognitivas son iguales a las nuestras. ¿Cómo estaríamos nosotros encerrados de por vida en jaulas de noche o durante los días del cierre del establecimiento y durante el día compartir un espacio reducido por muy bonito que nos lo quieran pintar?
Para Bob y Lori lo tienen claro. Vivir en recintos que restringen o impiden el comportamiento normal genera frustración y aburrimiento crónicos. En la naturaleza, el sistema de respuesta al estrés de un animal lo ayuda a escapar del peligro. Pero el cautiverio atrapa animales que casi no tienen control sobre su entorno. Estas situaciones fomentan la indefensión aprendida, impactando negativamente el hipocampo, que maneja las funciones de la memoria, y la amígdala, que procesa las emociones. El estrés prolongado eleva las hormonas del estrés y daña o incluso mata neuronas en ambas regiones del cerebro. También altera el delicado equilibrio de la serotonina, un neurotransmisor que estabiliza el estado de ánimo, entre otras funciones. En los seres humanos, la privación puede desencadenar problemas psiquiátricos, como depresión, ansiedad, trastornos del estado de ánimo o trastorno de estrés postraumático. Es probable que los elefantes, las orcas y otros animales con cerebros grandes reaccionen de manera similar a la vida en un entorno muy estresante.
El informe científico finaliza afirmando que algunas personas defienden mantener animales en cautiverio, argumentando que ayuda a conservar especies en peligro de extinción u ofrece beneficios educativos para los visitantes de zoológicos y acuarios. Estas justificaciones son cuestionables, especialmente para los grandes mamíferos. Como muestra nuestra propia investigación y el trabajo de muchos otros científicos, enjaular grandes mamíferos y exhibirlos es innegablemente cruel desde una perspectiva neuronal. Causa daño cerebral. Y aluden que para los animales que no pueden ser libres, existen hoy día santuarios bien diseñados.
Sin duda, los ciudadanos, somos los únicos que podemos parar esta forma de ver a los animales en el siglo XXI. ¿De qué forma? Mediante la educación primeramente a los más pequeños para hacerles ver que los animales que están encerrados y realizando cabriolas impropias de su especie, están sufriendo y son meros cromos sin vida quitándoles el sentir de su propia existencia como individuos que sufren y sienten. En segundo dirigido más bien a los adultos, para que no visiten las cárceles de animales, donde sus vidas no tienen sentido y mueren poco a poco de aburrimiento y de soledad.
Mientras que haya cientos de personas que sigan visitando los zoológicos o circos con animales, estos van a continuar con el negocio por mucho que nos pongamos en sus puertas con pancartas para que la gente no entre o se conciencie. A veces incluso, dependiendo de la forma que sea esa protesta, puede incluso plantear rechazo entre los visitantes o en los medios de comunicación, con el consecuente golpe de efecto contra los defensores de los animales y en beneficio de la industria.
Le educación es la herramienta principal e imprescindible para poder combatir contra la cautividad y el maltrato de los animales. Una educación que primeramente debería ser impartida por los propios padres a sus hijos y por otro dirigida a los Institutos y Universidades para cuando sean padres saber que en ese lugar donde se encuentra un elefante, un chimpancé, un delfín o un lobo, detrás de las instalaciones por muy bonitas que nos la quieran pintar, existe una cautividad y un maltrato psicológico continuado. Seres que han perdido todo sus instintos porque se lo dan todo hecho habiéndoles obligado a ser dependientes de los humanos, seres tristes que deambulan de un lado a otro con estereotipos marcados profundamente o tumbados esperando la comida y que cuando llega el cierre al público, se les encierra en habitáculos pequeños, fuera de lo idílico que podamos ver en las instalaciones exteriores. Educación en todos los ámbitos de la sociedad. Contra el poder económico no podemos luchar. Contra la ineptitud de los políticos no podemos luchar. Pero con nuestras acciones conjuntas podemos derrotar esta forma de ver la vida salvaje unida al sufrimiento y cerrar sus verjas quedando las jaulas vacías para siempre.