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La cuartilla

 

En el debate de ayer, por momentos, dio lástima ver a Cañete aferrarse a su cuartilla manuscrita, como si en ella fuera a encontrar un conjuro para hacerse con la victoria de un plumazo y acabar con la perorata de la señora que tenía enfrente. Fue todo muy español. Más que español, que es un concepto muy amplio, costumbrista, igual que si, en lugar de un debate, lo que se daba en la televisión española fuera uno de aquellos sketchs de José Luis Moreno en los que el marido soporta en la cama los reproches de la esposa con rulos. A veces Cañete balbuceaba y Valenciano parecía decirle: “qué, qué…”, para terminar con un: “…en esta casa lo tengo que hacer yo todo, inútil, que eres un inútil…”. Dio la impresión de que el candidato popular hubiese estado fanfarroneando todos estos días con los amigos, y le estuviera esperando en casa la candidata socialista, que es la que manda, más por las ganas de no discutir de él que por las razones de ella, que siempre son las mismas. En alguna ocasión pareció hasta que Elena fuera a ponerse a sollozar entre murmullos de: “insensible, bruto, que no me quieres nada…”, a punto de que Miguel fuera a levantarse a abrazarla y decirle meloso al oído: “venga, no seas tonta, que yo te quiero mucho mujer…”. Se podían haber ahorrado el número y haberse dicho todas esas intimidades en privado. Cuando Cañete sacó los gráficos en rojo y azul, uno ya no quiso ni mirar porque esa clase de efectos ya no convencen sino que abochornan. El pobre marido de este vodevil seguro que tenía sus motivos razonables para responder a la parienta, pero ésta ha desarrollado un escudo protector como el de la Estrella de la Muerte en ‘La Guerra de las Galaxias’, que rechaza cualquier ataque rebelde, incluidos todos los relativos a la legislatura anterior, la cual nunca existió. Ahora que se recuerda Star Wars, en el fondo Cañete se asemejaba a un ewok blandiendo su lancita con sus graciosos sonidos guturales frente a una Princesa Leia que se divertía con tan candoroso individuo, mientras, a ratos, le golpeaba en la cabeza con un volumen de ‘La perfecta casada’. Uno está viendo hoy a Valenciano  muy ufana con sus labores, mientras su esposo silba de camino a la oficina preguntándose, antes de olvidarlo para siempre, por qué no le funcionaría ayer su cuartilla.

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