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Mientras tantoLa culpa no es del Cha Cha Cha, sino de los periodistas...

La culpa no es del Cha Cha Cha, sino de los periodistas y de los periódicos


 

 

 

En las últimas casas

 

 

En los montes hace tiempo que no para

de caer agua y nieve,

sobre el mar se lleva el viento

un trozo de papel amarillo estrujado

que envuelve un hueso de melocotón.

 

Dentro de poco vendrá una tormenta

y se lo llevará todo.

 

Pero en las últimas casas

hay un hombre tendido en una cama

a oscuras, que bebe agua con los ojos cerrados

porque no quiere despertar.

 

 

El poeta italiano Tonino Guerra, autor de estos versos, guionista de Antonioni, Fellini, Tarkovski, cumplió 92 años el pasado 16 de marzo. Unos días después dejó de respirar. Desde entonces tenía sobre mi mesa su volumen de Poesía completa, primorosamente editado por la Universidad Popular de San Sebastián de los Reyes. La portada reproduce un dibujo del propio Tonino: sifones y damajuanas con libélulas y mariposas dentro. Quería haberle dedicado un post (¿se llaman ahora así también los largos telegramas a los muertos que queremos y admiramos?), pero se me han ido yendo entre las manos el tiempo y la verdad, el deseo y la voluntad. Hasta esta mañana en que, queriendo hablar de la verdad y los periódicos, abrí el libro al azar y me encontré con En las últimas casas: ¿No queremos despertar?

 

Cargado de razones, quería dar un aldabonazo. Que se estremeciera la casa entera. Un arrebato muy español: ¡Se van a enterar! ¿De qué? ¿De que hemos envilecido la profesión? ¿De que no queremos despertar?

 

No me canso de repetir lo que Ryszard Kapuscinski le confió a Arcadi Espada en una entrevista que concedió el periodista y escritor polaco al diario El País. He aquí las dos preguntas y las dos respuestas que dieron lugar a la frase que no deja de percutir desde entonces –agosto del año 2000- en mi cabeza: “Los medios han difundido la consigna: la lucha no da resultados”.

 

 
P. ¿Cree que la aspiración a la igualdad subsiste?
R. No, ni siquiera. La pobreza ya no genera revoluciones, sino acomodamientos. La adaptación es la única respuesta del pobre. El dinamismo se da en las emigraciones: pero sólo una minoría sigue ese camino.
P. ¿Cómo se ha conseguido esa conciencia resignada?
R. ¿Cómo? ¡Los medios! Los medios han difundido la consigna: la lucha no da resultados. Los pobres mueren sin ni siquiera saber lo que es la lucha. Desde niños ya aprenden a adaptarse: es el único medio para sobrevivir. Se trata de una victoria de los medios. Y del posmodernismo político. La gente siempre se organizaba, en sus luchas, alrededor de los centros, alrededor de las jerarquías: como no existen centros y no existen jerarquías, la única solución es ir cada uno por su cuenta y organizar en solitario la propia vida, la propia estrategia de supervivencia.

 

 

Para mí hay dos sospechas encadenadas que conviene calibrar: poniéndome algo estupendo (como le decía don Latino de Hispalis a Max Extrella), podría decirse que buena parte de los medios (y ahora me refiero sobre todo a las televisiones, las radios y los periódicos españoles) se han convertido en agentes de festejos del pensamiento único. Es una sospecha que en cierta medida enlaza con una escuela del acomodamiento y la resignación que, desde la Iglesia católica a nuestros padres, vienen instilando en la conciencia cuando es casi virgen y maleable: siempre ha habido pobres y siempre los habrá. La injusticia es nuestra condición. Todos los esfuerzos que hagamos son loables, pero no nos engañemos. Nuestra naturaleza propende a la desigualdad. Hemos alcanzado un admirable nivel de desarrollo, pero poco más podemos hacer. La rebelión conduce al desorden y al fracaso. La historia ya está escrita. Arcadi Espada titulaba su espléndida entrevista con una verdad que a muchos queridos amigos izquierdistas les llevó demasiado tiempo asumir (algunos, recalcitrantes, todavía no han llegado tan lejos): “La Unión Soviética mató a la izquierda”. ¿Cuánto se ha denostado a quienes, desde André Gide a Arthur Koestler, desde George Orwell a Alexandr Solthenitsyn o Manès Sperber y su Bahía perdida, se atrevieron a denunciar el socialismo pervertido en la URSS desde su raíz, desde las mismas palabras de Lenin y todos sus estragos en la realidad?

 

 

Yo no creo que el papel de los medios sea incendiar las conciencias, sino buscar la verdad, que sigue siendo, más que nunca, es decir, desde siempre, revolucionaria. En la media en que los medios han difundido la consigna de que la lucha no da resultados, de que no hay nada que hacer, como leía Kapuscinski, los lectores, es decir, los ciudadanos con conciencia de serlo, los que no se resignan a ser adoctrinados, acaban deduciendo que la historia les ha sido arrebatada. Los consuelos que ofrecen los propios medios, atizadores voluntarios de la sociedad del espectáculo, es la evasión con los mismos ingredientes de entretenimiento y diversión que consumir mientras esperamos, a ser posible tumbados ante una pantalla, a que llegue la hora final. Que ese tránsito entre el trabajo y la inacción, entre el esfuerzo y el último reposo, sea lo más grato posible. Una existencia narcotizada: con pantallas táctiles, líquidas, donde podamos olvidarnos de nuestra irrelevancia, de nuestra condición de beneficiarios de un sistema que hace aguas, que ya dio lo mejor de sí.

 

Y aquí viene mi segunda sospecha. A fuerza de macerar los hechos como un pulpo contra la dura piedra del puerto, esos medios (y ahora me refiero a los españoles, que son los míos, los que más conozco) han desfigurado la verdad hasta hacerla irreconocible. A fuerza de servir a un patrón ideológico capaz de proporcionarle al grupo mediático pingües beneficios gracias a sus encamastramientos con el poder, los medios han y los periodistas hemos perdido la necesaria independencia de criterio para poder cumplir uno de los cometidos esenciales del oficio. ¡Ah la gran falacia de que era preciso crecer, crecer, crecer, hacerse grandes conglomerados multimedia para poder dominar mejor las tempestades de la época, ser fuertes para ser independientes y alimentar la pescadilla informativa y de entretenimiento que más que morderse la cola se la chupa en un círculo vicioso de lo más rentable! ¿Dónde quedan los fundamentos? Espíritu crítico, búsqueda de la verdad, fuentes independientes, verificar los datos, contrapeso, ecuanimidad, argumentos lógicos, ponderación de voces. Es decir, controlar al poder y su tendencia natural al abuso y la mentira, a celebrar los éxitos y difuminar los errores (y los crímenes). No casarse con nadie. Ofrecer al lector la mejor información posible para que se haga una idea más razonable y precisa de su lugar en el mundo. ¡Quiá!

 

A fuerza de mentir a sabiendas, de ensalzar a los afines y enfangar a los rivales, coronar a los dóciles y ningunear a los disidentes, el público ha acabado por deducir que todos mienten: que es imposible llegar a saber nada exacto sobre nada.

 

 

Pero hay otra derivada perversa de un malentendido capital: la meritoria y necesaria búsqueda de la igualdad ha propiciado la estupidez de que todas las opiniones son igual de valiosas, y de que la mejor forma de llegar a tener un entendimiento cabal de algo es dar voz a todas las opiniones, por muy majaderas o insostenibles (es decir, no basadas en hechos o argumentaciones lógicas) sean. No es de extrañar que, como consecuencia, el cinismo esté agazapado a la vuelta de la esquina, campe por doquier. Si todas las opiniones valen lo mismo no hay ninguna verdad superior, ninguna idea que valga más que las demás. Y si todos mienten, porque están sujetos a intereses más o menos ocultos o espurios, no me puedo fiar de nadie. El cinismo se convierte en el pegamento fundamental de nuestra coexistencia más o menos pacífica. Ni políticos ni periodistas (en manifiesta convivencia y confusión de papeles: no es de extrañar que su desprestigio corra parejo) son de fiar. Los efectos perversos sobre la democracia y todo lo que podemos compartir están a la vista. Pero especialmente sobre la verdad: que en vez de una serie de hechos comprobables pasa a ser cuestión opinable. Una realidad degradada. Como no se cansa de repetir Aurelio Arteta (y más recientemente en sus Tantos tontos tópicos, que en gran medida empezó a publicar en su blog): “Todos tenemos alguna parte de verdad”. “Todas las ideas son respetables”, “Nadie es más que nadie”. “Seamos tolerantes”. “Condeno toda violencia, venga de donde venga”. “No es nada personal”. “La vida es el valor supremo”. “Todo es relativo”… Un prontuario precioso de nuestra estupidez creciente, alimentada cordialmente por los medios, por los que no se preguntan qué hay de verdad en semejante panoplia de tópicos, de lugares comunes. Los medios son culpables de esta degradación del lenguaje al poner al servicio de intereses ideológicos más o menos disimulados la lectura de una realidad más compleja que exige, sobre todo, esfuerzo, lucidez, paciencia. El enojoso trabajo de buscar la verdad, no de dar cancha a todas las opiniones.

 

Claro que también tienen su parte de culpa los ciudadanos. ¿Cuántos lectores no se han convertido en parroquianos, que cada mañana (o cada noche) no quieren saber la verdad –ser despertados- sino confirmar sus propios prejuicios, su visión del mundo? ¿Cuántos lectores  no celebran precisamente que su medio, su periódico, su radio, su canal le proporcione la sabrosa polenta ideológica bien aderezada que espera para la jornada? ¿No resulta así más fácil seguir con el paripé de una vida que no se hace preguntas incómodas tratando de averiguar de qué carajo va la vaina del mundo y mi papel en él?

 

 

 

Pienso en ese hombre tumbado en una cama, que no quiere despertar. ¿Quién es? Dando seguramente un absurdo salto mortal pienso en el disidente cubano Orlando Zapata, que murió después de una huelga de hambre en la cárcel. Pienso en Elogiemos ahora a hombres famosos, en los Walker Evans y James Agee de nuestra época que podían haber visitado su casa cubana y retratado la vida de Zapata a través de sus cubiertos, su ropa, su mesa, su fregadero, su retrete, su servilleta, su cazuela, como hicieron con campesinos pobres de Alabama en tiempos de la Gran Depresión. Una forma agotadora de acercarse a la verdad. Pienso en qué hombres famosos debemos elogiar ahora mismo para que los lectores no sigan pensando que la lucha no da resultados, que es imposible llegar a conocer la verdad sobre nada, y pienso en qué podemos hacer, cada uno de nosotros, para cambiar, sin incendiar ningún pajar, ningún colchón, el estado de las cosas.

 

 

Fotos: Corina Arranz

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