Zeta, un semanario de Tijuana que investiga con frecuencia la actividad de los carteles de la droga, nombró “hombre del año” en el 2009 a Julián Leyzaola, un coronel retirado enviado por el presidente Calderón para detener el aumento de la violencia en esa ciudad fronteriza y recortar el poder de los narcotraficantes.
Leyzaola es, para algunos, el incorruptible, en un país en que la policía local, mal pagada y mal pertrechada, ha sido fácil presa de los corruptores. El coronel comenzó desarmando a la policía y ha realizado una ingente depuración en la ciudad, detuvo a un colega que venía a sobornarlo por cuenta del famoso El Chapo y lo llevó personalmente ante el fiscal en la capital. Otro capo importante, El Teo, fue arrestado después de que el acoso de los hombres de Leyzaola le obligase a abandonar Tijuana. El trabajo del coronel ha sido calificado por Los Angeles Times como un modelo de lo que que tiene que hacer el gobierno de México si quiere derrotar al crimen organizado.
El aire en Tijuana se ha purificado, al menos parcialmente, y más de un hombre de negocios ha podido traer a su familia que, por razones de seguridad, había trasladado a la ciudad fronteriza estadounidense de San Diego. La batalla, sin embargo, no está ganada. Tijuana tiene dos millones de habitantes y el paso fronterizo con San Diego es el más transitado del mundo. Unas 300.000 personas lo cruzan diariamente. Los traficantes usan variados procedimientos, incluídos túneles, para llevar al norte la droga y al sur las armas que luego son utilizadas por los narcotraficantes.
Las armas son uno de los problemas en las relaciones entre México y Estados Unidos. Calderón se quejaba amargamente de ello cuando visitó Washington el pasado mes de mayo. Un número importante de las mismas provienen del vecino del norte. Un riguroso reportaje del Washington Post muestra que 60.000 armas de todo tipo decomisadas en México en los últimos cuatro años procedían de Estados Unidos. Tejas, en donde hay unas 3.800 armerías abiertas al público, sería el principal proveedor. No sólo las hay del tipo corto sino Ak’s 47 que son muy buscadas por los narcos.
Como es sabido, la legislación americana es muy permisiva. La segunda enmienda de la Constitución garantiza “el derecho de la gente a poseer y llevar armas” y el principio está arraigado en la mentalidad del americano medio. Para evitar que se diluya, la poderosa National Rifle Association (NRA) hace una eficaz labor de cabildeo con los legisladores de los dos partidos importantes. El tema normalmente no aparece en las campañas electorales.
La complacencia de la legislación y de la sociedad estadounidenses es desconocida en otras latitudes. Un comprador sólo tiene prácticamente que cambiar de armería para poder adquirir armamento con una periodicidad que en otro país haría saltar rápidamente la alarma. El control de la venta de armas largas es paradójicamente, con frecuencia, más laxo. Se piensa que son más difíciles de ocultar y de manejar. El Post comentaba estos días que una joven de 22 años podría acudir a una armería de Tejas pedir varias Ak 47, manifestar que eran para hacer unos regalos de Navidad y salir tranquilamente por la puerta con ellas. El vendedor teóricamente no podría objetar nada.
Los Ak vienen siendo las más utizadas por carteles en sus ajustes de cuentas, asesinatos, etc. Hillary Clinton empleó hace un par de meses la expresión “insurgencia”, con connotaciones iraquíes o afganas, para describir la situación en México. Obama la corrigió poco después señalando que “México es una vasta democracia con una economía creciente” . Lleva razón, y no sólo diplomáticamente, el presidente. Pero, como apunta el semanario New Yorker, la riqueza y el poder del crimen organizado se ha convertido en un rasgo definitorio del país”. En lo que no se insiste lo bastante es que el pasotismo estadounidense en el tema de las armas sólo sirve para complicar la situación.