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La enseñanza

El valle se doraba con los primeros calores y varios polluelos correteaban tras la gallina Mariana, que tenía una lección para cada uno. Otros tantos, los más sofocados, seguían a la mano de Dios, que nunca había sido tan feliz. Los ingenieros, divertidos con la estampa, se deshacían en comentarios, pero al ver pasar la eternidad, que iba también correteando, quisieron incorporarse al cortejo para enseñar a las criaturas algún pasaje adecuado, lo que concluyó con un atropello general y el suave aterrizar de los polluelos de la mano de Dios sobre una nube. El pájaro cabra, que no domina nada y lo conoce todo, se dio la vuelta y en vez de susurrar mesuradas sentencias que nos abrasaran las orejas, sonrió al ver la eternidad atropellada.

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