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La entrada ciento uno

 

Aunque llevaba temiéndomelo en las dos últimas semanas, la entrada número cien de este blog ha pasado sin darme cuenta. Por esas fechas hice inventario, y comprobé que faltaban muy pocas para llegar al ciento. El ritmo creciente de textos de un acelerado profesor a final de curso, se me barruntaba como la causa de que no llegara a percatarme de que la estaba escribiendo, y menos aún publicándola.

 

101 suicidios del tiempo íntimo tras cada una de estas páginas colgadas al público.

 

Sería difícil calcular el número de horas invertidas tanto en escribirlas, como subirlas o corregirlas, incluso al día siguiente o en semanas sucesivas. Un buen cacho de tiempo se nos ha ido en este empecinado empeño. ¿O, acaso nos hemos ganado un tiempo extra, fabricando el contenido de esta Huerta del Retiro? Eso nunca puede saberse objetivamente. Hay minutos que parecen horas, y días completos que pasan como un segundo. ¿Quien se atreve a ponerle medallas al tiempo?

 

Pues una vez realizado el recuento bloguero de la sección mientras tanto de la revista digital fronterad, puedo comunicarles, lectores, que es la Huerta del Retiro el primer blog de los 35, que ha llegado a las cien entradas. Hay que reconocer que nos viene pisando el centenario récord, el blog Negros sobre blanco, de Félix Pérez Ruiz de Valbuena, que va por las 99 entradas. La media de los blogs supervivientes desde la botadura de esta nave fronteriza, va por los setenta y tantos. Y como pasa en la vida misma, los huecos dejados por unos van siendo ocupados por otros nuevos blogueros que van llegando.

 

Nos congratulamos de las recientes aperturas de Entrada libre, de Juan Ignacio García Garzón, donde tanto se ama al posesivo arte del teatro; y de la incoporación de Ulises González, que desde su Newyópolis nos irá contando nuevas historias neoyorquinas. Y a destacar el blog más conceptual de todos los existentes en la actualidad, Verbena de lechugas, firmado por Ciro Altabás, al que han debido írsele todas las fuerzas redactando el currículum más largo de todos los blogueros de esta revista, como para escribir una sola línea más. Aunque ya sea visitable y se le haya diseñado carátula propia, sigue contando con 0 entradas. ¿Se tratará de un olvido, o de toda una declaración de principios?

 

Algunos de los blogs sin futuro siguen siendo visitables, como si a sus titulares se les hubiera olvidado cerrar la puerta al marcharse. Entrar en ellos, y comprobar que todo sigue en su sitio, como la última vez que los vimos, resulta inquietante, como quien visita la casa de un recién fallecido. Si Faba tuviese un poco más desarrollado el vicio de la sinceridad, diría que el blog que más echa de menos es el de Ernesto Pérez Zuñiga, donde se venía pintando un rico fresco poético, cuyo título podría haber sido Nueva Mendigotología Madrileña. El dueño pálido de la tabaquería se nos marchó de espaldas con su abrigo oscuro, y aunque nunca pudimos llegar a verle la cara, si supimos -leyéndolo- cómo su autor respiraba.

 

¡Menos mal que nos queda Jabois! (En esta ocasión habría venido bien pronunciar a la francesa su apellido). No lo conocía Faba de nada, antes de topárselo en fronterad, pero siempre le ha divertido y sorprendido, aunque nunca haya conseguido convertirse en un asiduo suyo. El deporte de la lectura comienza a mermarse con los años. Se corre cada vez más el peligro de sólo estar en condiciones de leerse a uno mismo.

 

El Zar de la noche parece que ha adelantado sospechosamente sus vacaciones, y que haya abandonado para siempre a sus fervientes lectoras y lectores; por ese orden. Cree Faba que acertaba más, cuando escribía de Madrid, de su gente o de su meteorología; que cuando se perdía recurrentemente por el interior de un coño babeante; algo que solía ocurrir casi todas las semanas. A ver si regresa pronto su chulesco desparpajo fronterizo. A Don Máximo Necio también se le echa en falta, aunque apenas haya terminado de cerrar su puerta. También visita Faba el balcón inteligente del Señor Ibáñez, sobre todo cuando cuenta cuentos que no estaban escritos, más que cuando reejerce de crítico. Y también frecuenta los pasillos de Monseñor Galiacho, certeramente inspirados y recomendatorios…

 

Un alumno mío dice que lo mejor de ir al teatro o de asistir a las manifestaciones, no son los actos cívicos en los que se participa, sino la posibilidad de juntarse con otra gente, y hacer nuevos descubrimientos. Quizás para eso mismo se hayan escrito todas las revistas y hayan acudido a ellas todos sus lectores, para estar un poco más acompañados, y en ese buen sentido recíproco, mejorarse a sí mismos.  

 

 

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