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La escritura laberinto

 

 

 

Como el Arte era la gran pasión del niño Faba, entre otras actividades emprendidas para fomentarlo, dedicóse a visitar el Consulado Italiano de la Malta de su infancia. A la entrada, había unos estantes con folletos turísticos de toda Italia. Con aquellas ilustraciones en color de tantos palacios y tantas obras de arte, se componía Fabita unos cuadernos de historia del Arte, que siempre le garantizaban el honor de la matrícula.

 

Además de todas esas estampas en color, entre todo ese legado turístico, descubrió un conjuro mágico grabado en piedra, que debía lucir en los jardines de algún fabuloso palacio italiano. Sator Arepo Tenet Opera Rotas, podía leerse en todos los sentidos y direcciones, de final al comienzo, de izquierda a derecha y de arriba abajo; de ahí su carácter mágico. Parecía y sonaba a latín, sin serlo; representaba la escritura laberinto, esa que conduce -no al significado- sino al corazón de la escritura misma.  

 

Quedó tan impactado con este descubrimiento, que modeló una suerte de tótem de barro, con forma de cabeza de búho, y en el reverso, grabó en el barro fresco el citado conjuro latino. Gracias a ese inicial deslumbramiento, este juego de palabras arcaico quedóse enredado en su vida, y no sólo por su persistencia en un objeto, sino porque se plantó en su más tierna memoria mágica.

 

Muchos años después, en uno de sus viajes por la Toscana italiana, en la tienda del Museo del Duomo de Siena, unos minutos antes de que cerraran, descubrió este azulejo con el mágico conjuro latino de su infancia, igualmente grabado en barro, esta vez vidriado y blanqueado. Aunque el precio le pareció desorbitado, también sintió que no podía marcharse de allí sin llevarlo consigo. Habían tardado más de 30 años en volver a reunirse Faba y aquellas palabras mágicas, y no era cuestión de renunciar a tan dilatado e imprevisto reencuentro, por culpa de un puñado de euros.

 

Este luminoso azulejo mágico, adquirido en la que hubiera sido la ampliación de la Catedral de Siena, fue el primer libro abierto que pudo leerse en la Huerta del Retiro.

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