Por fin me he convencido de que buena parte de Europa es su decadente visión del mundo desde la cima colonial. El ombliguismo autorreferenciado provoca ceguera y sordera y sólo los espejos que reflejan nuestros miedos son los que nos interesan.
Quizá por eso esta obsesion por mirar a Siria, mentirnos a la cara y quedarnos tan tranquilos. Quizá por eso jugar a calentar el choque Israel-Irán con discursos tibios que incendian lo que ya pareciera que no puede arder (más). También quizá sea por este colonialismo trasnochado y decadente que no miramos más allá de lo obvio (y de lo que dicta la CNN y The New York Times) y se nos olvida que el planeta está en franca regresión y que los cadáveres empiezana flotar en todas las riberas del que creíamos manso río de la historia contemporánea (mientras los periodistas europeos hacen cola en los súpermartes de la información fácil).
En estos días, la cuestionada Comisión Interamercana de Derechos Humanos de la inútil Organización de Estados Americanos se atrevía a denunciar la dramática situación de las y los defensores de derechos humanos en América Latina y El Caribe. Es probable que usted no se haya enterado, porque los medios de comunicación tradicionales no le han dedicado más que un breve. Es cierto: mucho más espectacular la violencia desatada tras la detención de El 85 en Jalisco, mucho más morboso el cáncer de Chávez o los chandals de moda en La Habana. Pero el informe es aterrador. Describe un auténtico genocidio silencioso, lento, meticuloso. Los derechos humanos, un invento liberal y occidental de aplicación y exigibilidad más que limitadas, están en boca de los políticos y medios de comunicación europeos todo el tiempo, -es lógico, tienen código de barras Eurooccidental- pero los que defienden esos derechos por encima de su seguridad y sus vidas, habitantes del Sur Global, no son importantes.
Les prometo que me canso de gritar y darme cuenta, como al trasnochado George Valentin, que nadie me escucha.