«Dios hizo el coño, ojiva enorme, para los cristianos.
Y el culo, medio punto deforme, para los paganos.»
Theophile de Viau
Un tuit, ya famoso en la red, dice: «Si la vida te da la espalda… Tócale el culo». Según Julio Casares y su Diccionario ideológico de la lengua española, el culo tiene tantos sinónimos como adoradores y usuarios. Nombres tan comunes como nalgas, trasero, ojete y aposentaderas. Otros picarescos como trascorral, mapamundi, as de oros, ojo moreno, salvohonor y trasportín. Y otros asociados a los encantos de caballos y vacas: anca y cuadril. También se le llama al culo con palabras ingenuas o villanas: asentaderas, clamores, nalgatorio, tafanario, orificio, orto, derrier, jopo y sieso.
Desde el Australopithecus afarensis, uno de los primeros antepasados que se levantó para caminar erguido, el culo empezó a ganar lugar. Miguel Núñez Ferrer dijo: «El mono perdió la cola durante la evolución, cuando a empezó a ir de culo». Desde entonces el trasero pasó a ser el centro de gravedad del cuerpo. Lo sostiene y le da equilibrio. Y en adelante, en el proceso evolutivo, todos tuvimos uno en el mismo sitio. Pero diferente. El contraste entre el culo de los hombres y el de las mujeres, sin contar con la forma geométrica que es la diferencia más obvia, está en su representación y simbolismo. La mujer tiene el mapamundi del deseo. El hombre tiene las ancas de la fuerza. Estas diferencias simbólicas derivan de su forma de representación. El masculino se relaciona con lo sólido y el femenino con lo líquido.
En la película Full Metal Jacket, de Stanley Kubrick, hay una frase famosa: «Tienes un culo que parece una tonelada de chicle masticado». El trascorral de la mujer es el culo del deseo, el culo que se penetra o por lo menos eso se dice. ¿Qué pasa entonces cuando el culo cuadrado y compacto de los hombres también es penetrado? La diferencia se rompe y la representación del culo nos iguala, porque a pesar de todo el culo es democrático. Finalmente todos tenemos uno.
Monja arrodillada, verso. Martin van Meytens.
Un refrán popular dice: «El que quiera peces que se moje el culo». A primera vista, y gracias a la banalización de la publicidad y los medios, el culo parece una simple parte del cuerpo, modesta y sin remilgos: un par de lonjas de carne y sanseacabó. Pero el tema tiene tanto de largo como de ancho. El culo está presente en la pintura, la escultura, la literatura, la poesía y la música. En uno de los versos que Verlaine le escribió a Rambaud dice: «Estoy jodido. Me has vencido. Ya no tendré más que tu gran culo, tan besado, lamido y olfateado».
Pero no solo Verlaine dejó muestras de que el culo es un símbolo del amor. También lo hizo Joyce en sus cartas a Nora. En una del 8 de diciembre de 1909, le dice: «Mi dulce putita Nora, he hecho como me decías, mi niña, y me la he meneado dos veces mientras leía tu carta. Estoy encantado de que te guste que te joda por el culo. Sí, ahora me acuerdo de la noche en la que te follé tanto tiempo por detrás. Mi polla estuvo dentro de ti durante horas, follándote y volviéndote a follar por debajo de tu grupa enhiesta. Notaba como tu gordo culo grasiento sudaba sobre mi vientre y veía tu rostro enfebrecido y tus ojos locos».
El culo es el verdadero emblema del amor. De hecho, el corazón como símbolo del amor no es más que un culo pintado de rojo.
¿Y qué pretendió ese movimiento La Garçonne en los años veinte? Figuras de mujeres rectas y planas. Borrando las fronteras de género, suprimiéndolas con trajes de corbata y pelo corto para la mujer, moldeando el cuerpo, expulsando el culo y sus líneas curvas, dando paso a líneas rectas. La Garçonne es la historia de la censura al culo, la negación de una parte del cuerpo.
En el libro La historia del ojo, de George Bataille, se narra esta pequeña anécdota del culo como una fiel y obediente mascota: «Llevaba medias de seda negra que le subían por encima de las rodillas; pero aún no había podido verle el culo (este nombre que Simona y yo empleamos siempre, es para mí el más hermoso de los nombres del sexo). Tenía la impresión de que si apartaba ligeramente su delantal por atrás, vería sus partes impúdicas sin ningún reparo. En el rincón de un corredor había un plato con leche para el gato: ‘Los platos están hechos para sentarse’, me dijo Simona. ‘¿Apuestas a que me siento en el plato?’. ‘Apuesto a que no te atreves’, le respondí, casi sin aliento. Hacia muchísimo calor. Simona colocó el plato sobre un pequeño banco, se instaló delante de mí y, sin separar sus ojos de los míos, se sentó sobre él sin que yo pudiera ver cómo empapaba sus nalgas ardientes en la leche fresca. Me quedé delante de ella, inmóvil; la sangre subía a mi cabeza y mientras ella fijaba la vista en mi verga que, erecta, distendía mis pantalones, yo temblaba».
Las tres gracias. Peter Paul Rubens.
El culo tiene historia y se ha modificado a lo largo de los siglos, ha evolucionado e involucionado. Ha sido satanizado y santificado. En la Edad Media fue uno de los protagonistas del histórico oscurantismo. Adorar el culo era como adorar al diablo. ¿De ahí deriva su asociación a lo negro, a lo oscuro? Tal vez. Lo cierto es que el culo en aquella época era un lugar del mal, la cueva de satán. En el libro Breve historia del culo se señala una singular ceremonia de iniciación: «El beso infame o beso obsceno consistía en posar los labios en el ano del Diablo, es decir, su ‘otra boca’. Ese acto de rendición absoluta, era el primer paso de seducción que el Diablo exigía a sus adoradoras». Sin embargo, no hay que negarlo, el culo es el lugar del placer y del dolor, allí sucede de todo menos un acto reproductivo. «Seguramente hay algo de extático en el beso en el culo. Porque es un beso que se da en la negrura: los ojos están engullidos por la carne, aspirados totalmente por el agujero oscuro. En pocas palabras, es un beso que ciega».
El culo fue esclavizado y liberado. Es objeto político y por lo mismo, el culo ha sido símbolo del poder. Antanas Mokus rector de la Universidad Nacional de Colombia, mostró la nalga en medio de una manifestación estudiantil. Y Winston Churchill dijo: «Quien habla mal de mí a mis espaldas mi culo contempla». Otro refrán dice: «Lambiendo culos subió Miguel, y ahora le lamben el culo a él».
El culo no sólo es deseo y placer. Es la ofensa, la burla, la ironía, el lugar del castigo. En el culo, como en todo, el uso es el significado. Por eso no siempre es malo cuando te dan culo. Es empleado de la publicidad y produce millones anuales en campañas de mercadeo que venden, usando un buen ejemplar, desde un tarro de pintura, pasando por un champú y terminando con un prometedor curso de inglés. Otro refrán popular reza: «El que tiene el culo alquilado, no puede sentarse en él».
El culo es tierno, como los culitos de los bebés, que sirven para vender pomadas. Pero además es amoroso, erótico, pornográfico. Nada como cogerle el culo a tu pareja en la calle. Además, el culo querido siempre es perfecto. Y no hay nada que se compare en cuestión de mordiscos como morder ese culo que se ama. Y puede ser suave o afilado, puntudo u obtuso. Magnífico, generoso, maligno. Nada como un culo maligno. Uno que embruje. Un culo que enyerbe, uno que envicie, un culo que encoñe. Puede ser ancho y blando. Un culo peludo. O escuálido y estrecho. Escaso y negro. Un culo mestizo. Con estrías. O blanco y suave como un par de huevos.
Es en el culo donde se dan las pelas y adultos seguimos dándole azotes con los entretenidos látigos del sado. El culo es inspiración para el humor, la ironía y el insulto. Nada tan grave como que te manden a dar por culo. Es protagonista en el porno. Pero además tiene personalidad. El culo es orgulloso, engreído y hasta vanidoso. A veces también es humilde y callado. El culo es animal camaleónico.
Como sea, de simple, el trasero no tiene nada. Habrá que seguir descubriendo ángulos y observaciones, fetiches y obsesiones, traiciones y desamores para entender lo que significa el culo.
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