Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img

La fama


Los Beatles, cuenta Mark Lewisohn, realizaron una vez un concierto ante apenas doce personas en el año 1961. Medio engañados por un promotor local, convencidos de que serían recibidos como dioses, casi se ahogan en un baño de realidad de un pueblo ignoto del sur de Inglaterra. Faltaba apenas un año para que arrasaran con el sencillo Please, Please me y se convirtieran en iconos para una generación; todavía podías invitarlos a cervezas y recibir a cambio algún improperio del John Lennon jovenzuelo.

¿Qué había cambiado? ¿Eran mejores músicos? ¿Tenían más edad? No, claro, simplemente había cambiado el dictamen de los demás sobre ellos gracias a esto que llamaban los clásicos “dominio de la opinión”. La fama, entonces, tiene mucho de aquella cita de Rilke que copió tanto Borges: “suma de los malentendidos que se reúnen alrededor de un hombre”. Los estallidos de celebridad son ese “malentendido” y mucho tienen que ver con una reseña afortunada o un cuórum sorprendente de la opinión. El propio Borges fue prácticamente desconocido durante años, difícil que apareciera en una gaceta europea, y solo fue redescubierto por la crítica francesa a mediados de siglo.

«No vi venir la fama…»

Ahora, la gloria es tan frágil y tan inútil como una cerámica de Lladró colgada de una hoja de bambú. Es cursi de mirar, pero dependiente de las ráfagas de aire.  Qué decir del Jaime Bayly escritor: visto como una brillante promesa a inicios de los 90, con una reseña clave del Vargas Llosa opinólogo en El País, y ahora bastante silenciado por los medios debido a su ideología y años de escándalos. Sigue siendo un escritor notable, Alberto Olmos lo ha puesto con razón por las nubes, pero ya no le llamarán del Instituto Cervantes para unas conferencias sobre la novela gay. ¿A qué minoría le interesa un autor de derechas casado con una hija?

De niño a mujer

Los ejemplos son sintomáticos: en algún momento el viento que movía estos veleros dejó de soplar, aunque los barcos seguían a flote. Con madera avejentada, desecha por la humedad, pero con la dignidad de aquellos que no quisieron perder su forma de ser ante los verdaderos mediocres: los agentes y opinólogos de mínimo talento que vivían de insultarlos o encumbrarlos para obra y gracia de los partidos políticos. Pero, ay, pronto serán recordados; no hay nada más digno que redescubrir a un autor por un plumilla avezado. Ese era el inicio de la triste Tardía fama de Arthur Schnitzler:

“Estaba echando un vistazo por una librería avejentada y entre los libros que cogí estaba tu librito. Tan pronto como leí los primeros poemas, estos tuvieron un efecto muy vigoroso en mí. Me llevé el libro a casa y lo leí de principio a fin, lo que -como saben- casi nunca pasa con un breviario de lírica. Cuando volví a mirar la portada y vi el año 1853 me dije a mí mismo: podrías haber conocido a este hombre esta misma noche…”

Más del autor

-publicidad-spot_img