Querido Luis Miguel,
Melibea decía que cada uno habla de la feria según le fue en ella y uno ya podía intuir por dónde iban a ir los tiros. El parné como medio y fin. Lo lógico es entonces que los estados de ánimo sean también procíclicos. Se hinchan cuando la pompa crece y se desinflan al estallar.
Fíjate que hasta el diccionario condiciona la felicidad, primera acepción, a «la posesión de un bien». (No vincula en cambio sus antónimos a la pérdida o no tenencia material. ¿Por qué?). Y si el dinero es el bien supremo, por tanto a algo ficticio. La felicidad como burbuja.
Porque no hay tal –o tanto– dinero, solo la ilusión de su existencia creada por la banca. Depositas 100 euros en tu banco; dos se quedan en la caja (dinero real) y el resto, 98, los convierte la entidad en crédito (dinero virtual). Luego las empresas y los Estados venden deuda (papel) a cambio de dinero. Más del 90% del dinero que circula en el mundo es por tanto una esperanza de cobro, así que todo funciona bien mientras las deudas se pagan. O, según Andrew Gause: «Como en el juego de las sillas, mientras la música suena no hay perdedores».
¿Pero por cuánto tiempo más sonará en China, en Brasil, en el mundo emergente? Quizá el corro haya embriagado ya a los danzantes.
M. V.