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La fiebre del oro llega a Colombia

Lo primero que me conquista de Colombia es su gastronomía –ya soy fanática incorregible de sus arepas-, la calidez de sus gentes y el verde de Antioquia, en este extremo del país donde, como dijo un poeta colombiano, el verde es de muchos colores. Cautivada por el país, paso días tranquilos en Medellín, la ciudad de la eterna primavera, una primavera que de un tiempo a esta parte se empeña en ser lluviosa. Todo el tiempo encuentro paralelismos con Brasil, en las comidas y en el temperamento y la rumba, pero también en los problemas que voy encontrando en el camino. Desigualdad, violencia, falta de respeto por los derechos humanos, estratificación social y desinterés real de la política por cambiar el status quo. Allí son las favelas; aquí, las comunas. Acá, el narcotráfico y la guerrilla son variables que todavía mi análisis no consigue contextualizar en su justa medida.

 

Después de mi último viaje por el Cono Sur, me doy cuenta, también, de que los problemas se repiten a lo largo y ancho del continente, como aquellas venas abiertas, seculares y enquistadas, de las que hablaba Galeano. Quienes me seguís ya sabéis que, para mí, una de esas venas, una de las más dolientes, es laminería a cielo abierto, esa que sigue desangrando la cordillera andina para terminar de arrancarle a la montaña las escasas pepitas de oro que sobrevivieron al largo expolio europeo.Son migajas, pero su valor no es desdeñable ahora que, con la crisis económica internacional y la inseguridad en torno a las divisas, el precio del oro ha subido exponencialmente: la onza costaba 229 dólares en 2000 y diez años después se había disparado hasta los 1.224 dólares. Aquí os he hablado de la mina Veladero y del gigantesco proyecto de Pascua Lama, que envuelve a Argentina y Chile; de las múltiples explotaciones en las provincias argentinas de San Juan, Catamarca, La Rioja o Jujuy; de la resistencia vecinal y de las presiones de las empresas –curiosamente, la mayoría de ellas, canadienses- ante políticos-caciques de pocos reparos y mucha avaricia. De cómo el proceso de lixivación, que utiliza cianuro, amenaza con contaminar el agua en la zona y desperdicia el agua para separar las escasas pepitas de la roca.

 

Pues he aquí que Colombia se enfrenta, precisamente en estos días, a una decisión crucial que podría marcar el devenir del país en esta materia. En la región de Santander, al este de Antioquia, un pequeño pueblo de 1.800 habitantes fue bautizado California porque desde siempre se buscó oro en la zona. Es aquí y en la vecina localidad de Vetas donde la compañía canadiense Greystar quiere poner en marcha un proyecto de explotación minera a cielo abierto dentro de 1.100 hectáreas de páramo, un ecosistema protegido por su papel en la producción del 70% del agua del país, según la revista colombiana Semana. Con el proyecto, que requeriría una inversión de unos mil millones de dólares, la empresa espera extraer unas 240 toneladas de oro en quince años. Dejará a cambio unos 774 millones de toneladas de escombros después de hacer pasar a la piedra de la montaña por el proceso de lixivación, por el que el cianuro separa el oro de la piedra.

 

Elcaso es que Greystar lleva unos quince años en la zona, con un permiso de exploración minera del gobierno colombiano, y ahora ha solicitado la licencia para este proyecto de extracción. Los vecinos de California y Vetas, que han visto cómo en los últimos años se ha multiplicado el valor de sus tierras, se debaten en el eterno dilema entre desarrollo y conservación, mientras el gobierno entiende que, después de años de anarquía e informalidad en la concesión de licencias mineras, ha llegado el momento de poner orden. Hasta ahora, como ha reconocido el propio ministro de Minas, se otorgaron títulos “con sólo presentar la cédula”. Regalados. El Código de Minas de 2010, demandado ante la Corte Constitucional, prohibió la explotación minera en los páramos, donde se asienta, como mínimo, la mitad del proyecto de Greystar, pero la empresa canadiense ya ha desplegado sus mañas y presiones, además de una eficaz campaña en la comunidad local –ha prometido que, si el proyecto sale adelante, pavimentará carreteras, y ayudó a desactivar 300 minas antipersonas que dejó la guerrilla en la zona-.

 

Lo que sucede en la región es sólo uno de tantos casos en Colombia, donde fuentes oficiales afirman que se han concedido 391 títulos mineros sobre unas 108.000 hectáreas de páramo, así como de otros ecosistemas estratégicos –humedales, reservas forestales-. Y el dilema colombiano se repite en Argentina, Chile, Ecuador, Brasil, Bolivia, México. ¿Mantener el esquema extractivista que deja ganancias rápidas para algunos, casi siempre extranjeros, o apostar por un nuevo modelo que piense en el largo plazo? A estas alturas, se me antoja falsa la oposición riqueza versus conservación ambiental. A estas alturas, los gobernantes latinoamericanos deberían tener mucho más claro que dentro de muy poco habrá otras riquezas que valdrán más que el oro, como el agua, el oxígeno, el alimento y la biodiversidad. Y ahí sí, más que en los metales preciosos o los hidrocarburos, América Latina es potencia mundial incontestable.

 

Si los gobernantes mantienen su visión cortoplacista, interesada y miope, entonces es hora de que los pueblos latinoamericanos tomen conciencia de su riqueza y la defiendan. Es el tiempo de América Latina.

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