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La fuente de la eterna juventud

Pareja de ancianos besandose

Alessandro Casagli     

 

Erase una vez un joven caballero que quería conquistar un sueño. Corría la centuria quinta del segundo milenio después de nuestro señor. Apenas hacía unas décadas que había sido descubierto, por azar y por la voluntad del Altísimo, un Nuevo Mundo, un jardín del Edén que albergaba entre sus muchos tesoros una fuente de la que manaba un agua cristalina que otorgaba la eterna juventud a quien de ella bebiera.

       En 1528 partió de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) una expedición de 300 hombres capitaneada por don Pánfilo de Narváez  (el subalterno de Diego Velázquez que en 1520 había atacado a Cortés en Veracruz) y Alvar Nuñez Cabeza de Vaca como segundo jefe. Tenían como objetivo explorar la ignota tierra de Florida, donde diversas leyendas situaban la Fuente.

       Establecieron la cabeza de puente en la bahía de Tampa y se internaron tierra adentro en persecución de su ideal. A lo largo de dos meses sufrieron los ataques de las tribus allá asentadas y padecieron hambre. Pero lo peor de su odisea no hacía más que empezar: al retornar a la bahía descubrieron que los  barcos habían regresado a La Española pensando que habían muerto en su empeño.

       Nueve años después, cuatro españoles cabalgaban por un paraje desierto situado a 30 leguas de Culiacán (México) cuando divisaron en el horizonte a un grupo de 13 individuos semidesnudos y con un aspecto de indígenas. Al verlos, uno de ellos hincó sus rodillas en tierra y exclamó: «¡Hermanos españoles! ¡Alabado sea el señor!». Aquel ser extraño se llamaba Alvar Núñez Cabeza de Vaca.

       De los 13, sólo Alvar, un esclavo negro llamado Estebanico y dos soldados, eran los supervivientes de aquella expedición. El resto eran indios amigos que se habían acoplado a lo largo de los nueve años de ruta. Había terminado un viaje a pie por los desiertos de Texas, las montañas y los abismos de la sierra de Chihuahua y los ásperos valles del norte de Sinaloa. Un recorrido de océano a océano atravesando tierras agrestes que ningún cristiano había pisado jamás.

       Alvar pudo vivir para contarlo (lo hizo en un libro llamado Naufragios) y llegó a protagonizar grandes gestas en las conquistas de las tierras del sur (Paraguay) descubriendo las cataratas de Iguazú. Nunca jamás volvió a mencionar la fuente de la eterna juventud.

       Aun así, el ideal nunca ha desaparecido de la conciencia colectiva. De entonces acá, el misterio de la vida eterna aún no se ha despejado, pero se han producido avances muy importantes, entre ellos, un espectacular incremento de la vida media de los humanos: un hombre de principios del siglo XX tenía una esperanza de vida 20 años mayor que uno de principios del XVI.

       La medicina ha conseguido incrementos significativos para alargar nuestra longevidad; nada menos que vivimos 50 años más que los moradores del neolítico. Entre otros factores, eso se debe sobre todo a la disminución de la tasa de mortalidad infantil y juvenil. Pero aunque de media vivimos más, poco o muy poco se ha avanzado en alargar la duración máxima de la vida y de su calidad (parece que la máquina llamada hombre tiene fecha de caducidad).

       Excepciones existen en todos los periodos de la Historia. Ibrahim Ali Atar, a los 80 años capitaneaba uno de los principales cuerpos de la caballería nazarí que defendía, siempre desde primera línea de combate, el reino de Granada poco antes de su rendición. Un siglo más tarde, en Lepanto, el capitán veneciano más veterano estaba próximo a cumplir los 100 años. Venerables centenarios en plenitud de facultades se encuentran en todos los siglos, pero son excepción, no norma.

       Superar como media de vida la barrera de los 100 años sigue siendo, a día de hoy, un sueño infranqueable para los más reputados gerontólogos. Un muro que parece podrá ser salvado -y no en mucho tiempo- gracias al desarrollo de la genética celular.

 

Futuro inédito a punto de ser desvelado

Cuando Isaac Newton murió nos dejó como legado una magna producción dividida en tres partes, llamada los Principia, considerada como la obra más influyente sobre el destino de los humanos. Dos de ellas abordan básicamente el presente (el de Newton) y el pasado de los sistemas físicos. La tercera, inédita y cuyo manuscrito está celosamente guardado en la biblioteca hebrea de Jerusalén, habla del futuro.

Estructura interior de una hélice doble de ADN/ Corbis     

 

 

       Un gesto simbólico, el de no publicar nada sobre el futuro, que condenó al porvenir (también simbólicamente) a dejar de ser un territorio honorable en el que aplicar rigurosamente el método científico, y lo dejó virgen para horoscopistas, adivinadores, videntes y demás charlatanes. Al menos, hasta el desarrollo del estudio del ADN, la base de la genética celular.

       Cada vez se dan más evidencias de la existencia de los genes de la muerte, cuyo funcionamiento determinan la senescencia y la muerte celular. Laboratorios de Estados Unidos y Canadá han conseguido caracterizar en tomates los genes NR, NOR y RIN, que aparentemente forman parte del conjunto de los genes del envejecimiento del tomate. Su alteración o modificación genética ha permitido multiplicar su vida por cinco. Otro grupo europeo, ha conseguido inhibir el envejecimiento de un alga unicelular aislando unos receptores que actúan como factores de crecimiento.

       La biología celular ha desvelado que las células humanas y de animales están programadas para envejecer y morir después de haber realizado un número fijo de divisiones celulares. Factores de crecimiento, receptores de membrana y oncogenes intervienen en este proceso, y así no es de extrañar que las células tumorales, que tienen alterados los mecanismos normales de control de la división, sean inmortales.

A mediados del pasado mes de enero, un grupo de científicos que investigaba la enfermedad del envejecimiento humano prematuro (Síndrome de Werner) ha conseguido demostrar que la mosca de la fruta puede ser empleada para estudiar aspectos del envejecimiento humano. La clave de esa enfermedad es que el cambio en un solo gen (llamado WRN) ocasiona que los pacientes envejezcan muy rápido.

       Los científicos han hecho grandes progresos analizando en el tubo de ensayo qué hace este gen, pero hasta ahora no habían sido capaces de investigar de un modo más directo sus efectos sobre el desarrollo y sobre el cuerpo. Trabajando en este gen en la mosca de la fruta, los investigadores pueden modelar el envejecimiento humano en un potente sistema experimental.

       Ahora bien, no todos los seres vivos están sujetos al proceso de envejecimiento. Existen numerosos grupos de organismos como bacterias, cianofíceas, dinoflagelados, praxinofíceas y en general la mayoría de los protistas, así como algunos hongos, plantas y probablemente varios phyla de animales que no presentan fenómenos de envejecimiento. Al principio, la vida no había descubierto el envejecimiento, y aparece como un invento de la última mitad de la historia evolutiva.

       Ahora la cuestión a despejar es si la acción de los hombres puede ser capaz de reinventar el no-envejecimiento en su propio género. El más ambicioso proceso de investigación en Biología se denominó Proyecto Genoma Humano. Dos años antes de lo previsto, en 2003 se terminó de secuenciar.

       A partir de ese punto, las investigaciones en marcha, una vez localizados todos los genes del envejecimiento, podrían dirigirse a su eliminación en zigotos humanos, implantarlos en el útero y conseguir nueve meses después bebés que crecerían hasta alcanzar su madurez. A partir de ese punto no envejecerían y, además, serían capaces de reproducirse dando lugar a descendientes siempre jóvenes (no me digan que no les recuerda al Un mundo feliz de Aldous Huxley). Pero eso es empezar la historia por el final.

 

Una servilleta que cambió el mundo

Aquella tarde de julio de 1972, Stanley Cohen y Herbert Boyer, un poco alegres tras ingerir unos pastramis en Waikiki Beach, (Hawai)  no eran conscientes de la que iban a armar. Elaboraron, sobre una servilleta, la primera receta para cortar y coser ADN, basándose en unos estudios aparentemente intrascendentes de Joshua Lederberg sobre la infección E. coli por bacteriófagos.

       Aquella servilleta retuvo en su interior unos garabatos que valían un Premio Nobel, y fue capaz de actuar como la palanca que inauguró la era de los ingenieros genéticos, dando el impulso definitivo a la revolución biotecnológica. Consiguió que en un tiempo récord cambiara radicalmente la biología, la medicina, la farmacología e incluso la producción animal.

       Treinta años después, hablar de biotecnología ya no resulta novedoso. Supone más del 5% del PIB de los países más desarrollados. Además, forma parte sustancial del milagro brasileño, ya que gracias a ella se consiguió la independencia energética, y le debemos el desarrollo de la Tropina, una de las más famosas fuentes de proteínas obtenidas de organismos unicelulares o del Interferón, una proteína producida naturalmente por el sistema inmunitario de la mayoría de los animales como respuesta a agentes externos, tales como virus o células cancerígenas), el auténtico Eldorado de la biotecnología.

       El mundo de la biotecnología es complejo y diverso: empresas con inversiones multimillonarias, el tabaco que fuman en Japón, ventas de embriones congelados de vacas de alta producción, venta de interferón o quimeras interespecíficas de cabra y oveja como la publicada en la portada de Nature en 1983.

       Pero, sin duda, el gran proceso es el Proyecto Genoma Humano: rellenar el mapa del ADN, localizar cada gen en las moléculas de ADN de los cromosomas para conocer el origen y razón de ser del Homo sapiens. El consorcio internacional de centros de secuenciación del genoma concluyó en 2003 consiguiendo una secuencia extensa y altamente exacta de los 3.100 millones de unidades de ADN que componen el genoma y rellenó todos los huecos en blanco.

Patinando en la plaza de Colón, Madrid/ Jota Palacios     

 

 

       Los genes y otros importantes elementos del genoma están casi todos en su posición correcta, un requerimiento vital para los investigadores que intentan localizar el gen que contribuye a provocar una determinada enfermedad, y por lo tanto, tener al alcance de la mano la cura de la misma.

       Varios científicos han puesto de manifiesto que aun considerando que el proyecto pueda estar completo, no ocurre lo mismo con el genoma y aunque las partes que todavía faltan son de menor importancia, muchos biólogos quisieran verlas secuenciadas antes de poner el punto final al proyecto. Una tarea que se puede prolongar entre 10 y 20 años más.

       Conocer el mapa del genoma humano resulta apasionante, pero también un nicho de negocio que podría reportar multimillonarios ingresos. Las aspiraciones por poseer secuencias se denomina ya la fiebre del oro del siglo XXI. Que acabe convirtiéndose en una patente de determinado laboratorio o sean del común uso de la humanidad va a depender en gran medida del éxito de HUGO (Human Genome organización), vía Gen Bank (base de datos de secuencias genéticas del NIH -National Institutes of Health- de EE UU de consulta pública. Se realiza una puesta al día cada dos meses).

 

Bancos de cerebros

El otro polo de esperanza para alcanzar la inmortalidad viene de las posibilidades de la inteligencia artificial. Las máquinas pueden llegar a ser inteligentes y a fin de cuentas, nuestro cerebro no es más que una máquina, todo lo perfecta y compleja que se quiera, pero en su funcionamiento, una máquina al fin y al cabo.

       Eso que sentimos como nuestra identidad más íntima, nuestra esencia, todos los valores más nobles o más ruines sentimientos, se pueden reducir a la simple categoría de un algoritmo. La mayoría de las personas que viven en nuestro entorno pueden sufrir una profunda desazón y un sentimiento de tristeza al pensar que su consciencia puede no ser más que un complicado programa que corre en el complejo ordenador de su cerebro. Ahora bien, si no somos más que un complejo algoritmo, éste podría conservarse en un disco duro, e incluso hacer copias del mismo. Es decir, que podríamos guardar en un ordenador la personalidad completa de un ser humano y reproducirla a voluntad.

       Marvin Minsky, el paradigmático profesor (y uno de los padres de la inteligencia artificial) del departamento de Ciencias de la Computación MIT (Massachusetts Institute of Technology) recomienda que hay que ir ahorrando para hacerse una copia de la mente, porque sin duda será caro, probablemente tanto como una casa de lujo.

Sin duda, además de la biotecnología, este es otro camino hacia la inmortalidad. Inquietante ¿no? Los románticos seguro que preferirán seguir los pasos de Alvar Nuñez Cabeza de Vaca.

 


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