La televisión es un electrodoméstico de compañía. Muchos intentan definir a diario la naturaleza de este medio de comunicación de masas, pero generalmente suelen terminar entrando en conflicto los intereses de la audiencia y los alarmantes diagnósticos de los críticos televisivos.
Si al humilde electrodoméstico se le exigen valores pedagógicos, periodísticos y moralizantes, no debe sorprender que los usuarios -en el ámbito privado de sus hogares- ignoren todo aquello que predican y sentencian los teóricos. Tras un largo día de trabajo, pocos se sientan a cenar en el sofá de su casa, recibiendo clases de inglés, historia del arte, o ciencias naturales. Suele buscarse más bien todo lo contrario: diversión, evasión y -si es posible- corrosión. La burla de los poderes establecidos, por medio del lenguaje satírico, ha sido la piedra de toque del éxito de la comedia y todas las artes populares del entretenimiento.
Un sesudo militante del teatro político y pedagógico, el alemán Bertolt Brecht, sometía al espectáculo que estaba a punto de estrenar a «la prueba de los colegios». Si los tiernos alumnos protestaban, se peleaban, o se desentendían de la representación, Brecht suspendía el estreno oficial ante el público adulto, y continuaba los ensayos, buscando el objetivo de apaciguar y captar la atención de los colegiales venideros. Y no es que el sesudo dramaturgo alemán estuviera obsesionado con el arte del entretenimiento, sino que sabía, que sin diversión no se produciría la digestión ideológica de sus obras, ni se completaría por tanto el círculo didáctico. Lo que el público nunca perdona a los comediantes es el aburrimiento.
Narciso Ibáñez Serrador (maestro televisivo y hechizador de audiencias) comentó alguna vez -cara a cara con el público- que la televisión era un medio con tres fines: formar, informar y entretener. Quizás no le molestaría a Chicho que añadiéramos de nuestra cosecha a esa suculenta lista un cuarto fin: acompañar; que -en el fondo- resulta mucho más importante que los tres primeros.
La mejor televisión es la mala
Nuestras ciudades y probablemente mucho más nuestros pueblos y qué decir de las casas aisladas en medio del campo, cultivan su antídoto de soledad con unas maravillosas flores que nacen en sus tejados, y que llamamos antenas. Gracias a lo que ellas permiten que suceda en los televisores, la vida se hace un poco más llevadera.
Para el divorciado, la soltera, la viuda, el solitario, el huérfano, el enfermo, el anciano que se niega a ingresar en una residencia… la televisión se convierte en el mundo, la calle, o la compañía. Y si te encuentras con los mismos personajes humanos una vez por semana, y no digamos si acuden a visitarte todos los días, no es que se conviertan en uno más de la familia, en realidad, sólo ellos son ya la única familia que te queda.
Exigirle a los espectadores que tengan un correcto comportamiento ciudadano a la hora de sintonizar cadena y programa, e interesarse sólo por los documentales, los debates político-periodísticos, los grandes conciertos, las películas del programa de Garci, y las entrevistas profundas con artistas e intelectuales, sería algo parecido a pedirle a la gente que se esforzara en vivir, sin risa ni sonrisa.
La mejor televisión es la mala. Porque de la misma manera que nadie podría convivir con un catedrático que se empeñara en dar clase a su familia las 24 horas del día, la televisión no debe atraparnos ni dejarnos embelesados como lo hacen ciertas películas, mucho más, ésas que son emitidas sin intermedios, toda una conquista cinéfila, a la par que una esclavitud más para el espectador doméstico. La radio sigue existiendo porque al no disponer del poder de sugestión de la imagen, nos permite escucharla mientras hacemos otras cosas. La televisión ideal es la que nos garantiza que no debemos estar clavados al sillón o al sofá, para poder disfrutarla, sino que además podemos seguir moviéndonos libremente por nuestra casa, a pesar de estar ella en funcionamiento.
Y como no queremos pasar por tiradores de piedra y escondedores de mano, prometemos que en nuestra próxima entrega bloguera, nos definiremos y tomaremos partido con un Manifiesto Negativo: La televisión que yo no veo.