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Mientras tantoLa Goyesca

La Goyesca


 

Desde hoy uno ya no va a cumplir más los treinta y no sabe cómo ni cuándo ha llegado hasta aquí. El tiempo se le aparece como un toro bravo al que se cree tener controlado con oficio, incluso con arte, como si uno fuera un maestro de la lidia eterno, una figura bien plantá con su vestido de luces y su capa y su montera (donde se encierra el mundo), haciendo el paseíllo de la vida como si ésta fuese albero y clarines y nada más, hasta que de repente ese animal se le cuela por un pitón y le desarma, que es cuando se empieza a mirar alrededor a ver a qué distancia se encuentra el burladero más cercano. Si esto ha empezado así, el año que viene, cuando embistan los cuarenta, se va a ir directo por si acaso, sin dar siquiera unos pases de recibo, a la enfermería, sobre cuyo techo en Las Ventas le ponían a su padre de niño igual que sobre unos hombros para no perderse un detalle. De esto se trata al fin y al cabo, de no perderse un detalle; pero a poco de alcanzar el dígito cuatro, como el defcon de emergencia de las películas, el piloto naranja al que al principio se puede silenciar con un golpe de tele vieja, se tiene la sensación de que se le ha ido quedando alguna que otra cosa por el camino, igual que, al dar la vuelta al ruedo, no se le puede poner cara a todos los aplausos, ni a todos los pitos, ni mucho menos a todos los odios ni a todos los suspiros. Hay en el runrún de la plaza una sospecha de aviso, como si el primero de los tres reglamentarios estuviese a punto de caer; y no está uno para acelerar de pronto sino, en todo caso, para dar muletazos sin parar como Dámaso Alonso en la intimidad de su faena, sin pensar en los pañuelos, absorto en las tablas con el tiempo por la derecha y luego al natural y vuelta, y después por el pecho y por abajo, adornándose en los medios por manoletinas y poniendo los puntos y las comas a base de trincherazos, y los dos puntos a vuelo y alegría de unos faroles porque lo mejor está en ellos, con todo el toro por delante, como aquellos quites bajo la lluvia de Joselito en la Goyesca de sus seis orejas y de su madurez.

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