Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Mientras tantoLa gran criminalidad

La gran criminalidad


El estudio de la historia contemporánea debe admitir ya el impacto del crimen organizado, sobre todo, el narcotráfico. En la actualidad, el gran protagonismo en el mundo al respecto viene de los cárteles mexicanos. Los informes recientes de las agencias de inteligencia en EE UU, así como de las oficinas de seguridad de México, consideran aún al Cártel de Juárez como un grupo vigente y peligroso. La influencia ascendente del Cártel de Sinaloa, desprendido de aquél bajo el liderazgo de Joaquín Guzmán Loera, ha crecido tanto que ya compite por el control de Ciudad Juárez mediante sus sicarios,  llamados “Gente Nueva”. Sin embargo, el Cártel de Juárez implica no sólo una operación criminal a cargo del trasiego y venta de la droga bajo el dominio de una plaza fronteriza: lo suyo entraña una red clientelar muy arraigada en lo económico y político al más alto nivel del país. Y, en términos de posesión territorial, su alcance es horizontal: ocupa toda la urbe, los barrios, las avenidas, las calles, las esquinas a través de pandillas urbanas (como Los Aztecas) y de sus sicarios denominados La Línea.

 

El Cártel de Juárez ha corrompido tanto a la policía judicial del estado de Chihuahua como a la municipal de Ciudad Juárez. Y llevará cierto tiempo para que su preponderancia se vea rebasada por el poder de otro Cártel. Los principales operadores del Cártel de Juárez continúan libres y conservan su residencia allá, a pesar de estar bajo órdenes de aprehensión desde más de una década atrás. Y si a lo largo de los años algunos funcionarios y militares corrompidos por el Cártel de Juárez han caído en la cárcel (como el general Jesús Gutiérrez Rebollo, o el ex gobernador de Quintana Roo Mario Villanueva), su destino nunca impidió que el grupo criminal continuara sus acciones. Esto demuestra la potencia de su estructura, que tiene ramificaciones complejas en el manejo de los recursos dinerarios y su inversión con el fin de blanquearlos.

 

Sólo desde un equívoco puede suponerse que los cárteles mexicanos son pandillas como cualesquiera otras, cuyo poder pueden reemplazarse de la noche a la mañana. Los intereses económicos y políticos que hay de por medio trascienden lo policial y las fantasías de nota roja.

 

Años atrás la oligarquía de Ciudad Juárez, vergonzante de sus nexos con el crimen organizado, pidió y obtuvo de las autoridades mexicanas que dejaran de denominar al Cártel de Juárez como tal, y que le nombraran Cártel de los Carrillo Fuentes. Quería borrar las huellas de su propio pasado. A pesar de eso, el Cártel de Juárez persistió en sus actividades y bajo el nombre de siempre: la realidad tiene sus propias reglas.
Después de ofrecer una Conferencia sobre los problemas de Ciudad Juárez en la Casa Encendida de Madrid esta semana, se aproximó a mí un joven que se identificó como “escritor de Madrid”. Quería expresar su desagrado por mis palabras. “El Cártel de Juárez ya no existe”, expresó, “con todo respeto, usted ha dado información inexacta, ahora sólo queda el Cártel de Sinaloa”. 

 

Me llamó la atención su fervor de expedir tal acta de defunción súbita, basado en quién sabe qué, y su queja, pues yo acababa de expresar el siguiente párrafo durante la conferencia: “En 2004, el Cártel de Juárez sufrió la separación de varios de sus miembros que formarán el Cártel de Sinaloa, encabezados por Joaquín El Chapo Guzmán Loera, que ahora controla poco a poco Ciudad Juárez”. Quizás llegó tarde a la conferencia u oyó lo que quiso oír. No es la primera vez, y supongo que no será la última, que me suceda este tipo de desencuentros. Leo estas palabras de Ignacio Echevarría en un artículo del suplemento El Cultural: “Es posible que entre las transformaciones más profundas a que esté dando lugar internet se cuente la de democratizar la escritura hasta el extremo de que empieza a vislumbrase una archirrepleta república de autores más o menos virtuales que escriben más que leen. Es decir que no leen -para qué-, sino que escriben”. Por desgracia, hay que añadir, algunos entre ellos ni leen, ni escuchan. Actúan bajo inercias ajenas. Es una pena.

   

Más del autor

-publicidad-spot_img