Leo en Le Monde Diplomatique* un artículo cuyo título ya desvela mucho: «Cuando la comida se convierte en producto financiero». El texto explica cómo, en los comienzos del siglo XX, surgieron en Chicago los llamados productos derivados; en aquel momento, eran un instrumento para dar una mayor seguridad a los agricultores: si, por las malas condiciones climáticas, la cosecha terminaba siendo mala, los agricultores que habían vendido previamente esos productos «subyacentes» quedaban asegurados; si la cosecha era buena, los inversores se lucraban.
El problema es que, en los comienzos de los años 90, esos productos se convirtieron en productos meramente especulativos: dejaron de estar comprometidos a la compra de esos productos agrícolas y se convirtieron en meros títulos especulativos. En el cénit del predominio neoliberal, consolidada la inverosímil teoría del fin de la historia de Francis Fukujama, el magno despropósito de especular con los alimentos ascendió inflacionadamente: entre 2003 y 2008, la especulación sobre las materias primas por medio de los llamados fondos indexados aumentó un 2.300%, nada menos. Y después siguió aumentando, dada la incertidumbre respecto a otros fondos especulativos (los famosos ‘hedge funds’), como los títulos de deuda soberana. Y todo es ficción, meros movimientos en computadores: apenas un 2% de esos contratos acaban de hecho en la entrega de una mercancía. El resto son revendidos.
Así funciona: los especuladores, los que tienen mucho dinero, hacen más dinero de la nada. Pero ese mundo virtual tiene consecuencias muy reales: el aumento del precio de los alimentos, que genera HAMBRE.
El dinero, la moneda y después el billete, surgió como instrumento facilitador del intercambio, para facilitar el trueque. El capitalismo trajo una mudanza definitiva: el dinero pasó a considerarse como valiosa mercancía en sí misma, sin tener nada detrás que asegurase ese valor de cambio (sobre todo cuando se eliminó el patrón oro). El dinero hoy no significa nada, tiene un valor arbitrario que se basa apenas en esos movimientos especulativos decididos en Los Mercados, o sea, en una gran partida de póquer mundial de la que participan las oligarquías mundiales y de las que el resto, el 99,9% de la población mundial, somos meros espectadores impotentes, meros peones del sistema.
Esa es la gran estafa mundial a la que hasta hace poco asistíamos impasibles, pero que hoy, cada vez más, comienza a revoltarnos. Ojalá entendamos de una vez por todas que el dinero es un gran engaño, una ficción muy bien construida. Que el sistema financiero que nos domina es un castillo de naipes construido con nombres complicados que ayudan a que no entendamos muy bien lo que pasa. Ojalá no nos quedemos parados…
*Jean Ziegler (vicepresidente del comité consultivo del Consejo de Derechos Humanos de la ONU), «Quando a comida vira um produto financeiro», en Le Monde Diplomatique edición Brasil, febrero de 2012.