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La Guerra Civil Española contada a los judíos por el corresponsal polaco Samuel L. Shneiderman

Solo desde hace unos años se ha tenido en cuenta la labor de los corresponsales y enviados especiales en la Guerra Civil Española. Las crónicas escritas a vuelapluma y sobre el terreno rara vez son tomadas en consideración por los historiadores, mientras que los periodistas mantienen su proverbial desinterés hacia su propio pasado. En los últimos años, sin embargo, se han recuperado crónicas fundamentales, como las que escribió el corresponsal de L’Intransigeant, Antonie de Saint-Exupéry, en sus dos viajes a la España en guerra (agosto de 1936 y abril de 1937) o el trabajo de Virginia Cowles, una periodista que repartió su tiempo entre los dos bandos, gesta difícil de lograr en cualquier conflicto bélico. El libro La defensa de Madrid, de Geoffrey Cox, enviado especial de News Chronicle, ofrece con minucioso detalle el asedio de los rebeldes mientras que los artículos de Ksawery Pruszyński recorren de norte a sur el país en llamas. “En octubre de 1936”, escribe el periodista polaco, “Madrid es más revolucionario que Moscú, más fanático que La Meca y el ritmo de su vida es más intenso que en Nueva York”. Las crónicas periodísticas ofrecen un acercamiento a los acontecimientos veraz e intenso que, como se ha escrito, constituye el primer borrador de la historia. En el caso español, el artículo de Jay Allen en el Chicago Tribune sobre la matanza de Badajoz (30 de agosto de 1936) y el de George L. Steer en The Times sobre Guernica (28 de abril de 1937) fueron determinantes para el decurso de la guerra.

Es lo que Hugh Thomas llamó “la edad de oro de los corresponsales extranjeros”, cuando las crónicas tenían una influencia fundamental para seguir los acontecimientos, ejemplos del mejor periodismo y la gran literatura que se irán perdiendo a lo largo del siglo XX en detrimento de la imagen: la fotografía (en la Segunda Guerra Mundial), la televisión (en Vietnam) e internet (en las guerras del Golfo). Esta recuperación de los corresponsales se produjo sobre todo a raíz de la conmemoración de los setenta años de la Guerra Civil, en 2006, y no ha cejado desde entonces. Quedan grandes trabajos conocidos solo por ediciones fugaces al hilo de los acontecimientos, como por ejemplo la extraordinaria labor de uno de los grandes corresponsales, Herbet Matthews, enviado especial de The New York Times, pero cada vez son más las aportaciones a este particular género que contribuyó a que la causa de España fuera la causa de todos los pueblos. Millones de personas seguían el desarrollo de las operaciones militares por los artículos en Pravda de Maijail Koltsov y los periódicos aumentaban sus tiradas cuando escribía Ernest Hemingway desde Madrid o desde Teruel. Günter Grass recordó en sus memorias que jugaba de niño a “¡Sin novedad en El Alcázar!” y Mário Soares confesó que su vocación política surgió con las noticias que llegaban del otro lado de la frontera.

En este contexto se sitúa el libro de Samuel L. Shneiderman Guerra en España. Reportajes desde la retaguardia, que acaba de publicar la editorial Báltica. Corresponsal de dos publicaciones, una en yidish y otra en polaco, recorrió España durante un año, desde octubre de 1936. En 1938, todavía en pleno conflicto, publicó sus crónicas, que se editan por primera vez en español traducidas directamente del yidish. Según escribe el autor en el prólogo, su intención era completar estas primeras crónicas escritas en la retaguardia (Barcelona y Valencia) con otro volumen de su viaje a los frentes de Madrid, París Vasco y Aragón, pero no llegó a escribirlo o a publicarlo. Los editores y traductores han tenido el acierto de completar este volumen con dos artículos posteriores, publicados en los años setenta, uno en el que Shneiderman recupera algunas de sus notas del Madrid asediado y otro sobre el final de la guerra con Santiago Carrillo y su padre, Wenceslao, que tomó parte en el golpe de Casado contra Negrín.

 

Guerra en España recoge la peripecia del corresponsal por Barcelona y Valencia, atento siempre a la revolución que se estaba forjando en España y que admiraba o aterrorizaba al mundo. Lo primero que reseña, nada más llegar, es una unánime petición, común a gran parte de conflictos y que llega a nuestros días: “Esa queja por la falta de armas estaba en todas las bocas”. España no es solo un conflicto interno, un enfrentamiento sanguinario y fratricida, sino que aquí se confronta el modelo de sociedad que tan incierto se presentaba a mediados de los años treinta. Obtiene el corresponsal la documentación que le permitirá moverse a su antojo por la España republicana. Incluso en Madrid, en primera línea del frente, los corresponsales gozaron en los primeros tiempos de una libertad para desplazarse, entrevistar a testigos y enviar a los periódicos crónicas incluso criticas con las acciones bélicas de los mandos republicanos, si bien irá despareciendo paulatinamente, sobre todo desde mediados de 1937, con el control comunista de la censura.

Barcelona se conmueve con la llegada del primer barco con ayuda soviética, que la población recibe enfervorizada. Trae alimentos donados por las mujeres soviéticas y sirve para reforzar una moral de victoria, “pese a que el enemigo mientras tanto seguía avanzando”, escribe el corresponsal polaco. Sus reportajes son analíticos, minuciosos, quiere informar a sus lectores –la comunidad judía de Polonia– de lo que ocurre en España sin dejarse llevar por emociones ni consignas. Describe el Hotel Colón, en la plaza de Cataluña, convertido en una torre de Babel y punto de encuentro de los voluntarios internacionales que llegan para integrarse en la lucha. Allí conoce a un sastre judío, de nombre Shaye, entregado a la causa y que recibe a los recién llegados. A lo largo de su viaje por la retaguardia, Shneiderman recogerá testimonios de otros judíos. Desde 1931, escribe, empiezan a formarse en España las primeras comunidades judías, en parte gracias al impulso de Fernando de los Ríos, al que en Granada se apoda “el rabino”, como también descendiente de marranos es el primer presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora.

El corresponsal se sorprende de que sigan organizándose corridas de toros, “esa diversión sanguinaria”. Asiste a una de ellas en la Monumental, que se abre con los acordes de La internacional. En Badajoz, le comentan, Franco ha convertido la plaza de toros en un matadero por parte de los fascistas, en referencia a la famosa crónica de Jay Allen. No oculta el polaco su incomodidad en el espectáculo y prosigue su análisis de una ciudad en la que con frecuencia se escuchan durante la noche o al amanecer los disparos de pistolas automáticas. Obtiene permiso de las autoridades para acceder al Uruguay, buque reconvertido en prisión y tribunal de justicia en el puerto de Barcelona, donde asiste a un proceso que terminará con seis condenas a muerte. En el barrio chino, mientras tanto, famoso por sus locales de homosexuales, triunfan los bailes y cantes de las provincias españolas, describe el periodista, que reconoce la huella judía en los trajes típicos de los andaluces.

Shneiderman sale de la capital catalana para comprobar por sí mismo el avance de la revolución que ha estallado en España e intriga al mundo entero. Asignan al grupo de periodistas en el que se integra el mejor automóvil que el Comisariado de Propaganda tiene a su disposición, un Hispano-Suiza. En Montserrat son recibidos por el único monje que ha permanecido en la abadía, donde se aloja el presidente Azaña. El corresponsal describe los objetos de la sección judía. El hotel se ha transformado en hospital para los milicianos heridos: “Incluso entre las desnudas rocas de Montserrat, nos perseguía el fantasma de la guerra que asola esta tierra”. Se han producido en Cataluña reformas radicales de socialización y nacionalización que preconizan los anarquistas. En Martorell visitan una cooperativa para el prensado de la uva y fábricas metalúrgicas que ahora producen granadas de mano en vez de rejas de arado. El propietario de la fábrica de champán Codorniú, en Sant Sadurní d’Anoia, huyó cuando estalló el levantamiento militar, y el representante del Comité de los trabajadores afirma que trabajan ahora con ahínco para la exportación y para sus colegas que están luchando. En Sabadell se confecciona la ropa del ejército y allí les explican las mejoras laborales y los nuevos mecanismos de comercialización.

Durante su viaje, Shneiderman conoce o entrevista a protagonistas de la España republicana antifascista, como Andreu Nin o el presidente de Cataluña, Lluis Companys. “Los portales de mi pueblo están abiertos para los judíos, así como mi corazón”, dice este último. Llega a Valencia y es testigo de los bombardeos y del terror de una ciudad atestada, a la que siguen llegando refugiados desde Madrid. Largo Caballero le asegura que la capital resistirá porque el pueblo está presentando la más dura oposición. La figura de Durruti, al que pudo ver en una ocasión al frente de la columna miliciana que llevaba su nombre, es desgranada por el enviado especial: su trayectoria, su muerte y su entierro multitudinario, que sitúa en Valencia, aunque tuvo lugar en Barcelona. Con Ludwig Renn –del que se publicó en 2016 La Guerra Civil española (Fórcola)– tiene un encuentro en la capital catalana y publica una larga conversación con él. “Sigue siendo para mí un enigma ese acontecimiento histórico, cómo los trabajadores españoles desarmados consiguieron vencer y alejar [en Barcelona] al ejército oficial dotado de camiones y armas automáticas”, le dice Renn. También un mensaje de esperanza le traslada el escritor y político austríaco Julius Deutsch, que llega de Madrid. El corresponsal polaco entrevista a Manuel de Irujo, ministro de Largo Caballero y representante vasco, y escucha un discurso del presidente de la República en el Ayuntamiento valenciano: “Sin gesticular, como congelado de pie junto al atril, la emoción hacía llamear el rostro de Azaña”. El viaje va a terminar en los naranjales de Valencia, donde a pesar de la guerra se ha dado una cosecha excepcional.

Las crónicas de Shneiderman no son textos exaltados y grandilocuentes, más bien parece que el polaco se propone describir y analizar, para su comunidad judía, los acontecimientos que sacuden España y trata de explicarlos en su complejidad y apelando a todo tipo de protagonistas. Habla del despertar de las mujeres y del café Vodka en Valencia, al que acuden los periodistas, los brigadistas y las segundas oficinas –espionaje y contraespionaje– y donde se debate la urgente militarización a la que se oponen los anarquistas. La guerra, concluye, acaba de empezar.

Samuel L. Shneiderman en una fábrica textil de Sabadell en noviembre de 1936. La imagen, de David Seymour, Chim, está extraída de uno de los rollos de película de la Maleta Mexicana.

Durante buena parte del viaje Shneiderman estuvo acompañado de su cuñado, David Seymour, Chim, uno de los legendarios fotógrafos de la Guerra Civil. Esta edición incluye media docena de fotografías, que también ilustraron el libro original publicado en 1938. En la Maleta Mexicana, perdida durante setenta años y que reapareció en México y fue finalmente depositada en 2007 en el ICP (International Center of Photography) de Nueva York, hay dos fotografías de Samuel L. Shneiderman, lo que nos confirma que estuvieron juntos, al menos, en Barcelona el 7 de noviembre de 1936, durante la conmemoración de la Revolución Soviética, y en la fábrica textil de Sabadell, también en noviembre de 1936. El periodista posa ante un cartel de propaganda: “fins a véncer o morir”. Son imágenes excepcionales las que ilustran este libro, del País Vasco, Aragón, Barcelona y Madrid, que realzan la calidad de unas crónicas llamadas a aumentar el acervo de la labor de los corresponsales extranjeros en España que no deja de crecer.

Guerra en España, de Samuel L. Shneiderman, Báltica, 2023

 

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