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Universo eleganteEcología y energíaLa guerra de las baterías

La guerra de las baterías

¿De verdad estamos haciendo del mundo un lugar mejor? 

“Tenéis armas, no necesitáis salarios”
Mobutu Sese Seko (presidente de la República Democrática del Congo, 1965-1997)

El litio no es un mineral de guerra. No hay ningún lugar en el mundo en el que los ingresos procedentes de la minería del litio se destinen a la actividad de grupos armados. Tampoco se extrae de manera artesanal ni con trabajo infantil. Debido a la ubicación geográfica de los depósitos y a las complejidades del proceso de extracción, no es muy probable que esto cambie. No puede decirse lo mismo del segundo metal más importante que se usa en las baterías: el cobalto. Alrededor del 60 % del cobalto que se suministra al mercado global procede de la República Democrática del Congo, un país centroafricano plagado de problemas.

El Congo suele ocupar el último lugar en los índices globales que miden la calidad de vida, la facilidad de hacer negocios, la alfabetización o el PIB per cápita. Sí que encabeza las listas, sin embargo, de los países más corruptos del planeta. El conflicto que sufrió entre 1998 y 2003 suele denominarse “la Gran Guerra de África” debido a la ingente cantidad de actores estatales y no estatales involucrados y al número de víctimas. Aunque la guerra oficialmente ha terminado, dejó tras de sí varios grupos armados paramilitares que siguen en funcionamiento (en 2020) y una cicatriz imborrable en la psique de la sociedad congoleña.

La superficie del Congo es similar a la de Europa Occidental, mientras que su población se acerca a la de Alemania. Los largos conflictos y las enfermedades han hecho que la edad media de los congoleños oscile en torno a los dieciocho años. Kinshasa, la capital del país, se sitúa en el extremo oeste, y la zona central está tapizada de selvas impenetrables. El este, colindante con Ruanda, lleva décadas siendo el escenario de una guerra de guerrillas, que sube y baja de intensidad. Las carreteras transitables en el Congo son escasas y casi toda la población recorre el país utilizando una red de ferris y de transporte aéreo. La falta de infraestructuras, sumada a barreras naturales tales como junglas, ciénagas y masas de agua, dificulta mantener unido el territorio y limita la influencia de la capital sobre las zonas orientales. También conlleva un particularismo regional del panorama político congoleño. La relativa debilidad del presidente actual, Félix Tshisekedi, suele explicarse por la falta de apoyo de las veintiséis provincias. Sus predecesores, así como la mayoría de los pesos pesados de la política congoleña, disfrutaron por lo general de una sólida base de poder regional.

Pero lo que más nos interesa es la parte suroccidental, donde se sitúa un cinturón de cobre‐cobalto (de 300 kilómetros de largo y 30 kilómetros de ancho) asombrosamente rico. El terreno está en lo que durante décadas fue la provincia de Katanga, hasta que en 2006 el presidente Joseph Kabila, en un esfuerzo desesperado por mantenerse en el poder, dividió las provincias y separó Katanga en Tanganyika, Haut‐Lomami, Lualaba y Haut‐Katanga.

Katanga es desde hace mucho tiempo un hervidero de actividad geopolítica. Sus riquezas naturales contribuyeron enormemente a aumentar la opulencia belga a través de la compañía Union Minière du Haut‐Katanga, que estuvo funcionando en el cinturón de cobre desde comienzos del siglo XX hasta la década de 1960. Durante la Segunda Guerra Mundial y después, Estados Unidos protegió los ricos depósitos de uranio de la provincia para que no cayeran en manos de los nazis y, luego, de los soviéticos. En los años sesenta, justo cuando el Congo estaba logrando su ansiada independencia, el particularismo regional de Katanga contó con el impulso y el apoyo militar de los intereses mineros belgas y luego del propio Estado belga, lo que llevó a la secesión de la provincia, que duró tres largos años.

Después, durante la sangrienta Gran Guerra de África, la provincia fue campo de batalla entre diversos grupos mai‐mai y el Ejército de la República Democrática del Congo. La denominación “mai‐mai” proviene del término suajili para referirse al agua y alude a la tradición guerrillera de rociarse con agua bendita como supuesto medio de protección frente a las balas. “Mai‐mai” no ha designado nunca a un único grupo miliciano, sino que es un término global que se refiere a cualquier tipo de fuerza guerrillera que nace de la comunidad (a menudo, de un sentimiento de unidad tribal o local frente a una amenaza externa).

En el siglo XXI, una vez apagado el conflicto, Katanga pasó a ser objeto de interés de China. A partir de 2002, el comercio entre China y el Congo fue aumentando con rapidez. Los congoleños viajan a Guangzhou (Cantón) y vuelven con tejidos, teléfonos móviles y electrodomésticos chinos para revenderlos en el mercado interno con un sobreprecio que casi siempre supera el 100 %. A cambio, China ha ido recurriendo cada vez más a las materias primas del Congo para sus florecientes industrias pesadas y sus inversiones en infraestructuras. El cobre, el cobalto y la madera del Congo tienen una especial demanda.

Aunque para el cobre China ha recurrido y sigue recurriendo mucho más a América Latina, y aunque los nuevos ricos chinos pueden arreglárselas con otras variedades de madera tropical para los suelos de sus residencias, el cobalto es otra historia. En 2007, casi el 85 % del cobalto que había en China procedía de la República Democrática del Congo. Hoy es el 98 %. Los datos objetivos de aduanas acusan asombrosas diferencias con las afirmaciones de algunos fabricantes de baterías, aparatos electrónicos y ve de que en sus cadenas de suministro no hay lugar para el cobalto de la República Democrática del Congo. Dicho de manera sencilla, hay muy pocos lugares en el mundo a los que ir a buscar cobalto aparte de la República Democrática del Congo. Aun así, si les damos a esas compañías el beneficio de la duda y miramos los datos de aduanas de Corea del Sur y Japón, los otros dos únicos países que tienen un papel significativo en la producción de materiales de cátodo y precursores de materiales de cátodo para baterías, descubriremos que importan la mayoría del cobalto en forma bruta o procesada de la República Democrática del Congo o de China, que, como ya hemos visto, la saca de la propia República Democrática del Congo.

Una de cada cinco toneladas de cobalto exportadas de la República Democrática del Congo procede de la extracción manual. La minería manual no es necesariamente sinónimo de minería ilegal. Sí que se lleva a cabo, sin embargo, con el uso de las herramientas más básicas, como palas, cinceles o picos y, por lo general, con muy poca consideración por la salud y la seguridad de los trabajadores. Pensemos en cualquier explotación minera artesanal del cinturón minero de cobalto del Congo. En esos lugares, las estadísticas pueden ser engañosas, pero, según la información aportada por diversas ONG, podemos asumir sin riesgo a equivocarnos que hay alrededor de cien explotaciones de ese tipo, o más, en funcionamiento. En ellas se ve a hombres que trabajan sin medidas de protección, muchos de ellos muy jóvenes, pues la edad mínima laboral en la República Democrática del Congo son dieciséis años, y que se adentran en estrechísimos túneles subterráneos de 50 metros de longitud. El calor en el subsuelo es casi insoportable y la cantidad de polvo inhalado a diario suele producir enfermedad pulmonar por metales duros, lo que conlleva diversos problemas respiratorios. A pesar de los perjuicios que implica esa minería artesanal, casi todas las ONG que investigan las violaciones de derechos humanos en las explotaciones mineras del Congo abogan por no cerrar las actividades mineras artesanales como tales: de su salario dependen muchos sustentos en lugares en los que escasean otras oportunidades de conseguir ingresos estables. Distintos cálculos indican que, solo en la provincia de Katanga, hay entre 70.000 y 120.000 personas trabajando en la minería artesanal. Y, por supuesto, hay muchas más que se dedican a la minería artesanal de estaño, oro o coltán en otras partes del país. En las minas no solo trabajan hombres: también se puede ver a mujeres cargando pesados sacos de hasta 40 kilogramos de mineral cada uno, para luego lavar y clasificar su contenido. Los niños por debajo de la edad mínima para trabajar las ayudan en esas actividades, a menudo para poder pagarse la escolarización. Aunque, en teoría, la educación primaria es gratuita en la República Democrática del Congo, los docentes cuentan con que los padres aporten dinero de su propio bolsillo para complementar los magros sueldos que reciben del Estado. Si los padres no pagan, suele suceder que no se deja entrar a los niños a la escuela.

La minería artesanal, por aberrante que pueda parecer, permite a las mujeres disponer de su propio dinero, lo que favorece su independencia dentro de las familias y las comunidades.

Lo que las ONG (y en teoría el Gobierno congoleño) intentan conseguir es su formalización. Así mejorarían las condiciones laborales, disminuirían los peligros para la salud y la seguridad y se mantendría a los niños alejados de las explotaciones, al tiempo que se les garantizaría a los padres unos ingresos lo bastante altos para pagar su escolarización. Por supuesto, es más fácil decirlo que hacerlo.

La larga historia de explotación del cinturón de cobre‐cobalto del Congo que hemos descrito brevemente ha llevado a una situación en la que casi todo el territorio está ocupado por concesiones mineras que pertenecen a varias compañías y particulares. De hecho, cuesta mucho encontrar una superficie de terreno de cualquier valor sobre la que establecer una nueva explotación minera artesanal “modelo”. Si, aun así, el Gobierno encuentra una parcela que se califica oficialmente para actividades de minería artesanal, puede que los mineros duden si acudir a ella: esos lugares suelen ser menos atractivos en términos de la cantidad o calidad de mineral de cobalto que puede encontrarse, en comparación con las explotaciones no supervisadas.

Con frecuencia, los yacimientos más atractivos son los que pertenecen a grandes corporaciones multinacionales, donde se lleva a cabo principalmente una actividad minera a gran escala con el uso de maquinaria de excavación industrial. La escoria es lo que queda después de la separación mecánica de las partes valiosas del mineral. Pero a las máquinas se les escapan algunas partes valiosas, dado que el proceso tiene lugar a gran escala. Los mineros artesanales acuden a las pilas de escoria, almacenadas en el recinto de la compañía, casi siempre de noche, para cribar los restos. Los terrenos de las minas son a veces tan grandes que es difícil supervisarlos todo el tiempo. Cuando los guardas de seguridad descubren a los mineros artesanales robando, suelen quedarse una mordida y dejarlos marchar en lugar de perseguirlos. Los acuerdos no oficiales, en los que un grupo de mineros paga por seguridad a cambio de poder trabajar en el territorio de la compañía, son bastante habituales. A veces es la propia compañía quien reconoce su valor. Las compañías son conscientes de la ineficiencia de su maquinaria y saben que, en la escala más pequeña, no hay nada comparable a la precisión del ojo humano. Así pues, dejan que los mineros artesanales excaven en sus explotaciones y se reservan el derecho prioritario a comprarles lo que encuentren.

Escenas como las de la película Diamantes de sangre, protagonizada por Leonardo DiCaprio, en las que se obliga a los mineros artesanales a trabajar a punta de pistola, no se producen hoy en día con el cobalto. En vista de la situación política y militar actual en el cinturón de cobre‐cobalto del Congo, esta afirmación puede hacerse con un cierto grado de certeza. Sin embargo, no es posible, ni mucho menos, descartar que esas escenas no ocurrieran en el pasado, entre las turbulencias de la Gran Guerra de África. Aun así, el cobalto solo se ha considerado un mineral de guerra en contadísimas ocasiones. De hecho, muchos expertos sostienen que clasificar el cobalto de mineral de guerra es perjudicial para los intereses del Congo, además de erróneo de acuerdo con los datos. Los minerales de guerra son lo que se conocen como los “3TG”, por sus siglas en inglés: estaño, tántalo, tungsteno y oro.

El marco jurídico internacional difiere de las leyes estatales en el sentido de que es de aplicación a países, no a entidades corporativas ni a particulares. Es más una serie de directrices, cuya incorporación a la legislación nacional e imposición se deja en manos de cada uno de los Estados.

Tal es la naturaleza de la Guía de Debida Diligencia de la OCDE para Cadenas de Suministro Responsables de Minerales. Quizá el único conjunto de normas que puede conllevar sanciones económicas sustanciales para las compañías que extraen minerales de guerra sea la ley Dodd‐Frank. Se introdujo tras la crisis financiera de 2008 con el objetivo principal de supervisar mejor el mercado de derivados. La sección de esa ley relativa a los minerales de guerra está plenamente incorporada en ella. La sección 1502, a modo de una especie de disposición “por si acaso”, es muy potente. Todas las compañías que cotizan en la bolsa estadounidense están obligadas a averiguar si los metales 3TG que utilizan en sus cadenas de suministro proceden de la República Democrática del Congo o de un país colindante y, en ese caso, a llevar a cabo la debida diligencia sobre si sus adquisiciones están financiando a grupos armados en ese lugar.

Por suerte, gracias a que cada vez hay más información sobre los problemas de los minerales de guerra y, por lo tanto, una mayor concienciación social al respecto, el riesgo para las corporaciones no es solo económico, sino, principalmente, de reputación. Para Apple o BMW, el valor intangible de la marca ocupa un sitio importante en la valoración total de la compañía. La consultora global Interbrand ha valorado solo la marca BNW en 41.000 millones de dólares. El fabricante de automóviles ha decidido mantenerse alejado de momento del cobalto congoleño. Para conseguirlo, BMW obtiene el cobalto directamente de minas de Australia y Marruecos. Se trata sin duda de una estrategia segura y una táctica inteligente de relaciones públicas, que le permite a BMW poder decir: “No tenemos nada que ver con el trabajo infantil ni los conflictos armados del Congo”. Pero ¿de verdad eso es, desde un punto de vista moral, lo que hay que hacer?

En 2019, Marruecos era responsable de solo el 1,5 % de la producción mundial de cobalto, y sus reservas equivalen a un mero 0,5 % de las reservas del Congo por tonelaje. Las reservas de cobalto australianas son mucho mayores (se calculan en torno a un tercio de las del Congo), pero en los últimos años la producción australiana solo ha sido dos veces superior a la de Marruecos. En Australia, el cobalto se produce como subproducto de la minería del níquel y el cobre. Desde el punto de vista tecnológico, económico y temporal, a Australia le resultará extremadamente difícil posicionarse como gran productor de cobalto a lo largo de la próxima década. Así pues, aunque BMW consiga mantenerse alejada del cobalto del Congo, no puede haber una repetición en masa de esa estrategia por parte de otras compañías. El cobalto que se extrae fuera del Congo no da para tanto.

Pero, por hacer un experimento mental, supongamos que sí diera. Aun así, el Congo es el único país del mundo cuya tasa de crecimiento del PIB está directamente ligada a los precios del cobalto. Según el Fondo Monetario Internacional, la extraordinaria tasa de crecimiento del PIB del Congo en 2017, del 3,7 % al 5,8 %, fue debida al pico del precio del cobalto en los mercados globales. El 80 % de los ingresos por exportaciones del Congo se corresponde en general con la exportación de minerales. Nos referimos aquí a un país con un presupuesto minúsculo en relación con el tamaño de su población. Según cálculos basados en los datos del Banco Mundial, el presupuesto del Congo puede aportar solo 2 dólares al día por ciudadano. ¿Es buena idea, pues, dejar de comprarle cobalto al Congo por razones morales? El dilema es mayúsculo.

Aun teniendo en cuenta el nivel de corrupción que hay sobre el terreno, que debe de quedarse con un buen pedazo de los ingresos por el cobalto, determinadas necesidades básicas relativas a infraestructuras, sanidad, escolarización y seguridad solo pueden satisfacerse de manera exhaustiva y sostenible a través del gasto público.

Los más de veintiún años de gobierno de la familia Kabila no sirvieron para mejorar la transparencia de los acuerdos comerciales en el Congo. Kabila padre derrocó a Mobutu Sese Seko, un dictador pintoresco aunque violento, famoso por su gusto por los gorros militares de alta costura, hechos de piel de leopardo, y por institucionalizar la corrupción en el Congo. Joseph Kabila asumió el poder a los treinta y pocos años, tras el asesinato de su padre a manos de su guardaespaldas adolescente. El suceso está revestido de una trágica ironía, habida cuenta de la fe ciega que tenía Laurent Kabila en sus niños soldado.

Según se dice, el hijo de Kabila no estaba preparado para el traspaso de poderes (algo que él niega en las entrevistas), pero era la opción natural entre los hombres de confianza de su padre, reacios a ceder el poder a nadie que no estuviera en ese círculo. Tenía una experiencia consolidada en el ejército, pero carecía de habilidades políticas y oratorias. Debido al tiempo que pasó escondido en el extranjero (por motivos de seguridad, cuando su padre estaba luchando contra el presidente en ejercicio), no tenía fluidez alguna ni en francés ni en lingala, las dos lenguas que se hablan principalmente en el Congo.

Se burlaban de él por su falta de carisma y por jugar a la Nintendo. De hecho, su apodo acabó siendo “Nintendo”. No obstante, su carencia inicial de chispa política no fue obstáculo para que Joseph Kabila permaneciera casi dieciocho años en el poder y lograra, con cierta habilidad, mejorar enormemente la situación de seguridad del país. Los conflictos actuales se limitan a la parte oriental del territorio.

No fue hasta el mandato de Kabila hijo cuando el cobalto cobró importancia como mineral estratégico para aplicaciones de batería. A efectos de nuestra historia, resultan interesantes dos de las conexiones de Kabila: el vínculo con los chinos y el que mantuvo con un controvertido milmillonario israelí, Dan Gertler.

Joseph debía de tenerle un cierto cariño a China desde sus primeros años, tras pasar un tiempo allí estudiando en la PLA National Defence University, una prestigiosa academia militar de China. Entró por ser hijo de una figura política de enorme importancia, pero, más tarde, China pondría en marcha generosos programas de becas a gran escala, dirigidos a estudiantes africanos brillantes y de orígenes más humildes, como forma de asegurarse su influencia en el continente.

El propio Kabila hijo supervisó un colosal acuerdo entre un consorcio de compañías chinas y el Gobierno congoleño. Los términos estaban claros: concesiones de minerales a cambio de inversiones en inf raestructuras. En 2008, ese trato era el que mayor impronta china suponía en África. De los 9.000 millones de dólares que iban a invertirse en el proyecto, 3.000 iban destinados a inversiones mineras y 6.000 a infraestructuras.

Algunos analistas consideraron que el acuerdo era justo para el Congo, ya que, al menos si se seguía al pie de la letra, limitaba el potencial de corrupción. Las concesiones de minerales, el tesoro nacional del país, no se vendían a cambio de efectivo que pudiera acabar fácilmente en los bolsillos de funcionarios corruptos. Se intercambiaban por activos concretos, como carreteras, universidades, hospitales y ferrocarriles.

Otros lo vieron como el robo del siglo. La principal crítica fue que los recursos del Congo se habían tasado muy por debajo de su valor. Se decía que las concesiones cedidas contenían más de 6 millones de toneladas de cobalto y más de 10 millones de toneladas de cobre en reservas tanto garantizadas como probables. Con los actuales precios bajos del cobalto, solo el cobalto contenido en reservas de ese tamaño tendría un valor de en torno a 198.000 millones de dólares.

La redacción del contrato hizo que este se entendiera como un préstamo a ojos de instituciones tales como el FMI y el Banco Mundial, que ya estaban ayudando al Congo en el marco de un programa de alivio de la deuda existente. A las organizaciones internacionales no les gustó que el Congo asumiera más deuda mientras ellas se afanaban en cancelar sus obligaciones.

Una década después de la conclusión del acuerdo, la valoración hecha por observadores externos con respecto al estado de las inversiones en infraestructuras es bastante negativa. Aquellas que ya se han construido son en general de mala calidad, y algunos de los proyectos prometidos ni siquiera se han puesto en marcha.

La administración de Joseph Kabila no solo ha estado vendiendo los recursos mineros del Congo a los chinos, sino que también ha cerrado acuerdos de gran envergadura con algunas de las mayores compañías mineras y de materias primas de Occidente, como Glencore y Eurasian Natural Resources Corporation.

Dan Gertler, un hombre de negocios israelí, nieto del cofundador de Israel Diamond Exchange y amigo personal de Joseph Kabila, fue, según se dice, una pieza fundamental para la firma de esos acuerdos.

Gertler comenzó su negocio de comercio de diamantes poco después de un periodo obligatorio en las Fuerzas Armadas israelíes. Su búsqueda de nueva fortuna lo llevó a la República Democrática del Congo en 1997, cuando soplaban vientos de cambio. Kabila padre llevaba luchando en esa guerra por el Congo “libre” desde los años sesenta. Tuvo incluso un breve encuentro con el Che Guevara, que esperaba poder llevar a África central una revolución al estilo cubano. Según el Che, de todas las personas que conoció durante su campaña en el Congo, Kabila era el único hombre con “el potencial de ser un líder de masas”. Laurent Kabila necesitó más de tres décadas de lucha armada, principalmente, para afianzar el poder en el Congo. Cuando estaba en la fase final, su hijo conoció a Gertler, que aún no había cumplido treinta años. Kabila tardó dos años en restablecer un orden al menos parcial en el Congo, al que su rebelión contra Mobutu Sese Seko había dejado sumido en el caos. Necesitaba dinero y armas para lograrlo. Al parecer, el joven e ingenioso israelí sabía cómo conseguir ambas cosas. Según un informe de la ONU, propuso concederle un monopolio de comercio de diamantes a su empresa, International Diamond Industries, con el fin de convertir rápidamente los diamantes en efectivo, así como acceso a la inteligencia y material militar israelíes. Ambas cosas eran posibles, teniendo en cuenta la posición preeminente de su familia en Israel. La ONU sostiene que ese acuerdo no ha sido bueno para el Congo, ya que los mineros y comerciantes de diamantes locales prefieren venderlos de contrabando a los países vecinos, donde consiguen mejores precios en el libre mercado que bajo un monopolio, con lo que están dejando el presupuesto del Congo sin los ingresos fiscales correspondientes.

No obstante, la relación de Gertler con Joseph Kabila siguió adelante. Gertler, con el tiempo, se convirtió en el hombre de confianza para las compañías mineras que buscaban acceder a los recursos de la República Democrática del Congo. Actuó como mediador en varios tratos importantes de petróleo y minería en el país. Africa Progress Panel, la fundación de Kofi Annan, acusó en su informe a Gertler de comprar concesiones mineras infravaloradas a través de compañías inscritas en paraísos fiscales y de utilizar su estrecho vínculo con el presidente para venderlas a corporaciones extranjeras a precios de mercado. Él negó que los activos estuvieran infravalorados y adujo que los compró en épocas de inestabilidad, cuando nadie más quería arriesgar sus inversiones.

Gertler fue también coinversor, junto con Glencore, de la mayor mina de cobalto del mundo, Mutanda. Más tarde, cuando las autoridades estadounidenses sometieron a un mayor escrutinio la relación entre Kabila y Gertler, Glencore decidió comprar la participación de Gertler, que valoró en 922 millones de dólares. Fue un movimiento oportuno por parte del gigante del comercio de materias primas, porque solo diez meses después Estados Unidos sancionó a Gertler, en virtud de la ley Magnitsky, por su supuesta participación en prácticas corruptas.

Glencore, descrita a veces como “la mayor compañía de la que nadie ha oído hablar nunca”, es un actor fundamental en casi todos los mercados de materias primas y tiene una historia pintoresca que merecería un libro aparte. Desde sus humildes orígenes en la tranquila localidad suiza de Zug, se ha convertido en una organización con ingresos superiores a 215.000 millones de dólares, una cifra mayor que el producto interior bruto anual de Nueva Zelanda. Esto se debe en gran medida a Marc Rich, una figura controvertida conocida por inventar un mercado al contado para el petróleo crudo, por “comerciar con el enemigo” (léase Irán) y por recibir el indulto de Bill Clinton (algo que el expresidente calificaría luego de “movimiento político muy desafortunado”).

El movimiento de Glencore se interpretó no solo como una forma de cortar lazos con Gertler, sino también como un intento de consolidar su titularidad de los activos mineros antes del auge del cobalto gracias a los VE. Lo interesante es que, de manera repentina y poco después de la costosa adquisición, Glencore anunció que iba a efectuar labores de reparación y mantenimiento en la mina de Mutanda durante un periodo de dos años, lo que en la práctica significaba retirar del mercado el 20 % de la producción de cobalto mundial. Quizá se trató de un movimiento calculado para ayudar a aumentar los precios, tras su caída de los picos máximos de 2018, así como preservar la vida de la mina para tiempos mejores, cuando las ventas de VE empezaran a dispararse de verdad.

La minería del litio tiene también sus controversias, pero ni de lejos se parecen a los problemas que causa el cobalto. El impacto negativo de la minería del litio puede dividirse, a grandes rasgos, en consecuencias medioambientales y en consecuencias para las comunidades aledañas.

Como se ha explicado en los capítulos anteriores, el litio procede de salmuera o de depósitos de roca dura. La minería a partir de salmuera es bastante ecológica en cuanto a emisiones de CO2. La fuente de energía es el sol, que se aprovecha para concentrar el litio en los estanques de evaporación.

La principal preocupación es el efecto de la extracción de salmuera sobre el agua en las zonas que rodean el salar, pues es la que consumen los animales y las comunidades humanas. Algo que hay que saber desde el principio es que la salmuera, a pesar de ser líquida, no tiene nada que ver con el agua potable. Las salmueras, de acuerdo con su masa, son un 25 % de sal y un 75 % de agua, lo que puede parecer mucha agua hasta que pensamos que el agua del mar es solo un 3 % de sal de acuerdo con su masa, y que el agua que bebemos contiene menos de un 0,1 % de sal.

Por lo tanto, no supone un desperdicio tan grande perder esta agua tan extremadamente salada, ni siquiera en un entorno árido. Lo más preocupante es cómo afecta el bombeo de la salmuera a los acuíferos de agua potable cercanos al salar. El movimiento del agua es el objeto de estudio de los hidrólogos, que construyen complejos modelos hidrológicos. El problema es que en este momento no tenemos datos suficientes para saber con seguridad cuáles son las consecuencias. Las compañías que extraen litio recopilan datos, pero estos no son de dominio público. Aunque lo fueran, nunca sabríamos si no están sesgados. Además, nos faltarían datos de referencia para hacer la comparación.

Una de las peores situaciones previstas es que el agua potable del entorno de un salar se absorba al extraer la salmuera. Esa posibilidad parece real desde la perspectiva de una persona lega en la materia, pero no sabemos si eso es lo que está ocurriendo de verdad. En un tribunal de justicia, la persona es inocente hasta que se demuestra su culpabilidad. Cuando las compañías tratan con los entes reguladores, puede ser al contrario: la solicitud de un productor chileno de aumentar su producción de litio fue rechazada en un tribunal ambiental solo porque la compañía no pudo demostrar que los acuíferos de agua potable no iban a verse afectados.

Con el sol y el viento de los salares, los reservorios de agua adyacentes van a evaporarse igualmente, con o sin minería de litio. Esto complica aún más la cuestión de determinar los efectos exclusivos de la actividad minera.

La extracción a partir de salmuera es, en cualquier caso, un mal menor si no queremos renunciar a las baterías. La extracción de roca dura es más dañina, sin duda, pues el concentrado de espodumena que deriva de la roca debe tostarse a una temperatura de 1050 °C. Luego hay que enfriarlo, mezclarlo con ácido sulfúrico (enormemente tóxico) y calentarlo otra vez. Los procesos de calentar, recalentar y secar generan muchas emisiones de CO2.

Para las etapas de lixiviado, flotación y lavado de la producción de litio a partir de roca dura se utiliza agua dulce y, según algunos expertos, el uso total de agua en la minería de espodumena es superior al del método de extracción a partir de salmueras.

De nuevo, como en el caso de las consecuencias medioambientales en los salares, hacen falta más estudios independientes para determinar los niveles reales de producción de CO2 en toda la cadena de suministro de baterías. Sobre todo, porque el sector está cambiando a pasos agigantados. Uno de los estudios más solventes sobre la huella de CO2 del sector de las baterías, que suelen citar los medios, es la evaluación que hace Argonne National Laboratory. Se publicó por primera vez en 2012, cuando la mayoría del litio procedía aún de depósitos de salmuera, donde la extracción es un proceso alimentado por energía solar. En 2020, una proporción mucho mayor del litio que acababa en las baterías procedía de roca dura. El estudio de Argonne determinó que por cada tonelada de compuesto de litio se producen 2,5 toneladas de CO2. En la actualidad, la cantidad de CO2 por tonelada podría ser fácilmente más de siete veces superior.

Incluso en el caso de la producción “ecológica” a partir de salmuera, la cantidad de CO2 puede duplicarse, ya que el mundo de las baterías está dejando de usar carbonato de litio para pasarse al hidróxido de litio (que necesita un procesado mayor) en las baterías de ve de alto rendimiento.

También hay que tener en cuenta los efectos de los reactivos empleados en el proceso de producción a partir de salmueras. Los procesos que parten de la evaporación necesitan grandes cantidades de cal y carbonato de sodio. Este último se considera no tóxico; de hecho, se utiliza en zonas donde se producen vertidos ácidos para neutralizarlos. Aun así, hay que manipularlo con cuidado, pues su inhalación es peligrosa. La cal sirve para retirar la impureza de magnesio (perjudicial para el litio apto para baterías) y es motivo de preocupación entre los activistas bolivianos, que temen que la acumulación de montañas de lodos residuales estropee el inmaculado paisaje del salar.

Los residuos de la extracción de litio se están convirtiendo ya en un problema en Australia Occidental, donde se encuentran las mayores minas de espodumena con litio del mundo. Un problema de la minería es que siempre es un proceso invasivo. Se abre una brecha en la tierra para conseguir lo que se necesita y, sea litio o carbón, se deja tras de sí un paisaje desgarrado, lleno de agujeros y montones de escoria que hay que almacenar en algún sitio.

Dardanup, en Australia Occidental, es un precioso pueblecito situado en una fértil región vinícola. El paisaje es de lo más pintoresco. Desde que empezó el auge de la minería de litio, la zona situada justo en las afueras del pueblo se convirtió en el destino final de la escoria de la mayor mina de espodumena con litio del mundo. El plan es verter allí 600.000 toneladas al año de residuos procedentes del procesamiento del mineral. No hace falta decir que la población local no está contenta.

Cuando subimos en la cadena de valor, hasta la fase en la que los materiales para baterías se convierten en materiales de cátodo, el corazón de las baterías de iones de litio, el problema de las emisiones de CO2 continúa. Los precursores de los materiales de cátodo deben calcinarse (es decir, calentarse a temperaturas altísimas), muchas veces, en enormes hornos que nunca se apagan (porque encenderlos y apagarlos no sería rentable).

Tanto el procesamiento del concentrado de espodumena como la producción de materiales de cátodo están dominados por China, y la contaminación generada se convierte, en efecto, en un problema chino. China es el mayor emisor mundial de CO2, responsable de alrededor del 30 % del total mundial. Al examinar el problema de las emisiones de carbono, hay que verlo desde la perspectiva de la escala y la intensidad. Por ejemplo, las cantidades de hidróxido de litio o materiales de cátodo producidas en China no se acercan a la cantidad de cemento que está alimentando el auge de la construcción del país.

Las cantidades de hidróxido de litio producidas en China en 2019 se estimaban en 76.000 toneladas. Si partimos de una media de 15 toneladas de CO2 por tonelada de hidróxido de litio, esto suma hasta 1,1 millones de toneladas de CO2 vertidas a la atmósfera. Al mismo tiempo, China produjo 2.250 millones de toneladas de cemento. La producción de una tonelada de cemento es siete veces menos contaminante, en términos de emisiones de CO2, que la producción de hidróxido de litio (aunque cualquiera les dice eso a los fabricantes de ve que promocionan sus vehículos con lemas de cero emisiones). Aun así, el hidróxido es responsable de menos del 0,01 % de las emisiones de CO2 que genera el cemento en China.

Sin duda es posible hacer más para que la cadena de suministro de las baterías, desde la mina hasta el producto final, sea más sostenible. Pero al final los ve solo serán tan ecológicos como la electricidad que los mueve. La red eléctrica china funciona sobre todo con carbón, que representa cerca del 65 % del mix de generación de electricidad. Las renovables constituyen un 28 %, la nuclear un 5 % y el gas un mero 3 %, según los datos de la Agencia Internacional de la Energía relativos al primer trimestre de 2020. Por comparar, en 2020 Alemania generó el 24 % de su electricidad a partir del carbón. La combustión del carbón es especialmente sucia, porque genera hasta el doble de CO2 que otros combustibles fósiles.

En los últimos años, China ha sido responsable de casi la mitad del crecimiento de la capacidad de energías renovables en todo el mundo. Sin embargo, teniendo en cuenta que su sed de energía viene estimulada no solo por la mayor población del mundo sino, y aún más importante, por su gigantesca base industrial, será muy difícil alcanzar unos niveles que se acerquen a los de una economía mucho más ecológica pero a la vez muy industrializada, como, por ejemplo, la alemana. Puede incluso aducirse que, sumando la generación de energía a partir del carbón en China y el proceso de producción de las baterías, los ve están igualados con los coches convencionales en términos de CO2 por kilómetro, si es que no son más contaminantes.

Pero, de nuevo, se trata de un panorama cambiante. En 2012, en Estados Unidos, menos de la mitad de la población vivía en zonas donde el VE medio produjera menos emisiones que un vehículo de alimentación convencional con un consumo económico de combustible. En 2020, casi todo el mundo vivía en una zona así. El tipo de coche eléctrico que se conduce y el lugar del mundo en el que se está determinan en gran medida cuánto menos se emite en comparación con el uso de un coche de gasolina. A veces, el cambio que se consigue en términos de emisiones de gases de efecto invernadero puede ser tan mínimo que resulte frustrante. Pero, por ejemplo, con un modelo nuevo de Tesla en California, la huella de carbono puede ser hasta un 60 % inferior que la del coche de gasolina más eficiente.

Sin embargo, no son solo las economías emergentes las que tienen un problema de contaminación del medio ambiente por culpa de la energía derivada del carbón. La cuna de la tecnología de las baterías, Japón, por lo demás un país líder en las tecnologías más punteras y responsable de grandes innovaciones en semiconductores, robótica, química especializada y materiales avanzados, funciona en buena medida con carbón. Casi un tercio de la electricidad que se genera en Japón procede de este combustible. La relación de Japón con el oro negro es complicada. El petróleo fue su principal fuente de energía hasta la década de 1970, cuando los miembros de la OPEP aplicaron un embargo sobre los países que apoyaban a Israel en la guerra del Yom Kippur, Japón entre ellos. Desde entonces, el carbón ha sido una fuente fundamental para producir electricidad en Japón, con el apoyo de la energía nuclear, que por supuesto perdió todo su atractivo tras la catástrofe de Fukushima. A Japón se le puede perdonar el carácter relativamente modesto de sus avances en el frente de las energías renovables por la geología del país, con un territorio accidentado poco apto para los paneles solares y un lecho marino muy profundo cerca de sus costas, que dificulta la instalación de campos eólicos. No parece que la estructura del mix energético de Japón vaya a cambiar a corto plazo. Hasta 2025, está prevista la construcción de otras veintidós centrales eléctricas alimentadas con carbón.

Pero sería un error centrarse solo en los motores de los coches como fuente de gases de efecto invernadero. El CO2, incluso en cantidades relativamente altas, no tiene consecuencias reales sobre la salud humana. No puede decirse lo mismo de las partículas en suspensión (PN, por sus siglas en inglés) y el dióxido de nitrógeno que también se expulsan por los tubos de escape. Los motores modernos son una fuente de partículas PN 2,5, extraordinariamente nocivas. Tienen una anchura igual o inferior a 2,5 micrómetros, por lo que pueden atravesar los sistemas naturales de defensa del cuerpo situados en la nariz y los pulmones, preparados para filtrar partículas más grandes. Aunque el cambio climático es, por definición, global, y hay que prestar atención al nivel sumado de emisiones para solucionarlo, en realidad, desde una perspectiva sanitaria, es muy importante si hay más o menos VE circulando en nuestro barrio. La contaminación por dióxido de nitrógeno permanece en el aire menos de un día y no se mueve mucho. Al mismo tiempo, hasta la partícula en suspensión más pequeña se propaga a solo unos metros de su origen. Debido a su tamaño, les resulta fácil llegar al torrente sanguíneo, con su contenido en metales recubiertos de gasolina o diésel. Estas sustancias son carcinogénicas y guardan relación con la aparición o agravamiento del asma. Los estudios existentes apuntan a una reducción de la capacidad pulmonar en los niños que se crían en zonas con niveles de dióxido de nitrógeno y PM muy por encima de la norma. Así que, aunque no podamos tener la absoluta certeza de que con la compra de un VE estemos contribuyendo a frenar el calentamiento global, sí que sabemos que estaremos mejorando la calidad del aire que respiramos nosotros y nuestros hijos.

Hay más metales, aparte del cobalto y el litio, que resultan necesarios para el funcionamiento de algunos de los tipos de baterías más habituales. El grafito es fundamental para la producción del ánodo (el electrodo negativo de la batería), mientras que el níquel desempeña un papel muy importante en el cátodo, el electrodo positivo en las baterías de NCM. Elon Musk, de hecho, ha señalado que el nombre “batería de iones de litio” era poco apropiado, porque, según él, en la batería que alimenta los Tesla hay mucho más níquel y grafito que litio. Los mercados de níquel y grafito, sin embargo, están impulsados sobre todo por aplicaciones que no tienen que ver con las baterías, como la producción de acero. El níquel mejora la dureza, resistencia y protección contra la corrosión del acero, mientras que el grafito se utiliza como agente protector en lingotes de acero y también para revestir altos hornos metalúrgicos. El uso del níquel en las baterías representa alrededor del 3 % de su demanda total, lo que equivale a casi 2,5 millones de toneladas. Por lo tanto, para la mayoría de compañías mineras de níquel y grafito, el sector de las baterías es una fuente de demanda nueva y apasionante, pero, desde una perspectiva más general, no tiene mucha importancia. Lo que complica aún más el asunto es que no todo el mundo del sector del níquel o el grafito tiene un producto que sea apto para el sector de las baterías, porque estas no necesitan níquel tal cual, sino sulfato de níquel, un derivado procesado de este que hasta hace muy poco tiempo ha sido un producto específico muy poco conocido.

No es que sea una competición, pero el impacto medioambiental de los sectores del grafito y el níquel parece superar al del cobalto y el litio. El grafito, casi la misma sustancia que encontramos en los lápices, es una forma de carbono, y todo lo que tiene que ver con el carbono es, por definición, sucio. El grafito puede extraerse y también producirse de manera artificial. Para las aplicaciones de baterías, ambos métodos son viables, aunque el grafito extraído resulta mucho más barato y, por lo tanto, es la primera opción para los productores de materiales de ánodo. Con independencia del método escogido, el grafito suele darse en forma de copos y, para poder utilizarlo en los ánodos, hay que moldearlo y purificarlo. Como suele ocurrir, la extracción es más fácil que el paso posterior de procesamiento químico. China es, de lejos, el mayor extractor y procesador de grafito. Mozambique entró en escena hace relativamente poco tiempo como gran exportador de grafito, gracias a una mina que se está explotando allí con la mirada claramente puesta en las baterías. Los alemanes inventaron el paso del procesamiento químico, pero no se preocuparon de patentarlo, así que los actores chinos tomaron la iniciativa y se hicieron con el control de casi toda la producción mundial de grafito. A los países desarrollados no les importó mucho, porque el proceso es contaminante, y los márgenes, bajos. China pudo mejorar los márgenes empleando mano de obra barata donde suelen utilizarse máquinas. Además, no rechazaron el uso de ácido fluorhídrico en grandes volúmenes, que es parte del proceso. En el pueblo chino de Mashan, uno de los puntos clave en el mapa del sector chino del grafito, algunos habitantes están claramente orgullosos del camino elegido. Hay vallas publicitarias que lo promocionan como material ecológico y de alta tecnología que ayuda a impulsar el cambio.

Quizá el cambio es para mejor, pero no en Mashan. El distrito tiene ese tipo de paisaje que suele asociarse a China. Parece sacado de un pergamino pintado: campos de arroz entre los que asoman las típicas colinas verdes redondeadas. Mashan vivía de la agricultura y el turismo antes de que se instalaran allí las plantas de procesamiento de grafito. Los habitantes tardaron algún tiempo en percibir los signos visibles de la producción de este material. El aire se volvió tan denso por culpa del hollín que la luz, al reflejarse, provocaba destellos por la noche. Los cultivos empezaron a verse afectados, y el agua de muchos de los pozos situados junto a las casas, que se habían estado usando durante siglos, se volvió no apta para el consumo.

“El cielo está muy alto y el emperador muy lejos”, dice el centenario proverbio chino. Los sitios como Mashan, donde se extraen o procesan materias primas, están muy alejados de los centros de poder. Y también están muy lejos de donde se encuentran los medios, las ONG y las autoridades independientes de las camarillas locales.

Los periodistas del Washington Post que dieron a conocer al mundo los problemas del grafito en Mashan describieron el ambiente de intimidación de la zona. Mientras recorrían el pueblo haciendo preguntas, tenían la sensación de que los estaban siguiendo. Para los lugareños, señalarse públicamente o incluso hablar con la prensa era un asunto arriesgado. Podría pensarse que el peligro real era muy improbable, pero sirva de advertencia el famoso caso de un analista que investigaba a una compañía china dedicada a la minería de plata por hacer ventas en corto. Quienes hacen ventas en corto toman prestadas acciones de compañías que creen que están sobrevaloradas y las venden de inmediato a un precio alto. Luego esperan a que otros participantes del mercado lleguen a la misma conclusión para volver a comprar las acciones al precio inferior, y beneficiándose de la diferencia. A veces contribuyen al proceso de rebaja del precio publicando informes con sus argumentos en contra de la empresa señalada como objetivo. Diversas empresas procedentes de China, en busca de capital en los mercados bursátiles occidentales registrándose y cotizando en Occidente, no tardaron en granjearse mala fama al publicar informes anuales o trimestrales demasiado optimistas (por decirlo con delicadeza).

El analista bursátil canadiense Kun Huang hizo un gran esfuerzo por verificar los datos publicados en los informes de Silvercorp. Viajó hasta un pueblecito de la provincia de Henan, donde grabó a los camiones que salían del recinto de la mina para comprobar el volumen de mineral enviado. También recogió el material que se caía de los camiones para someterlo a un análisis de calidad independiente. Y luego hizo públicas sus conclusiones, en las que cuestionaba el rendimiento de la compañía. Cuando esta avisó a las autoridades locales de las actividades de Huang, lo arrestaron, le prohibieron salir de China y luego lo condenaron a dos años de cárcel. Había cometido “el delito de ensombrecer la credibilidad empresarial y la reputación de un producto”, según la información recibida por el New York Times. Se trata de una acusación intolerable para una actividad que, en última instancia, lleva a mejorar la información y la transparencia relativas a los mercados de capitales.

El último elemento clave para el funcionamiento de una batería de ve de gran capacidad energética es el níquel, que contribuye lo suyo al perjuicio medioambiental, también fuera de China. Para ilustrar la gravedad de sus efectos, podemos fijarnos en la localidad ártica rusa de Norilsk, donde hubo una mina de níquel y también una central de refinado. Se la llegó a considerar la ciudad más contaminada de Rusia y, de hecho, del mundo, hasta que la central de fundición cerró en 2016. Mientras tanto, la explotación había estado escupiendo más de un millón de toneladas de dióxido de sulfuro al año. La contaminación era tan intensa que, a veces, los habitantes se notaban un sabor sulfúrico en la boca, solo por respirar el aire de Norilsk.

En la actualidad, Norilsk Nickel destina cuantiosas inversiones a aumentar su sostenibilidad, en parte debido a las presiones medioambientales de la administración rusa y en parte como requisito para acomodarse a las expectativas de los inversores. Hoy en día, es más habitual que los grandes fondos de inversión deban seguir el mandato de invertir en títulos que tengan una buena valoración por sus méritos medioambientales. Aun así, pueden producirse accidentes. En 2016, el río Dalkydan, cerca de Norilsk, adquirió un color rojo bíblico. Las fuertes lluvias provocaron un vertido por encima del dique de filtración de la mina.

Las dos mayores potencias mineras del mundo, Indonesia y Filipinas, abordan de manera distinta sus respectivos sectores del níquel. Indonesia trata de posicionarse como núcleo de producción de baterías y ve, con la esperanza de erigirse algún día en proveedora de los ricos mercados de Australia, Corea del Sur y Japón. Hasta hace poco, Indonesia extraía níquel y lo enviaba a China para su tratamiento. Ahora quiere llevar a cabo todo el proceso, de valor añadido pero de gran coste medioambiental, en territorio nacional.

Por otro lado, el presidente de Filipinas, el autoritario Rodrigo Duterte, ya ha amenazado con “matar a impuestos a las empresas mineras” si no introducen prácticas más limpias. Bajo su mandato, se clausuraron las actividades de veintiocho de las cuarenta y una compañías mineras del país a resultas de sendas auditorías medioambientales. Las minas representaban la mitad de la producción de níquel de Filipinas y, al parecer, se cerraron por contaminar ríos y campos con laterita, una sustancia roja con alto contenido en níquel.

Los dos países son famosos por su biodiversidad, sus selvas tropicales vírgenes y sus arrecifes de coral, donde habita el pez payaso (el personaje principal de la conocida película Buscando a Nemo). En ese contexto, quizá la táctica más chocante sea recurrir al vertido de escoria en las profundidades marinas (una práctica en la que las compañías arrojan al mar los residuos de la extracción o el procesamiento). En Indonesia ya hay compañías que hacen eso, y parece ser que las empresas mineras de níquel con previsiones de construir plantas de fundición quieren valerse también de ese método. En enero de 2020, dos productores de níquel presentaron planes para recurrir al vertido de escoria en las profundidades marinas ante el Ministerio indonesio de Coordinación de Asuntos Marítimos y de Inversión. Estamos hablando del posible vertido de millones de toneladas de residuos en las aguas del Triángulo de coral a través de una red de tuberías a profundidades de 150‐250 metros.

Pero en Indonesia no todo el mundo está tan contento con la economía de las baterías como la administración. Los habitantes de la isla de Kabaena, sabedores de que lo que tienen bajo sus pies es níquel (el color rojizo de la isla no deja lugar a dudas), inscribieron la tierra de sus ancestros como pueblo turístico. El miedo a que las empresas mineras se instalen allí les sirve de acicate para conservar su carácter indígena; por ejemplo, mediante la organización de un festival anual, aunque el nivel de interés de los turistas sea bastante modesto.

Cuando de minería se trata, es casi imposible que no haya perjuicios. Es un sector dañino por definición, ya que solo con la fuerza bruta se pueden aprovechar los tesoros naturales de la Tierra para construir nuestra civilización. Como sociedad, dependemos en grado extremo de los sectores de la minería y el procesamiento de sustancias químicas. Casi todos los objetos materiales que tenemos y usamos a diario parten de elementos que proceden de la tierra o han pasado por algún tipo de procesamiento químico. Las baterías, debido a su nivel de complejidad, no son menos. Lo importante es la información y la vigilancia. Necesitamos datos objetivos para tomar decisiones fundamentadas y, en la mayoría de los casos, desde una perspectiva medioambiental, para elegir el mal menor. También necesitamos una supervisión independiente con instrumentos, en caso de que haga falta, para aplicar sus dictámenes. Esto, hoy en día, no existe. La sociedad en general está muy desinformada y es muy vulnerable a lemas ecologistas con poca sustancia.

Lo destacable es que existe una comunidad global de friquis, inconformistas y emprendedores que buscan nuevas vías para limitar el impacto medioambiental. Tal vez no renuncien al procesamiento químico, pero al menos quieren eliminar la parte de la extracción. En el próximo capítulo abordaremos el tema de la transformación de la minería de recursos minerales en minería urbana.

 

Este fragmento corresponde a un capítulo de La guerra de las baterías. La batalla geopolítica por el control de las minas de litio y el dominio de la nueva revolución energética que, con traducción de Silvia Moreno Parrado, ha publicado Errata naturae.

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