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La guerra que no es guerra

 

Al presidente Zapatero y a su gobierno les ha salido el lado pudoroso y hacen esfuerzos denodados por decir que lo que está ocurriendo en Libia no es una guerra. La razón es clara, un gobierno que ha fanfarroneado con su pacifismo para demonizar al anterior del PP tiene ahora problemas para justificar el envío desde el primer día de unos efectivos que van a una contienda en la que está inevitablemente pereciendo gente de forma creciente. El intento es claro, los otros hacen guerras, nosotros hacemos intervenciones humanitarias puras y virginales.

 

En su malabarismo verbal no están solos. Los portavoces de Estados Unidos también marean la perdiz. Obama estuvo en contra de la de Irak, tiene aún dos conflictos entre las manos, Afganistán e Irak, y no encuentra apetecible dar la impresión de que está en una tercera contienda. Tratando de maquillar el tema, un consejero nacional de seguridad yanqui explicaba ayer que se trataba “de una acción militar kinética”. El adjetivo kinético sirve aquí para tapar las vergüenzas, se evita la palabra guerra pero se sugiere que estamos ante algo no latente sino activo. El epíteto ya es comentado con sorna en los círculos periodísticos estadounidenses que recuerdan que las fuerzas americanas ya han lanzado unos 174 proyectiles tomawak, que destruyen complejas instalaciones y causan inevitablemente bajas, y que los Estados Unidos llevan ya gastados más de 360 millones de dólares. La cuenta económica para ellos y para nosotros sigue subiendo. 

 

Un articulista arguye que la confusión en el lenguaje es producto de la confusión en el pensamiento y pone como ejemplo el objetivo de la intervención. Obama dice que el objetivo político de Estados Unidos es desalojar a Guedaffi del poder para añadir acto seguido que la finalidad de la intervención militar no es desalojar a Gadafi.

 

Unir el derrocamiento de Gadafi a la incursión bélica en Libia es tabú porque la resolución de la Onu no tocaba el tema del cambio de régimen y los aliados temen soliviantar a los miembros más reticentes de la coalición, entre estos Turquía y Alemania. Obama, por ello, intentará explicar hoy en una Universidad los objetivos y el alcance de la participación pero no lo tiene fácil. Le llueven los alfilerazos de derecha e izquierda. Michael Tomasky en The Guardian, un periódico normalmente crítico con las aventuras guerreras, muestra su indignación: “Usted es presidente. Inicia una guerra. Aceptado que no es una gran guerra pero está mandando americanos a un sitio en el que pueden morir. ¿Y no va a la tele y explica a los americanos por qué tomó esa decisión?” .

 

El pueril deseo de no llamar a las cosas por su nombre hace crecer la incredulidad en el tema de fondo, es decir en las motivaciones de la intervención. Igual que hace años, en la guerra de Irak, se extrajo la precipitada conclusión de que lo de las armas de destrucción masiva era una patraña inventada por Bush como coartada, aunque la totalidad de los servicios de inteligencia del mundo e incluso algunos generales iraquíes pensaban que Sadam Husseim no las había destruido, ahora empieza a aflorar la idea de que la massacre y el ametrallamiento de sus ciudadanos por Guedaffi es también una pamema de la coalición para justificar la intervención.

 

Por intentar camuflar lo incamufable (que estamos en guerra) se siembra la duda sobre algo que parece justificado, la intervención para derribar a un déspota, opresor y cruel.

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