Tengo una amiga que no pocas veces me ha hablado de la superioridad intelectual de los asiáticos con respecto a los occidentales, como si los españoles tuviéramos algo que ver con los daneses o los mongoles con los camboyanos, en esa estupidez continua de aunar por cualquier cosa, ya sea de izquierdas o de derechas, así como con los gordos y los famélicos. Ella se descubre ante la inteligencia supina de los chinos, que bajo mi punto de vista llevan copiando cuatro décadas y robando propiedad intelectual casi la mitad de ese tiempo gracias al asunto donde sí que son realmente una potencia: las estafas informáticas y el espionaje industrial y a naciones.
Porque coinciden en el tiempo dos asuntos donde China, como país y pueblo, copa portadas de hasta medios regionales europeos como Bélgica: un país occidental, por poner sólo un ejemplo, donde el fallo de la Corte de Arbitraje Internacional de La Haya ha venido a decir que China en su puta vida ha tenido derechos históricos sobre el mar de China Meridional y que hasta esos medios terciarios belgas tratan el asunto como algo de sumo interés. Qué importante es que esta patada en la espinilla al gigante con pies, rodillas y cintura de barro se trate con importancia hasta en medios locales de, por poner otro ejemplo, Polonia, cuando la prensa en China –y sus escasísimos lectores– campan en una desinformación continua que les hace creerse que el mundo exterior, al unísono, les ataca: por envidia e injustamente.
El otro caso a tratar es el de la eficacia. Porque si los rusos, en el paleolítico de la tecnología, lanzaron su primera estación espacial (la Soliut), allá por el año 1971, el gobierno chino, ya en 2016, o sea, 45 años después, se prepara para la caída libre de su primera estación espacial (la Tiangong) que fue puesta en órbita en 2011 y que desde hace semanas anda a la deriva en otra clara demostración de las calidades y caducidades de todo lo que ellos producen; como era de esperar si nos atenemos al currículo de los gestores de aquel país donde se ha invertido infinitamente más en copiar y en robar secretos de Estado antes que en creatividad e innovación. Aún Pekín no reconoce que ha perdido el contacto con su primer intento de estación espacial. Conociéndoles, esperarán hasta el último segundo para emitir alguna nota oficial.
Por otro lado, tras la resolución de La Haya, se confirma lo que ya todos sabíamos: que China viola sistematicamente la soberanía de Filipinas con respecto a su zona económica exclusiva y su plataforma continental, cuando en sí lo hace o lo intenta con cualquier país fronterizo, ya sea por tierra, mar e incluso aire. Gracias Mao por haber sembrado tanto bien. Cuando escasee el papel higiénico espero que su detestable Libro Rojo sea utilizado para retirarnos esos restos de heces que tanto molestan en general.
Aunque lo que realmente es la prueba de fuego de la que se nos avecina ha sido la respuesta taxativa de la banda terrorista que gestiona ese país de manera dictatorial suprema, desde hace ya más de medio siglo: “China no reconoce esa jurisdicción internacional en este caso y no piensa acatar la sentencia”. Xinhua, su agencia de noticias oficial, algo así como la T.I.A (Técnicos de Investigación Aeroterráquea) como agencia de espías teniendo en cuenta que allí trabajan, entre otros, Mortadelo y Filemón, ha remarcado el asunto con la clásica chulería del que se cree el más fuerte y no lee libros: “Decisión infundada que queda, naturalmente, nula y sin validez”. El Ministerio de Defensa chino ha comentado que “sus tropas harán todo lo que sea necesario para salvaguardar la soberanía y seguridad estatales”. Debe saberse que el plan de China consiste en manejar las aguas que existen a escasos kilómetros de países como, Filipinas, cuando sus costas distan de las chinas cientos de kilómetros. Algo así como si España dijera que a doce kilómetros de Marsella esas aguas les pertenecen.
China, además de hurtar islas y miles de kilómetros de mar, ha obsequiado a la futura humanidad con la rotura de buena parte de los arrecifes de coral de algunos islotes filipinos en los que ya han entrado a tropel. A sumar el expolio general en otras islas donde directamente han levantado edificios y hasta un aeropuerto. Por lo que no diga China, diga Ndrangheta, la mafia calabresa que afortunadamente no dirige países gigantescos desde hace más de sesenta años como sí que lo hacen los de PCCh –las siglas de la infamia tanto para los de dentro como para los de fuera de China– el cual actúa de maneras muy similares a los de la mafia calabresa.
Hace ya años que el hábil corresponsal que aparte de un hermoso flequillo posee el mismísimo telón de acero en su cabeza, y hablo del ilustre Rafael Poch, abogaba de manera dantesca por reconocer que China llevaba razón en toda esta invasión en terrenos ajenos. Y toda esta teoría él la basaba en que si no fuera así China no tendría salida directa al océano sino fuera pasando por las aguas territoriales de otros países. Luego hay un señor ultramillonario en Islandia –chino, por supuesto– que se quejó porque el gobierno de aquel país le negó la compra de un espacio gigantesco cercano al Polo Norte donde China, gracias a Dios, no tiene acceso, ni por tanto, posesiones. Camuflándolo en un centro de ocio –en Islandia, donde nueve meses al año estarían sus moradores bajo la nieve y el hielo– China quería, a través de Islandia y a cambio de casi todo el dinero del mundo, poder levantar una base desde donde meter la nariz en una tierras que salen a flote gracias a la subida de las temperaturas. Afortunadamente 300.000 islandeses superan en dignidad a 1.400.000 millones de chinos. En España habría ocurrido exactamente lo contrario.
Tras el fracaso de apariencia infantil con su primera estación espacial, que según donde caiga podría convertirse en apeadero de trenes, la sociedad mundial debería encararse con China y exigirle unos mínimos en cuanto a humanidad, dignidad, respeto y sabiduría.
Porque igual que hay delincuentes, que por peligrosos, no deberían salir de la cárcel, hay países que deberían permanecer en un eterno ostracismo a la hora de tomar decisiones vitales que no sólo a ellos les afecten. Porque China es a la vida lo que el cianuro a un Dry Martini.
Joaquín Campos, 14/07/16, Bangkok.