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La Historia, o aquella puta pobre de la familia

 

La Historia, así en mayusculas, o la historia, disminuida y vulgar, es compañera molesta. A los vencedores les gusta, porque repiten las mentiras hasta creer ellos que todo aconteció, que las gestas y los próceres fueron de hecho y hueso. A los perdedores les está vetado escribir esos libros y son condenados -junto a sus renuevos- a la lectura incesante de las páginas de la hegemonía -ya se sabe: si no te gusta, toma dos tazas-.

La Historia -elijan ustedes la altura de la hache útil- se gesta en los campos de batalla o en los tribunales, que cosa tan seria no puede quedar al viento que fustiga las plazas públicas o a la calma de los cafés de tertulia. Los mentideros, en un claro error histórico, quedaron excluídos del listado de fuentes confiables, y los prostíbulos, donde tantas historias se han cocinado, fueron relegados a la condición de Materia Confidencial. Y así es, la Historia es la puta pobre de la familia, la más interesante, divertida y nostálgica, la que ha puesto al descubierto varias veces las miserias de los conocidos, la que conoce las venéreas tendencias de los protagonistas que pasan por su cama y, casi más importante, de los que se han quedado sin pasar. Nadie la nombra en las comidas del domingo, todos se acuerdan de ella pero nadie habla de ella en un ejercicio amnésico preciso para seguir viviendo creyéndose limpio de tales «inmundicias».

Pero la puta pobre casi siempre tiene más dignidad y clarividencia. Inspira a escritores sin nombre que se refugian en sus pechos carcomidos por babas tristes y desdentadas, es el descanso de los revolucionarios sin camisa que se sienten arropados por las caricias casi sinceras de esa puta fiel a los amigos sin poder para comprarla, provoca la ira de las mujeres abandonadas en camas sin sábanas de amor y las hace mirarse en el espejo de la verdad… Así es la Historia, nunca reconocida, siempre por escribir, cada noche con un nuevo cuerpo, cada mañana con una  resaca diferente.

En España, estos días, la puta se ha vuelto incómoda. Hablar de franquismo, de barbarie, de incivilización se ha vuelto una afrenta en el almuerzo de estos europeos de medio pelo que parece que hubieran inventado la democracia. Siguen vivas muchas de sus víctimas, siguen vivos muchos de sus verdugos, pero pareciera que se hablara de una memoria remota en la que nadie ha tenido que ver. Claro, que España es un extraño país donde se condecora a los franquistas y se hace referencias a los protagonistas de la transición, la puta mayor de la Historia, de la que jamás se puede sacar a relucir que adolece de verdad mientras la sífilis de lo encubierto la devora.

Desde Otramérica, observan los hechos -Garzón será un protagonista de telenovela hasta el final de sus días- con la sorpresa del que se siente decepcionado por la madrastra. Acá se aprendió a guardar bien los cadáveres en los armarios, tal y como enseñaron los conquistadores. Los bicentenarios se celebran imitando las Exposiciones Universales, vaciados de todo contenido, de toda reflexión, de toda memoria. Los próceres, casi todos manchados de sangre y de mentira, pasean orgullosos en procesión y algunos de los ignominiosos dictadorzuelos del siglo XX asisten a los cocteles encantados de haberse conocido y de saludar a los «vargasllosa«, «felipegonzález» y «enriqueiglesias» del momento. Los intelectuales críticos brillan por su silencio y las tribunas son copadas por oradores de medio pelo que reparten elogios como quien escupe desprecio.

Quizá una manera de hacer Historia sea reventando actos tan inútiles y costosos como lesivos para la inteligencia. Boicotear todos los congresos y encuentros sobre los Bicentenarios y otras liberaciones a medias. Y si quieren empezar, pueden hacerlo con el V Congreso Iberoamericano de Nuevo Periodismo (nuevo ¿qué?) consagrado a los Bicentenarios y que reunirá en Comillas (Cantabria, España) a todos los que esconden a la puta pobre de la familia: Ernesto Samper, Enrique Iglesias, Felipe Calderón o José Luis Rodríguez Zapatero, los representantes de todas las empresas que han emprendido la violenta y silenciada reconquista de América (Telefónica, Repsol, Iberdorla, Banco Santander o BBVA, entre otros) y a todos los medios de comunicación que representan a la oligarquía y a la historia de los vencedores de uno y otro lado del Atlántico (El Universo de Ecuador, El Comercio de Lima, Folha de Sao Paulo de Brasil, ABC de España, El País y la agencia oficial EFE, entre otros).

Mientras nos sigamos mintiendo sobre lo que somos es difícil que podamos crear una relación difernte a la de tutelaje y desprecio. Pobre mi puta pobre, seguirá siendo el refugio de nosotros, los que preferimos caminar en la periferia de la Historia.

 

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