Pasado el momento de infarto de los escrutinios, pasadas las
primeras reacciones políticas, llega la hora de sentarse a pensar, hacer cálculos,
mirar los mapas, buscar apoyos, negociar alianzas. Es la hora de jugar al
ajedrez. El oficialista Partido de los Trabajadores, al margen de los
porcentajes que negaron a Dilma Rousseff la mayoría absoluta, ha obtenido una
clara aprobación al Ejecutivo de Luiz Inácio Lula da Silva y ha consolidado su
apoyo territorial. Brasil votó continuidad, pero concedió mejores números al
PT. La coalición de nueve partidos con la que Rousseff acudió a las urnas contaría a partir de enero de 2011 con mayorías más holgadas en las dos
cámaras legislativas. Y se han obtenido importantes victorias en los gobiernos
estaduales, como el de Rio Grande do Sul, aunque otros, como São Paulo –el
mayor colegio electoral y responsable de un tercio del PIB brasileño-, siguen
resistiéndole a los de Lula.
Ocurre que el sorprendente volumen de votos de Marina Silva,
19 millones de sufragios de los que es difícil saber a dónde se dirigirán,
vuelve más indescifrables los datos de la primera vuelta y dan un protagonismo
inesperado a la candidata del Partido Verde. Marina estaba exultante el lunes,
y tenía motivos para ello. No consiguió que esa ‘ola verde’ de la que habló en
la recta final de campaña la llevara hasta el balotaje, pero ha superado las
expectativas de los más optimistas. Mientras, el centro-derecha se va
perfilando como el claro perdedor de estas elecciones. En parte, por el pobre
rendimiento en campaña de un Serra que llega a segunda vuelta gracias a Silva,
y no por méritos propios. Dicen que la derecha lo tiene ya en el punto de mira:
será el chivo expiatorio cuando pasen unos comicios en los que, lo venda como
lo venda la prensa de São Paulo, los números cantan: el pueblo brasileño está
con Lula. El PSDB, el partido de Serra –que de socialdemocráta no tiene mucho
más que el nombre-, y sus aliados Demócratas –DEM, la formación heredada de la
dictadura militar- han perdido 37 asientos en el Congreso de los Diputados.
Desconfío de los políticos, qué decir de los partidos, que
se dicen al margen de la clasificación izquierdas/derechas, pero tal vez, a fin
de cuentas, Marina Silva salve este proceso electoral de golpes bajos,
mediocridad en el debate y extravagancias al estilo del payaso Tiririca, ese que
se ha convertido en el diputado más votado de Brasil, con 1,3 millones de
votos, con el eslogan: ‘Vótame que a peor no vamos a ir’ (no encuentro
traducción mejor para ese sublime: ‘Vota Tiririca, pior do que tá não fica’). Es
quizá demasiado optimista, pero ojalá Marina consiga colocar en el debate,
avalada ahora por su masivo e inesperado apoyo electoral, asuntos como la
protección de la selva amazónica, la necesidad de un nuevo estilo de política
más transparente y honesto o la inversión en sanidad y educación.
Y luego están las encuestas. Volvieron a fallar. ¿Por qué
seguimos creyendo en ellas? ¿Cómo es posible que, con más del 46% de los sufragios,
el mismo porcentaje que alcanzó Lula en segunda vuelta, y 14,5 millones de
votos más que Serra, las altas expectativas creadas por los sondeos hayan
derivado en un sentimiento de frustración por parte de dirigentes y militantes
‘petistas’? La política es un tablero de ajedrez enrevesado. Insisto:
no dejemos que nos arrebaten nuestra parte. Los peones también juegan.