El ensayista José Emilio Burucúa ubicó la destrucción –la semana pasada, en la ciudad de Mosul– de una serie de piezas de inmenso valor a manos de las milicias del Estado Islámico (EI), como una pérdida irreparable, y como un episodio más en la historia de la iconoclastia, es decir, del odio a las imágenes, bajo la sospecha de que la vista de la estatua del dios que se adoraba suponía un poder simbólico por el cual los comitentes estarían en al amparo de un poder durante sus vidas y sus muertes.
El especialista nació en Buenos Aires en 1946. Doctorado en Filosofía y Letras por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Profesor visitante en la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de París. Investigador del Instituto Getty (California), y de institutos de Florencia y Berlín. Es miembro de número de la Academia Nacional de Bellas Artes y profesor de Historia Cultural en la Universidad Nacional de San Martín (Unsam). Su último libro publicado es Cómo sucedieron estas cosas. Representar masacres y genocidios, publicado por la editorial Katz, en coautoría con Nicolás Kwiatkowski.
¿Cuál es el valor geológico, arquitectónico e histórico de las piezas destruidas por los yihadistas? ¿Sabe usted si eran piezas únicas?
El valor estético e histórico es inmenso. Fueron dos grupos de piezas las destruidas. a) Unos toros alados de los siglos IX a VII antes de Cristo, figuras apotropeicas de gran belleza y calidad de tallado y cincelado de la piedra. Por fortuna, hay otros ejemplares de igual magnificencia en el British Museum, en el Louvre y en el Neues Museum de Berlín. b) Unas figuras, más antiguas, de orantes (primera mitad del segundo milenio antes de Cristo), que eran estatuas puestas por los fieles a la vista de la estatua del dios al que adoraban. Se les asignaba un poder simbólico, casi mágico, por el cual los seres humanos representados estarían en presencia del numen a perpetuidad, durante sus vidas y después de la muerte. Los energúmenos del EI liquidaron cualquier aspiración de eternidad de los comitentes. Existen piezas semejantes en el Museo de Bagdad, también en el British y en el Louvre.
Hubo episodios previos, a lo largo de la historia, pero éste parece incorporar una dimensión de representación, o mejor, de exageración teatral. ¿Es así? Si como se dice, entre los miembros del EI hay muchos jóvenes formados en Europa, parece difícil que ignoren el valor de ese patrimonio.
A decir verdad, la cuestión económica e incluso la cuestión moral de la preservación del patrimonio me parecen temas secundarios. Hay que incluir estos episodios más bien en la larga historia de la iconoclastia, es decir, el odio a las imágenes, fundado en las sospechas acerca del poder que ellas podrían ejercer sobre las conciencias de quienes adoran a un dios espiritual y trascendente. Cualquier veneración hacia representaciones de ese dios implicaría transformarlo en un ídolo y limitar nuestros conceptos de su grandeza. Por ello, la religión mosaica del Decálogo, una parte del cristianismo y el Islam condenan la producción de imágenes de la divinidad. Adviértase que se trata de la prohibición de imágenes destinadas a la adoración y al culto. En rigor de verdad, no son las imágenes en general las que son condenadas. Como es bien sabido, la mayoría de las confesiones cristianas terminaron por aceptar las imágenes de Cristo, María y los santos, aunque nunca como objeto de culto sino sólo como instrumento que pretende guiar el pensamiento más allá de lo representado. De todos modos, los estallidos de iconoclastia en la historia del cristianismo y del Islam fueron numerosos. En el primer caso: la destrucción de imágenes en Bizancio entre los siglos VII y IX, la furia de calvinistas y anabaptistas en la Europa occidental del siglo XVI, las iconoclastias asociadas a las revoluciones que se plantearon, en algún momento de su despliegue, una política abiertamente anticristiana (Francia en 1793-94, Rusia durante la guerra civil de 1918-1921).
¿O piensa usted que hay razones de orden teológico? ¿O también razones de orden teológico?
Creo haber contestado a esta pregunta en el parágrafo anterior.
En cualquier caso, ¿este material es definitivamente irrecuperable?
Esta pregunta se da por respondida con los comentarios insertos en el primer parágrafo. Heinrich Heine opinaba que quienes queman libros abren un camino irreversible hacia la quema y destrucción de personas (las que escriben, las que leen esos libros). Me animaría a decir que la destrucción de imágenes abre un camino parecido.