Queda ya menos de un mes para las elecciones. Cuatro semanas en que se recrudecerá la contienda para intentar arrancarse votos unos a otros. Ésa parece ser la perspectiva desde la que actúan los líderes políticos: que los sufragios les pertenecen a ellos y no a nosotros. En esta ocasión la disputa es más cruenta que en otras, porque hay más partidos que nunca en liza y porque los votantes pueden estar ahora más indecisos que ante otros comicios del pasado y parece que dejarán para el último momento su definitiva decisión de voto.
La campaña electoral, por tanto, puede ser este año mucho más decisiva que nunca, más todavía que en las elecciones municipales y autonómicas. Y puede que nunca antes la jornada de reflexión haya hecho más honor a su nombre que la del próximo 19 de diciembre. Porque si los partidos políticos nunca saltan al terreno de juego con las cartas boca arriba, en esta ocasión parece que juegan intencionadamente al ocultamiento como estrategia electoral.
Ocultamiento de posibles pactos
Uno de los aspectos que más se está escondiendo es con quién cada partido estaría dispuesto a pactar para formar gobierno. Ninguna de las formaciones desvela con cuál otra preferiría gobernar, cuando los pactos serán obligatorios, a la vista de que ningún partido cuenta, al menos ahora mismo, con la suficiente intención de voto como para poder formar gobierno en solitario.
Eso hace más difícil a los ciudadanos tomar una decisión de voto. Por ejemplo, puede que una persona quiera votar a Ciudadanos, pero puede temer un pacto posterior con el PP, partido que ha descartado votar tanto por desear un cambio de gobierno como por los escándalos de corrupción que han saltado en los últimos años. Pero puede haber otro votante que quiera votar a Ciudadanos y lo que le eche para atrás sea la mera posibilidad de que después cree un gobierno de coalición con el PSOE.
Es posible que esta indefinición, en particular la de los nuevos partidos, favorezca a los viejos. ¿Por qué? Ante el riesgo de que el partido nuevo al que se vota en castigo de los antiguos acabe apoyando a otra fuerza cuyas políticas se rechazan, el elector puede acabar votando a un partido de los viejos para asegurarse de que su sufragio no va a terminar favoreciendo a un partido con el que no se está en absoluto de acuerdo.
Podemos abandona la democracia interna
Ése es uno de los riesgos a los que se enfrentan los partidos nuevos. El otro responde a que quizás votar a un nuevo partido no lleve consigo un cambio efectivo. Y no sólo en cuanto a las políticas que se pongan en la práctica, sino en los modos de hacer política.
Uno de los elementos diferenciales con que se presentaba Podemos en su nacimiento, a comienzos del año 2014, es que iba a mostrar a la ciudadanía otra forma de hacer funcionar a un partido político. Sus principios fundadores incluían la democracia interna como principio irrenunciable. Sería, además, la de Podemos, una democracia interna que apelara a toda la sociedad. Sus primarias serían abiertas, es decir, para participar en ellas, bien como elector, bien como elegible, no se requería ser militante del partido. Podemos apelaba a la gente, a toda la gente. También para diseñar su programa electoral. Pero, a la hora de la verdad, en la práctica, ese principio ha sido violado. De muchas maneras, pero su peor expresión ha sido la de los fichajes estrella con marcado tinte electoralista: algunos de ellos, los más desconocidos y que han resonado menos, buscan ‘capturar’ el voto de la izquierda real, pero otros, los más sonados, buscan que el dibujo de Podemos se parezca más a un partido serio, de orden, hasta un poco tecnocrático, a la vez que perseguidor de injusticias.
La gente ha pasado a la irrelevencia en el discurso de Podemos. Es posible que «la gente» continúe en el discurso de los principales líderes del partido, pero en la práctica ya no pinta nada, o casi nada. Será interesante ver si ello afecta a la financiación de la campaña, porque al principio al que no ha renunciado Podemos ha sido al de no acudir al crédito bancario para pagar sus actos electorales.
Podemos, con esta renuncia a la democracia interna extensiva a toda la sociedad, ha renunciado a cambiar la forma de hacer política en España. Podemos, con el modelo que proponía al principio, podía haber ayudado a cambiar los anquilosados y burocratizados modos de los partidos políticos, los podía haber abierto de verdad a la sociedad, habría contribuido a que todas las formaciones políticas dejaran abiertas puertas y ventanas y entrara aire fresco en sus estructuras.
Ello, sin valorar lo de acuerdo con uno pueda estar con las primarias abiertas, porque puede haber quienes sean más partidarios del modelo tradicional de partido político de militantes, siempre y cuando se aplique el principio de «un militante, un voto», es decir, siempre y cuando haya democracia interna en el seno de los partidos. Alegan los defensores del modelo «un militante, un voto» frente a las primarias abiertas que éstas últimas desincentivan la militancia, dado que a la hora de decidir las listas o el programa, vale lo mismo un voto de un militante que el de uno de alguien de la calle.
Hablando de esto, es llamativo que uno de los puntos de fricción y desacuerdo entre Podemos e IU era precisamente éste, el de las primarias abiertas, algo que Podemos ha abandonado e IU ha terminado adoptando para crear la lista de Unidad Popular, la marca con la que la formación de Alberto Garzón concurre a las elecciones de diciembre. Ironías de la vida.
Malo para España, malo para Podemos
Con la renuncia explícita a la democracia interna que está demostrando con los fichajes estrella, no sólo hace mal a la política española en su conjunto, se hace un mal a sí mismo, puesto que desarma a los Círculos, les quita poder de influencia. Destruye, por tanto, una base social que era la más motivada de todas las bases sociales de los partidos políticos de España, además de por su juventud, porque se sentía con poder de verdad de influencia.
Podemos ha ratificado el modelo de partido político que funciona como una empresa privada en la que el jefe es quien promociona y quien degrada.
Había dos almas en Podemos, la que representa Pablo Iglesias y la de quienes vienen de Izquierda Anticapitalista, más asamblearia, y de momento va ganando la primera. ¿El choque, las desavenencias, pueden llegar un día a romper el partido?
La renuncia a una democracia interna real es mala para Podemos a corto plazo, pero puede que todavía peor a largo. ¿Continuarán las bases sociales de Podemos motivadas tanto si el partido llega a un gobierno de coalición como si no lo hace a la vista de la irrelevancia a la hora de decidir cargos y políticas?, ¿ha debilitado Pablo Iglesias a las bases sociales de su partido, ha incurrido en el riesgo de provocar el desánimo y la desilusión, cuando la que enfrenta es una carrera de fondo, de largo plazo y no la toma del poder por asalto?
Si lo que preveía era la toma del poder por asalto, sí podía ser acertada la creación de un equipo de fieles. Si a lo que se enfrenta es a la construcción de un nuevo país paso a paso, quizás le convenía más crear una base potente y que se sintiera poderosa por serlo de verdad.
Si Pablo Iglesias tuviera un programa claro en la cabeza, si así lo transmitiera, si lo detallara de verdad, sin miedo a no tener los votos que deseara, sería perfectamente lógico que creara el mejor equipo para llevarlo a la práctica. Pero su discurso, sus cambios de posición y de ideas, sean tácticos o estratégicos, no transmiten que tenga un plan definido para España. Y esa indefinición puede que también ayude a los partidos viejos a obtener mejores resultados: a ellos, gusten más o gusten menos, ya se les ha visto gobernar, son previsibles y nos gusta la previsibilidad.
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