“El mercado global de armas capea con éxito la crisis”. Con este titular, El País del 28 de febrero nos explica que la industria de la muerte va bien, a pesar de la crisis. El sector sigue en expansión, dice el artículo, gracias a las compras de países emergentes. Dos empresas españolas, Navantia e Indra, están en el top 100 del siniestro ranking. Escuchaba estos días en el telediario de TVE que China ha decidido volver a aumentar su presupuesto militar en un 11%, hasta los 100.000 millones de dólares para 2012; y eso, sin contar armamento nuclear e importaciones. Una bestialidad que supone apenas una quinta parte del presupuesto militar estadounidense. Mientras, los chinos pasan hambre y trabajan como esclavos para garantizar absurdas tasas de crecimiento que, para disgusto de Los Mercados bursátiles, este año sólo llegarán al 7,5%.
Uno más de los absurdos del sistema capitalista, que, como oportunamente recuerda Maruja Torres, no salió de la crisis del 29 gracias a las políticas keynesianas del New Deal, sino más bien a la Segunda Guerra Mundial, que primero activó las máquinas de la industria de la guerra, con pingües beneficios para los yanquis, y después, tras la destrucción de la guerra, permitió la reconstrucción de Europa entera con los fondos del Plan Marshall. Tal vez por eso, los modernos señores de la guerra parecen haber escogido ya su nuevo objetivo, Irán, mientras el poderosísimo complejo industrial-militar estadounidense se frota las manos. Tal vez por eso, también, permanece estéril el debate sobre la necesaria legalización de las drogas, mientras México se desangra en esa hipócrita guerra contra el narcotráfico de la que participan los poderosos y que ha promovido, entre otras cosas, un lucroso intercambio de armas por drogas del que se beneficia también ese complejo militar…
Es lo que pasa cuando una civilización vive inmersa en un sistema económico que necesita del crecimiento para su supervivencia. El 3% del Producto Interior Bruto (PIB) es el mínimo ideal; si no, la economía va mal. Si creces un 9%, como China, es que te va bien; aunque tu familia se esté muriendo de hambre aunque todos sus miembros trabajen 16 horas por día. Y aquí topamos con uno de esos dogmas del capital, una de esas mentiras que, tras repetirse mil veces, acaban convertidas en una verdad incuestionable: el crecimiento es bueno y el aumento del PIB es la principal referencia para el desarrollo de un país. Analicemos sólo por un momento qué es el PIB: incluye todo lo que produce un país –al menos, todo lo que pasa por cauces legales-. Incluye la industria armamentística y las funerarias: si hay más muertes, aumentará el PIB. Incluye también industrias que suponen una amenaza letal para el medio ambiente. ¿De verdad es tan bueno el crecimiento del PIB? Depende, me digo yo; si aumenta el gasto en escuelas públicas, será bueno, pero si crece el gasto en seguridad para la represión de la población, tal vez no…
Que la guerra es buena para la economía, que engrasa la maquinaria del capital, es un hecho difícilmente cuestionable; y más cuando en la guerra se privatizan hasta los soldados, como pasó en Iraq. Pero no es sólo eso: según Naomi Klein y su doctrina del shock, la guerra es también una de las estrategias utilizadas por el sistema para atemorizar a la población y permitir la implantación de las políticas neoliberales que han empobrecido países y continentes enteros para beneficiar a los ricos y, así, permitir esa acumulación de capital imprescindible para el buen engranaje del sistema. Por eso decía Krishnamurti que no es saludable estar bien insertado en una sociedad enferma…