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La infamia constante y el as guardado

 

Creo firmemente que los guineanos se guardan un as. Sí, tienen un as y se lo guardan. Pero me refiero a todos los guineanos, incluso a los que dicen de sí mismos que son de PDGE, estos que son capaces de esperar cinco horas en cualquier aeropuerto, o  en cualquier plaza para ver a un líder, quien sea, hombre, niño o mujer, que no quiere saber nada de su vida. O son un as o tienen un as guardado para el último día.

 

Esto lo decimos por la infamia que han tenido que tragar. Lo decimos por lo que tienen que aguantar año tras año durante muchos años. Llegado aquí, me acuerdo de mi abuela, la redacción abandona el plural de modestia y se hace personal. Íbamos de Ebebeyín a Bata con la intención de coger un barco para Annobón. Era yo tan chico que todavía no sabía leer, no había pisado todavía una escuela. En aquel tiempo yo sólo hablaba una lengua, el annobonés. O no hablaba ninguna. Pues a medio camino paró el autobús y subieron al mismo unos soldados armados. ¿sabe alguien lo que querían aquellos iletrados? Si en aquellos años ni los maestros sabían más que el uso de látigo ¿van a saber algo los militares de un país que dentro de nada iba a dejar de tener ley?

 

¿Pero sabe alguien lo que quería la soldadesca? Pues por aquella carretera iba a pasar el que dentro de poco iba a ser el único milagro de Guinea Ecuatorial, el general de acero Macías. Pero nadie, ni ellos mismos, podían saber cuándo se iba a producir aquel luctuoso evento. Sí, el paso de Macías por cualquier carretera pasó a ser algo que traía muertes. A lo que íbamos. Iba a pasar por aquella carretera el ‘general de acero’ y aunque lo iba a hacer precedido y protegido por un batallón entero, incluso en un coche blindado, cualquier prevención era poca y aquellos soldados no querían ningún fallo. Entonces se subían a todo coche o autobús que circulaba por aquella carretera y requisaban todo cuchillo o machete que encontraban en los equipajes de los súbditos de aquel dibujo que era Guinea. Y lo hacían porque, llegado el caso, y pasando el cortejo militar de su excelencia, cualquier mujer podía saltar de su autobús, parar el cortejo y saltar al cuello del ínclito presidente y segarle la yugular. Más vale prevenir que mandar a unas viejas al pelotón de fusilamiento.

 

Pues mi abuela se iba a Annobón, un sitio donde nunca hubo ninguna tienda, y se suponía que debía ir preparada. Pero no, no tenía que llevar ningún cuchillo, porque la vida de Macías era sagrada. Pero lo que hizo fue sacar de su bolsa de mano un cuchillo grande que se compró, lo puso sobre el asiento y se sentó sobre el mismo. Yo vi cómo los soldados revolvían su equipaje y no encontraron nada. Ahora sí que sé que mi abuela arriesgó mucho más que su vida, porque hubiera sido la primera subversiva que el que esto escribe hubiera conocido. Aquel cuchillo llegó a Annobón, no vimos que Macías se cruzara con nosotros por el camino, a los mejor ya no viajó, o lo hizo en burro. Y nos salvamos por primera vez. O no estábamos en peligro, quién sabe.

 

Pasó el tiempo y los mismos, los de siempre desde hace 40 años, están en el mismo lugar, haciendo exactamente lo mismo. Por eso creo que tienen un as. O son ases que esperan la ocasión para aparecer en escena. Los guineanos y yo esperamos que no sea una cosa que salga por la televisión de Occidente. Y creo que todos tenemos buenos oídos.

 

Esta es la reflexión que he podido hacer cuando supe que lo que esperábamos ha ocurrido, que tenemos ejército irracional para rato, que seguimos peor, pese al cemento vertido en todos los rincones de Guinea y al vendaje usado por los ricos para que este cemento se vea de otro color. Ah, muchos todavía no han dicho su última palabra. Por esto creo que hay un as guardado en un sitio recóndito y conocido por todos.

 

Barcelona, 22 mayo 2012

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