Comienza la sexta temporada de Perdidos, una serie televisiva de la que me confieso absoluto adicto. Sabemos que la temporada que se inicia, la sexta, es la última y definitiva. Sabemos también (no nos hacemos ilusiones) que es imposible que la conclusión de la serie sea satisfactoria. Hay demasiados misterios en Perdidos como para poder resolverlos todos. Y aunque nadie en sus cabales espera que puedan resolverse todos, por la sencilla razón de que Perdidos es una obra de ficción creada un poco sobre la marcha por un grupo de guionistas geniales, sí parece legítimo esperar que al menos se nos respondan unas cuantas preguntas básicas. Preguntas muy básicas y generales como, por ejemplo, ¿qué diablos pasa en esa isla? ¿Quién demonios es Jacob? ¿Quién c…. es Richard Alpert y por qué no envejece?
Pero nos sospechamos que ni siquiera esas preguntas básicas serán contestadas.
A lo largo de la serie, los perversos guionistas nos van dando pistas acerca del posible significadode la extraña y esotérica serie. Por ejemplo, en un cierto momento cae una chica del cielo en un paracaídas y en su mochila lleva una traducción de Catch 22 de Joseph Heller. Catch 22 significa en inglés algo así como «pescadilla que se muerde la cola» o «cinta de Moëbius», un razonamiento circular, un sistema que se contiene a sí mismo o que se genera a sí mismo.
Buscamos ávidamente pistas para intentar entender lo que pasa. En un momento, por ejemplo, Locke le da a Ben Los hermanos Karamazov para que se distraiga leyendo. Ben dice que no soporta a Dostoievsky. O sea que no hay clave. En otro momento, Ben se monta en un avión y se pone a leer el Ulises de Joyce (desde el principio) «para aligerar los momentos de nerviosismo». Esto es, sin duda una broma, ya que Ben utiliza a Joyce como cualquier otro utilizaría un best-seller plano, facilón y estupefaciente. En otro episodio, Locke le da a Ben Valis de Philip K. Dick para que se entretenga. Ben dice que ya lo ha leído. El mensaje es obvio: Ben, el gran manipulador de la isla, el pequeño Demiurgo del universo de Perdidos conoce perfectamente esa obra en la que Dick plantea el tema gnóstico de un dios menor que nos tiene encerrados en un pequeño mundo creado por él.
Pero la clave principal, creo, está en la película de «orientación» de la Iniciativa Dharma que encuentran nuestros desdichados náufragos en la estación subterránea conocida como «el búnker». Aquí se cuentan los orígenes de la Iniciativa, una especie de programa experimental que se dedica a temas tan dispares como zoología, parapsicología, electromagnetismo, utopismo social o meteorología (una típica «lista china»), surgido en 1970 en la universidad de Michigan, y parcialmente inspirado, nos dicen, en los trabajos «pioneros» de B. F. Skinner.
Skinner, creador del conductismo. Skinner, creador de experimentos como el conocido como «la caja de Skinner». Skinner, tantas veces acusado de tener una visión inhumana y mecánica del ser humano.
Una «caja de Skinner» es una caja donde se coloca a una paloma a la que se alimenta a intervalos regulares. El alimento sigue llegando y llegando regularmente, pero el pájaro cree que su aparición se debe a los movimientos que está haciendo en el momento en que aparece, y desarrolla lo que en términos conductistas se conoce como una «superstición». Si, por ejemplo, la comida apareció cuando estaba aleteando, el pájaro asume que la comida apareció porque estaba aleteando, y se pondrá a aletear sin parar.
Nunca está muy claro en qué consiste exactamente el trabajo de la Iniciativa Dharma en la isla, pero juegos mentales del tipo de la «caja de Skinner» abundan por doquier. Por ejemplo, los empleados de la estación «El cisne» tienen que introducir un código en un ordenador cada 108 minutos porque se les ha dicho que si no lo hacen, se destruirá el mundo. Los de la estación conocida como «La Perla» se dedican a observarles con cámaras (se les dice que lo que hacen los de «El cisne» es completamente inútil) y escribir sus observaciones en unos cuadernos que tienen que enviar por un tubo neumático. Pero los cuadernos con las anotaciones caen en mitad de la selva. Nadie los lee. A nadie le interesan. Los de «La Perla» creen estar observando a los de «El cisne», pero en realidad son ellos los que están haciendo un trabajo completamente inútil. La pregunta, entonces, es: ni nadie lee los cientos y miles de cuadernos que escriben y envían por el tubo neumático, ¿quién les observa a ellos?
La respuesta, la fatal respuesta, es: nosotros, los telespectadores. Nosotros somos las verdaderas palomas de la «caja de Skinner», convertida ahora en aparato de televisión. Nosotros somos las verdaderas víctimas, los verdaderos conejillos de Indias de los experimentos de la Iniciativa Dharma.
La sexta temporada de Perdidos no llegará a resolver ninguno de los trucos ni misterios de la trama porque la solución, la única solución posible, está fuera de la isla, fuera de la serie, fuera del aparato de televisión, aquí, en nuestro, en el mundo real. Quizá ese sea el mensaje último de Perdidos: que la isla no existe, pero el mundo real sí existe. Y que la única solución al enigma consiste en apartarse del mundo tautológico y laberíntico del gran espectáculo y comenzar a vivir.