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Mientras tantoLa Internacional entrerriana

La Internacional entrerriana


 

En La internacional entrerriana, el escritor Agustín Alzari, oriundo de Junín pero radicado en Rosario, construye una crónica sobre un episodio de la historia de Entre Ríos, por medio de la cual algunos escritores de izquierda y algunos historiadores y curas, se enfrentan de manera disparatada a la posibilidad del crecimiento del comunismo en esa provincia, durante el transcurso de la guerra civil española.

 

El libro, publicado por la Editorial Municipal de Rosario, funciona como el diario de una investigación por hemerotecas y archivos donde sobresale la figura de Juan L. Ortiz, acaso el más grande poeta que haya dado esa región argentina.

 

Alzari es narrador y poeta, miembro de la Universidad Nacional de Rosario y del Conicet, donde trabaja, justamente, sobre la obra de Ortiz.

 

Contame un poco qué es esto de la Internacional entrerriana.

En el año 1937, José María Rosa (padre de Pepe Rosa, el historiador revisionista), publica, en La voz de Entre Ríos, una serie de notas periodísticas que alertan el grado de expansión del comunismo entrerriano. Como en una caza de brujas, detalla pueblo por pueblo las actividades ilegales y subversivas de los comunistas. Para el caso de Gualeguay, denuncia con nombre, apellido y lugar de trabajo, al poeta Juan L. Ortiz. También a Ema Barrandeguy y a Carlos Mastronardi. Con esto buscaba exponerlos en un momento donde la militancia comunista se pagaba con la cárcel. Para Rosa, Entre Ríos se preparaba para ser la puerta de ingreso de una revolución comunista que bajaría del Brasil. El título de mi crónica es una extrapolación de ese delirio paranoico de Rosa, y sirve como puerta de ingreso al pequeño universo que es la puja pueblerina entre Quidonoz, el cura ultraconservador de Gualeguay, y estos escritores. Ortiz y Barrandeguy, efectivamente comunistas. Mastronardi, simplemente compañero de ruta y aventuras.

 

¿Cómo diste con los materiales y cómo hiciste para preservarlos?

En diferentes etapas. En la Biblioteca Nacional están las cartas que Ortiz, Mastronardi y Barrandeguy enviaban a Cesar Tiempo comentándole los sucesos del pueblo, sus derrotas y triunfos. Siempre con mucho humor. Después, gracias a una beca para escritores del Fondo Nacional de las Artes, pude instalarme un tiempo en Gualeguay. Rastrillé día por día los diarios de la época en la hermosísima Biblioteca Fomento, que además de ser el archivo es el escenario original de muchos sucesos que se cuentan. Fui también a la escuela donde estudiaba Ortiz. Después, siguiendo con fervor una pista, viajé a Paraná a recorrer todas hemerotecas que pude. Parece aburrido, pero investigar te pone en un estado hermoso.

 

¿Cuáles eran las posibilidades de crecimiento del comunismo en Entre Ríos como para que un obispo decidiera armar una contraofensiva intelectual?

El período que coincide con la Guerra Civil de España, entre  1936 y 1939, es el de mayor proyección de los comunistas argentinos. Por la persecución, estos en general negaban serlo. Se camuflaban tácticamente detrás de las consignas de los partidos liberales, con los que proyectaban conformar un Frente Popular para detener el fascismo. Eran perseguidos, pero habían tejido esas alianzas. El mazazo les llegó con el golpe del 43. Y el fantasma de ese Frente Popular fue la Unión Democrática que cayó en las elecciones ante Perón. Lo del padre Quinodoz se entiende en ese contexto. Era una posición destinada a mantener el dominio conservador sobre todos los órdenes. Incluido el cultural.

 

¿Buscabas alguna crónica qué escribir o apareció por casualidad?

Desde el inicio fue una crónica. Siempre tuve esa intención.

 

¿Qué tratamiento retórico, literario, trabajaste para no dejar escapar ese pez?

Hay una clave que Beatriz Vignoli llamó detectivesca que cruza todo el relato. De alguna manera, esa clave repone una tensión que estuvo presente mientras estaba allá en Gualeguay. Hay un hombre investigando. Porque realmente no había nada, o casi nada. Pudo ser un fracaso completo, pude volver a Rosario con las manos vacías. Entonces cuento cómo es que aparece una punta, al rato luego otra, al otro día otra más, como se va armando el rompecabezas hasta que, en la humilde escala de una investigación literaria de pueblo, la cosa se va carajo. Juan L. Ortiz, de repente, está en el centro de una denuncia enorme que articula una posible revolución armada comunista en Entre Ríos. Y todo eso estaba esperando allí, en los diarios.

 

¿Cuáles fueron tus objetivos, si eso se pudiera calcular, cuáles los resultados y cuáles las influencias que te empujaron a escribir este libro?

Estoy terminando una investigación muy extensa sobre Juan L. Ortiz y el comunismo criollo. Trabajo codo a codo en eso con Martín Prieto, quien dirige mi tesis doctoral. La idea que me seduce, y que aparece también en otros trabajos míos de investigación -como el que derivó en la edición, en 2012, de Tumulto, de José Portogalo- es la de explorar formas de escritura rigurosas pero abiertas al mismo tiempo a cualquier lector sensible.  La internacional entrerriana puede, sin problemas, citarse como fuente para un paper académico. Pero también puede alimentar una discusión de café sobre el comunismo criollo. O sobre Ortiz, de quien brinda una mirada novedosa. Pero fundamentalmente trata de ser, en sí, un libro que valga la pena ser leído.

 

Acá en Rosario hubo un proyecto editorial popular de enorme trascendencia, la Vigil, cortado de plano por la última dictadura militar. Los mejores intelectuales, fotógrafos, artistas y escritores de la década de 1960-70 de esta región, vinieran del palo que vinieran (incluido el universitario), le dieron forma a un tipo de libro, a un pensamiento sobre lo que un libro debe comunicar, a lo que debe apelar del lector, con el cual me identifico. No es que sea una influencia directa, sino una especie de plano utópico donde reconozco las raíces de las más cosas más jugadas e inspiradas que se producen hoy acá alrededor mío.

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