El ébola arreglaría en tres meses los problemas de inmigración de Europa, sostuvo estos días el viejo patriarca de la ultraderecha francesa, Jean-Marie Le Pen, y el mensaje (que a nadie importa si es el medio) parece haber calado hondo. Su hija Marine sacó el veinticinco por ciento de los votos para la Eurocámara, que sumados a veinte por ciento de la derecha no fascista, redundaría en algo así como unos cuarenta y cinco diputados galos con destino a Estrasburgo y el inmediato pedido de disolución de la Asamblea Nacional. En total, el fascismo europeo no hizo más que refrendar la vieja estrategia de François Mitterrand: alimentar con un poco de leche al gato negro de Le Pen para distraer al votante de Chirac u otro de esos grandes burgueses, enmascarar la ausencia de una política de izquierda, ignorar la corrupción socialdemócrata y encajar la renuncia de Régis Debray, quien claramente acertó (a contrario): que sin una política de izquieda, el fascismo iba a crecer, como el integrismo que ese fascismo autoriza incluir, y que agotado el economicismo demográfico de grado cero de los bancos centrales, la socialdemocracia se iba a derrumbar solita, sin ayuda ni complots. Es lo que acaba de suceder. Cien eurodiputados fascistas resultan imposibles de tragar con cinco buscapinas del español Podemos. El golpe lo han dado los griegos de Syriza, que abominan del socialismo liberal y no ceden en sus posiciones de izquierda radical. Es cierto que sería un error político hacer una lectura latinoamericana de los resultados, pero si se la hiciera no estaría demás decir que sí, que mucha corrupción también es una causa de desigualdad.
O pensémoslo así: en una carnicería de Londres se ofrece a la venta carne humana, seguramente china o vaya a saber si de las morgues del hospital donde trabaja el doctor House. Para acceder, es obligatorio presentar documentos y se supone, carecer de males gástricos. A falta de tripas y otros órganos nobles, se ofrecen dedos, brazos, penes, extremidades, prolijamente alineadas en bandejas, a precios gourmet. La casa, pionera, es Wesker & Son, y sólo está abierta viernes y sábados (y fiestas de guardar). Pero para decepción de muchos, no se trataba de una carnicería sino de una instalación, hiperrealismo a la Gunther von Hagens. El efecto que produce ver los productos de la factoría británica casi podría compararse con estos ejercicios electorales donde el fascismo colecta una cantidad de votos, diseñados para tocar o advertir a los poderes regionales para después golpear, a través de iniciativas claramente orientadas, para ganar los ejecutivos de los países más comprometidos: Francia, Suecia, Italia, Eslovaquia. Así las cosas, cierto arte contemporáneo, que hace morisquetas, diseña formas y vende juguetería, es un antídoto delirante contra lo real de la muerte, la enfermedad y los cuerpos arrasados por la exclusión, el racismo, las balas, los alfanjes, la electricidad y los cuchillos: la industria del entretenimiento cada día se parece más a un plebiscito donde quienes tienen el poder ensayan sus tentativas de participación oscureciendo en ese juego sin límites su propia mecánica conductista, en la que el deseo, anestesiado, sólo cumple con un guión vigilado, sin sombra, formateado, nunca obligatorio.