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Ustedes han podido leer este artículo en Five, el anuario en papel que edita Jotdown con aportaciones de otras revistas como ésta, desde noviembre de 2013. Su título era: Revoluciones en Europa del Este: ¿Por qué allí sí y aquí no?. Hemos hecho el experimento de recuperarlo algo más de doce meses después de publicarlo. Ustedes juzgarán si aguanta bien, si se pueden mantener las principales tesis incluso aunque haya nacido un fenómeno como Podemos.
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Colapso económico y deslegitimación del sistema político. En Europa del Este sucedió en los ochenta. Y el pueblo hizo caer todo un régimen. Visto con distancia podemos decir que fue hasta fácil.
La situación internacional hizo mucho, sobre todo Gorbachov y su poítica de no intervención en asuntos de los Estados de la órbita soviética. También tuvo gran importancia el efecto contagio: unos países sirvieron de estímulo a otros. Internamente, en cada uno de ellos se gestaron las oportunidades por las que se colaría el descontento. La principal de esas grietas fue la división, el enfrentamiento, y, por tanto, debilitamiento de las élites. Los comunistas ortodoxos fueron torpes. Más todavía quienes pusieron en marcha políticas de apertura. Como consecuencia, en uno y otro bando hubo deserciones. Muy pocos conservaban las fuerzas suficientes para seguir remando. Acabaron por minar su autoridad, su legitimidad y la imagen que los ciudadanos tenían sobre su capacidad de resolver problemas. El poder ya no sólo no era eficaz, había perdido su legitimidad.
Justo 25 años después nos sucede eso mismo con el capitalismo y la democracia burguesa. Pero con diferencias que nos ponen la transformación más difícil. Las élites del Este se dividieron. En nuestro mundo se han unido de facto y de iure: han hecho piña y ahora gobiernan juntos los partidos que se disputaron el poder en las últimas décadas. Aquel poder se concentra, se vuelve cada vez más férreo, más sólido, más impenetrable, más impermeable al clamor de la calle. Saben que sólo uniéndose podrá sobrevivir.
Si la URSS de Gorbachov renuncia intervenir en los asuntos de sus vecinos, en Europa se han inventado la troika, ese macabro «ménage à trois» que no manda tanques ni los Cien Mil Hijos de San Luis, pero sí los siniestros hombres de negro.
Hay una tercera diferencia fundamental. Los ciudadanos de la Europa del Este tenían en la cabeza lo que querían. Lo llamaban democracia y libre mercado. Y existía. Al otro lado del muro y, de forma más pura y atractiva, en la propaganda occidental. Nuestros indignados (o el partido político que ya han creado, Podemos) pueden tener una idea más o menos abstracta, más o menos realizable, de la sociedad que desean construir. Pero no tienen referentes en la realidad. Ni siquiera pueden utilizar a las revoluciones árabes para inyectarse moral, dadas sus últimas derivaciones. El pueblo del Este tenía un programa poscomunista, aquí nos falta un programa poscapitalista y eso desmoviliza.
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Esto escribíamos hace un año. Ahora, las cosas han cambiado. Para bien. No hace falta alternativa para despertar la ilusión del cambio. Lo único que se quiere es otra cosa diferente, sea como sea lo diferente. Lo que tenemos ya hemos comprobado que no nos gusta.
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