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La isla de Block (II)

El forastero sale hacia el pueblo en su bicicleta oxidada. El forastero soy yo. La bicicleta tiene los cambios estropeados. Las familias de bañistas ven una centella lanzada por la carretera que bordea la costa este. Es el ciclista periodista, señores. Me planto en la diminuta oficina del Block Island Times y pregunto por Peter Voskamp, el editor del periódico de la isla. El lugar, grande como una caja de cerillas, tiene el mismo swing que el resto de redacciones que he pisado. Gente mal pagada, de humor cambiante, con vidas desordenadas y fotos de los hijos en el escritorio, que suelen mirarte fijamente como preguntando: ¿Se te ha perdido algo?

 

Mi jefe descubrió el otro día que Peter sabe mucho sobre el submarino alemán y que hace unos años buceó los 37 metros que lo separan del mundo de los vivos. Peter me recibe amablemente y aparta un saco con su equipo de buceo para que pueda sentarme. Peter me enseña una fotografía impresionante de la tripulación del U-853. Jovencísimos marinos en la cubierta de la nave. Niños. Uno de ellos sonríe. Los oficiales en el centro con sus uniformes de la Kriegsmarine y sus gorras con el águila nazi y todo. Ahora todos están muertos y enlatados en el fondo del mar. Así son las cosas.

 

Peter me cuenta que el submarino está colgado en una grieta y que allá abajo no hay apenas luz y que hace un frío del demonio. La inmersión al Moby Dick es complicada. El pecio se ha cobrado la vida de muchos buceadores experimentados en busca de un pedacito de metal con una esvástica o una gorra o una insignia. Al llegar hasta él vi cuatro cilindros metálicos muy brillantes, me dice. Pensé que eran torpedos, pero luego descubrí que eran bombas de aire utilizadas para subir a la superficie. La caja de herramientas en la parte posterior del submarino es el único lugar donde uno puede saber el nombre de la nave, la fecha de fabricación, etc. Es difícil llegar ahí y no puedes cometer ni un solo error. El U-853 tiene un boquete enorme en el costado y parece como si una tormenta hubiera succionado el interior.

 

Me vuelvo a la punta norte de la isla pedaleando, pensando en los 55 de Block Island y en esta frase de mi amigo Daniel Capó, “la voz shakespereana, bíblica, sobrecogedora de Melville en Moby Dick”. Al llegar al faro apunto mi brújula hacia el noreste y disparo un par de fotos al mar en calma, allí donde ahora todos están muertos. Me prometo hacer algo con la historia de los niños marinos.

 

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