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La izquierda después del PSOE: una propuesta para reconstruir la socialdemocracia

 

El comité federal del Partido Socialista estará reunido, previsiblemente, hasta esta tarde. Probablemente, decidirá una abstención con vistas a la sesión de investidura que tendría lugar en poco más de una semana si así se concluye tras la nueva ronda de contactos que mañana comienza el rey Felipe VI. Y, sin duda, la decisión final de la reunión del máximo órgano socialista entre congresos se alcanzará con un altísimo disenso que puede dejarlo al borde de la ruptura.

 

La palabra “ruptura” aquí no se utiliza como metáfora, sino de manera literal. ¿Cómo se puede manifestar? Más allá de declaraciones, las que ya hemos escuchado por parte de Eduardo Madina, de un lado, y de Miquel Iceta, de otro; más allá de los acontecimientos de hace poco menos de un mes, con la destitución a las bravas de Pedro Sánchez, en otro cruento comité federal; más allá de las respuestas de descontento que esta noche pudieran dar los representantes socialistas de Baleares, de Cataluña o hasta de Castilla y León; se podría materializar en el Parlamento en unos pocos días si quienes estuvieran en contra de una abstención votaran en conciencia y no por disciplina.

 

Pero no se debería quedar ahí la cosa, la rebelión debería llevarse hasta el final: el grupo de socialistas que votaran ‘no’ podrían dimitir y dar paso a los siguientes en sus respectivas listas. Aunque también podrían mantenerse y constituirse en colectivo permanentemente rebelde dentro del grupo parlamentario socialista, puesto que ese ‘no’ a la investidura de Rajoy tendría que tener continuidad, por coherencia, en sucesivos ‘noes’ a presupuestos regresivos, subidas de impuestos injustas, recortes… dado que suponemos que la negativa al Partido Popular no es por táctica, sino por cuestiones ideológicas, por la incompatibilidad de un proyecto socialista con el de los populares.

 

Pero ni siquiera ahí debería quedar la cosa. La rebeldía de los socialistas que no acataran la previsible abstención podrían, seguramente, iniciar la construcción de un partido nuevo. En sus manos debería residir la responsabilidad de reconstruir una socialdemocracia española que lleva muchísimos años desaparecida.

 

La crisis actual del PSOE (del PSOE, no de la socialdemocracia, que, insistimos, en España lleva muchos años sin practicarse aunque los socialistas hayan gobernado hasta antes de ayer) debería aprovecharse, desde dentro, desde las filas del propio socialismo, no desde fuera, es decir, no desde Podemos, para resolver la contradicción permanente en la que ha vivido el PSOE casi desde su primer gobierno a principios de los años ochenta, una contradicción entre el discurso y la práctica, una contradicción entre sus diversas corrientes que han chocado periódicamente y que parecen vivir desde hace años en una coexistencia pacífica por la desesperanza de gentes como las de Izquierda Socialista y su sumisión callada a las tesis social-liberales (qué oxímoron) que, aunque se practicaban desde muchos años antes, terminaron por imponerse con la moda de la Tercera Vía y Tony Blair, que tomaron forma con Gerhard Schroder en Alemania, y que continúan con Hollande, Valls y Renzi, a quienes no se distingue en exceso, salvo en los matices, de Merkel o de Rajoy.

 

Es en esta secuencia en la que reside el origen de la crisis de la socialdemocracia europea. Y puede que un líder se hubiera dado cuenta de ello: Pedro Sánchez. Su fallo, quizás, era que no había convencimiento ideológico, o al menos no era muy patente, sólo táctica. Una táctica acertada, pero táctica al fin y al cabo. Y a la política hay que alimentarla más que de eso. Para encontrar reconstrucción del socialismo también con ideología, hay que mirar un poco más al norte: al Reino Unido y el nuevo-viejo laborismo de Jeremy Corbyn.

 

Las crisis son oportunidades para rearmarse, incluso para recuperar las convicciones y la coherencia. Nunca lo van a tener más difícil los socialistas de corazón para reconstruirse, pero tampoco más fácil para romper con la derecha y reconstruir la socialdemocracia. Incluso se pueden unir con otros de los que fueron casi socios y que ahora mismo se encuentran un poco descolgados, como Gaspar Llamazares y los suyos de Izquierda Abierta.

 

Los socialistas del ‘no’ a Rajoy, si lo suyo es más ideología que táctica, si quieren recuperar el calificativo “izquierdista”, “socialdemócrata”, quizás tengan que dar un paso al frente como hace años lo dio Oskar Lafontaine en Alemania para crear Die Linke. Sí, es cierto, Die Linke es prácticamente marginal en Alemania. Las escisiones por la izquierda no han salido bien en Europa. Pero hay experimentos que han salido mejor, como Podemos, que es prácticamente un ‘spin off’ exitoso de Izquierda Unida. Precisamente, competir con Podemos puede dar miedo por el tirón de los de Iglesias. Pero quién sabe si no es con ellos con los que tiene que unirse la escisión izquierdista del PSOE. Y quién sabe si el electorado preferirá en un futuro próximo a los socialistas que ya conoce que a Podemos, un partido imprevisible cuya identidad aún no está clara porque está en disputa.

 

En realidad, no importa mucho cómo termine al final reconfigurándose la izquierda. Lo importante no es el nombre, ni los líderes, sino que se haga de manera creíble y sin mirarse demasiado tiempo su propio ombligo. España necesita un proyecto alternativo de país en lo económico, en lo social, en lo territorial, en lo cultural cuanto antes y se ha perdido demasiado tiempo. Lo pudo hacer Podemos, pero su ambición por conseguir un mayor número de votos, que es al final lo que está detrás de sus peleas internas, porque discuten sobre cuál es el mensaje que deben transmitir para lograrlo, les despistó desde el principio de qué era lo importante. Ahora puede presentarse una segunda oportunidad, quizás la definitiva.  

 

 

 

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