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Mientras tantoLa jauría

La jauría


 

Aquí el té es la vida. Un turcomano viejo coge una tetera y sirve dos cuencos: uno para él mismo y el otro para un chiquillo rubio. «Tene», dice al niño. «Ay, abuelo –contesta el pequeño–, ¿cuántas veces tendré que repetirte que no se dice tene sino ten?» El anciano sonríe al pensar, tal vez en lo mismo que he pensado yo, a saber: que a estas alturas ya no se le puede enseñar nada.

 

—¿Qué lees?

 

—Lo escribe Ryszard Kapuściński en ‘El Imperio’.

 

—¿Y qué haces tú citando, con lo gallito que te pones con los que lo hacen?

 

—Hace tiempo, no sé dónde leí, ni a quién, quizá se lo escuché a alguien, algo parecido a lo siguiente: «No acepto lecciones de periodismo de menores de 50 años».

 

—¿Vuelves otra vez con el periodismo?

 

—Con el periodismo no; con los periodistas tuiteros. O con los tuiteros periodistas.

 

—Con los listillos…

 

—No lo quería decir… Verás, suele ocurrir que cuando hay un acontecimiento importante Twitter se llena de redactores jefe. En 140 caracteres es fácil encontrar a periodistas que nunca han dado una noticia, o a otros que no lo son pese a que se vean como la reencarnación de Camba, que nunca fue tan «leído» como ahora, o simplemente a valientes que ni saben escribir su nombre correctamente sentando cátedra.

 

—Estás cogiendo carrerilla.

 

—Nunca he visto a nadie decirle a un cirujano cómo debe usar el bisturí, toserle a un dentista ni poner en duda los planos de su vivienda. Si acaso, sí hay señores que harían un gran trabajo como jefes de obra. Lo escribía Manuel Jabois: «Estamos los periodistas en Twitter apoyados en la valla como los jubilados de las obras gritándole al que curra lo que tiene que hacer».

 

—Lástima que él a veces también entre al juego (uno y dos).

 

—Yo soy el primero que hace lo contrario de lo que dice, ya lo sabes. A lo que iba. Cuando ocurre algo gordo, los medios digitales comienzan a vomitar noticias. Se cometen errores, sí. O informaciones cuestionables. Y ahí aparecen los maestros. Nunca leerán ese periódico, pero desde el sillón desde su casa se ponen al frente de la excelencia periodística. «Eso que cuentan es manipulación», vociferan en Twitter. Jaleados por sus miles de seguidores se animan: «Aquí está la prueba. ¡Manipulación!».

 

—Pero es bueno, ¿no? No hay nada más sano que exigir un periodismo de calidad.

 

—Sí, desde luego. Pero estos son tan ‘progres’ que pasan a los insultos. Se indignan tanto que dicen sentir «asco», en referencia a sus propios compañeros. Y entonces se disfrazan de Kapuściński. Teclean en Google el nombre del periodista que han soltado a los lobos y ven que en una ocasión fue condenado. «Mirad: ya fue condenado por una información». La jauría se sigue alimentando. Su sesuda investigación obviará que su «víctima» es una de las referencias en lo suyo. Que se ha enfrentado y se sigue enfrentando a dificultades que el tuitero ni se imaginará, precisamente, por desvelar informaciones sensibles de tipos que no se andan con tonterías. Pero eso no cabe en 140 caracteres . Parece que a la jauría ‘progre’ –por decir algo–, le va lo simple.

 

—Ayer leíste un post de alguien que decía estar harto de estupideces.

 

—Sí. Parece ser que por algún motivo la jauría se pensó que ‘La Razón’ iba a cerrar. Muchos se alegraron de la noticia y, cuando vieron que era otro bulo, lamentaron que no fuera cierto. Cuando Cebrián ejecutó los despidos en ‘El País’ poca gente se resistió a decir que sin periodismo no hay democracia. Ni cuando cerró ‘Público’.

 

—No lo hicieron con el fin de ‘Punto Radio’.

 

—Claro que no. Pero bueno, como escribe Pedro Sorela en ‘El sol como disfraz’, «jurar contra el oficio es parte del oficio’. Aunque tiene otra cita mejor. Muchos ilustres tuiteros deberían leerla:

 

—¿Sí? —Preguntó Picasso—. Por qué.


—Bueno, Santa Cristina era un gran periodista —explicó el gerente.


—¿Qué ha hecho? —no había malicia y Picasso mostraba genuino interés. Quizá no se había informado bien… Nadie hubiese podido explicar ese valor seguro. Muchos hasta envidiaban el aspecto de Santa Cristina de haber llegado hace dos días de una guerra de la que justo la noche anterior le habían desaparecido las ojeras. No había joven redactora que no quisiera tomar café con él ni joven reportero que no quisiera ser como él… y no se sabía por qué. Nadie hubiese podido citar una crónica suya, ni una decisión, ni un pie de foto ingenioso que hubiese escrito.

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