Recién llegada a Brasil, un buen día mi amigo Gunnar Vargas,
el primero de mis amigos paulistanos, aunque sea venezolano, me hizo un
comentario que me pareció trascendental: «El portuñol es la lengua del
futuro de América Latina». Casi tres años de experiencia latinoamericana
después, he confirmado la vigencia y la urgencia de la sentencia de
Gunnar en los diferentes acentos del portuñol, en las diferentes
configuraciones siempre en cambio de esa lengua sin diccionario ni
reglas gramaticales que se inventa y se transforma espontáneamente en la
calle, en las zonas fronterizas y allá donde latinoamericanos o
ibéricos se juntan.
Entre
divagaciones y proyectos en portuñol, la convivencia en São Paulo va
creando nuevas definiciones, nuevos términos. Y la otra noche nos
encontramos -salió de mi boca- la palabra inaugural de nuestro futuro
Diccionario de Portuñol (edición iberoamericana): ‘misturanza’. O
‘misturança’, claro. Gunnar anota en portugués, y yo le traduzco al
portuñol para esta ocasión: «Palavra que técnicamente no existe, porém
comenza a existir no vocabulario latinoamericano, o portuñol, misturança fica sendo a palavra base para o nascimento de esa nova lingua latinoamericana, o iberoamericana».
Yo introduzco el término ‘iberoamericana’ en la discusión, y recuerdo a José Luis Balbín, que cuando dirigía La Clave en
Madrid, nos recordaba que ‘latinoamericano’ fue una expresión que
impusieron otros pueblos latinos -los franceses, tal vez- para sentirse
reflejados en esa palabra, cuando lo que une a los americanos del Río
Grande para abajo es que sufrieron la colonización de portugueses y
españoles; lo que tienen en común es la fusión de la herencia indígena
con esa otra que los pueblos ibéricos dejaron en las Américas, para
bien, aunque sobre todo para mal. El expolio, la opresión, el genocidio y
el latifundio, pero también la gastronomía, la fusión cultural y, sobre
todo, la lengua. Sé que es polémico -para empezar, porque otros idiomas
se hablan en Suramérica, Centroamérica y el Caribe- y lo dejo abierto
al debate, desde la convicción de que ninguna expresión es inocente y de
que entender la lengua nos da algunas respuestas y alimenta la
formulación de nuevas preguntas.
Un
hecho: 450 millones de personas hablan español, la mayor parte en
América; otros 250 millones hablan portugués. Casi 700 millones de
personas que podemos comunicarnos muy fácilmente en portuñol. Y
nosotros, españolitos, de un ‘pequeño’ país de 40 millones de
habitantes… ¿alguna vez pensaste la suerte inmensa que es poder
comunicarte en tu lengua materna -o en una innovadora versión
portunholesca- con otros 650 millones de colombianos, portugueses,
argentinos, angolanos, brasileños, mexicanos y etcétera, etcétera? No
hablo sólo de poder comunicarnos, que no es poco; la lengua es el
reflejo de una estructura de pensamiento compartida; los términos y las
expresiones de una lengua, y de sus diversos dialectos, expresa retazos
de la forma de ver el mundo de ese pueblo. Los pueblos latinoamericanos
son cada vez más conscientes de lo mucho que los une, y de hasta qué
punto en esa vocación de unidad están las semillas del cambio; los
brasileños, hasta hace poco, habían estado un tanto apartados de aquella
realidad que al otro lado del océano nos gusta llamar
‘hispanoamericana’. Pero el portuñol es la demostración empírica de que
la lengua no es motivo para que los brasileños sean una realidad aparte
en el continente suramericano.
Por cierto, ¡ya hay Día del Portuñol! La última sexta-feira (viernes) de octubre, es «lo día internacional de hablarse portuñol».
Y a los puristas les digo lo que siempre decía mi amiga Paloma: para lo que sirven las lenguas es para comunicarse. Pues eso.