En la recuperación del repertorio escrito por mujeres llega La liberazione di Ruggiero dall’isola d’Alcina de Francesca Caccini a los Teatros del Canal que coproducen junto al Teatro Real. Se supone que es la primera ópera escrita por una mujer siguiendo el estilo moderno de Monteverdi and friends y de asunto feminista. Pues son las mujeres las que deciden sobre la vida amorosa de los hombres. Ya sea embrujándolos, como hace Alcina con Ruggiero, ya sea liberándolos, como hace Melissa con él, para que se vaya en busca de la verdadera amada y atienda a sus obligaciones.
Con lo dicho, se habrá supuesto que se trata de una ópera barroca. Y ya se sabe que el barroco, musicalmente hablando, ha ido ganando público a medida que ganaba la atención de los profesionales y de los musicólogos. Así que se programa ya con regularidad en todos los teatros de ópera. Por tanto, no habrá sorpresa musical para la persona que asista regularmente a la ópera y que se acerque a ver esta producción en los muy pocos días que está programada, del 4 al 9 de junio de 2024.
De lo que fuera en su tiempo a lo que se ha visto en los Teatros del Canal seguramente habrá mucho trecho. Un trecho que está hecho de que la partitura está incompleta y de que la música barroca da mucha libertad al interprete, como la música contemporánea. Le dice qué cantar, pero no cómo ha de cantarse.
No se sabe si la irregularidad que se percibe en el canto desde las butacas se debe a esa libertad interpretativa, musicalmente hablando. Es cierto, que tampoco ayuda la acústica de la sala. Sobre todo, se nota al inicio, donde es posible que la parte actoral que se le ha pedido a Francisco Fernández Rueda se lleve la voz por unos derroteros que extrañan al que escucha, más si lo hace con la idea de lo que se acostumbra a presentar como canto barroco. Algo que no pasa o no pasa tanto con el resto del elenco ni durante el resto de la representación.
Ese es, quizás el mayor pero que se le pueda poner a esta producción. A partir de aquí parabienes para Aarón Zapico, el director musical de esta producción. Lleva a la orquesta Forma Antiqua, ampliada con algunos músicos de la Orquesta Sinfónica de Madrid, la titular del Teatro Real, por unos derroteros en la tradición de cómo se interpreta el barroco hoy. Además de haber metido unas cuantas morcillas musicales de aquella época pensando que es lo que vendría mejor para determinadas transiciones, pues la partitura estaba incompleta.
Con eso podría ser suficiente sobre todo para el público que lo que busca es solo música, pero aún hay más. Ese más lo pone el resto del equipo artístico con la coreógrafa Blanca Li a la cabeza. Que con este montaje termina su relación con los Teatros del Canal que ha dirigió hasta diciembre de 2022, para saltar a la Villete en París (Francia).
Así que hay mucho baile o trabajo corporal y de movimiento en este espectáculo. Y hay sentido y sensibilidad en dichos bailes. Como hay intención en la dirección de escena sin evitar la marca de la casa. Como son esos corazones que rodean a los amantes cuando se declaran que se aman. O esas manos que rodean a Melissa, una Diosa ex machina cada vez que sale a escena. O ese interludio musical marino.
Si a ese trabajo se le acompaña de un buen vestuario, una escenografía hecha a base de un telón que cuelga hasta desbordarse por el escenario y que se inflama, perdón, se hincha como un globo y late con tanto amor y desamor por todas partes, tenemos un buen espectáculo musical. De los que se disfrutan tanto haciéndolo como viéndolo desde la butaca y que explican el entusiasmo con el que es recibido por el público, al menos el día de su estreno con muchos invitados de la profesión, del periodismo y de la crítica.
Y es que todo es amable en esta producción en la que Blanca Lí ha echado el resto y se ha presentado con toda su artillería, es decir, sus formas de hacer y trabajar en escena. Acompañada de un equipo que le ha proporcionado ese vestuario y esa luz, ¡qué luz!, que sus propuestas necesitan. Por eso no es de extrañar que la obra acabe como una fiesta.