«Contar mal las cosas es incrementar las desgracias del mundo»
La marea es sorda en Caminha
cuando la noche se ha vuelto a tejer
con hilachas de redes
cadáveres africanos
sueños convertidos en ceniza.
El sol asoma entre la rompiente
y un horizonte político
mezclado con arcilla
feldespato
sexo sin esperanza.
El sol se nutre de lluvia
un resplandor amasado con deseo
manos rotas
manos suavizadas por el agua
fría
la lejía
el añil
recuerdos que tenemos la suerte de atesorar
porque nacimos aquí
bajo esta lluvia
entre estas tardes
estas paredes
estas escuelas
estos médicos y enfermeras tan limpios.
Claro que hubo muerte
y torturas
y todo costó a muchos más que a otros.
Pero ahora
hemos de aprender
a luchar
contra este olor a espanto
esta fiebre que levanta empalizadas
afiladas
para que corten las manos y los pechos
para que no den la menor oportunidad
a los que nos observan
desde el parapeto azul del mundo
uno que agoniza
otro que nace.
No sabemos mucho de nosotros,
pero sabemos mucho de nosotros.
Un plato de vidrio de Honduras
un lebrillo amasado en el interior de Egipto
y llevado entre paños a Amberes
y una porcelana cocida en Vigo
junto al mar
por mi hermana
que sabe del fuego
del silencio de la noche
del dolor de los demás.
Vuelve a llover en Madrid
el buen tiempo
para mí
que está hecho así
de mar y lluvia
como los periódicos
la espuma
el rumor nocturno
lo que esperamos
entre los cabos, las cumbres, los faros
el océano proceloso.
Ponerse en el lugar del otro,
prestar atención.