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La lucha por la supervivencia de la izquierda tradicional

 

La reconfiguración del panorama político español en los últimos años, con el nacimiento de Podemos, Ciudadanos y Vox, la ruptura del primero, los continuos aparentes virajes de los segundos y el aún escaso recorrido de los terceros, ha fallado en la movilización de los votantes dormidos, es decir, de los que votan mucho menos, de los habitantes de los distritos de menor renta. De entre las tres fuerzas antes mencionadas, únicamente una de ellas estaba llamada a apelar a su voto. Y, efectivamente, en Madrid, Ahora Madrid, primero, y Más Madrid, después, han ganado en los distritos “pobres”. Pero también es cierto que entre una y otra marca, es decir, entre 2015 y 2019, la propuesta ha flaqueado precisamente en esos barrios: si Manuela Carmena, entre una y otra elección ha perdido algo más de 15.000 votos, entre Puente de Vallecas, Latina, Carabanchel, Villaverde, Moratalaz, Usera, San Blas, Ciudad Lineal y Hortaleza ha retrocedido en 16.853 votos. El crecimiento de la candidatura en los distritos de Arganzuela, Chamberí, Centro o Moncloa-Aravaca ha logrado reducir un poco el golpe.

 

Para explicar las razones de dónde ha ganado y dónde ha perdido votos Manuela Carmena se puede apuntar una hipótesis: las políticas que ha llevado a cabo son más de la satisfacción de los habitantes de los barrios del centro de Madrid que de los de la periferia; ha atendido más a las poblaciones del cogollo de la capital que a la de sus barrios. Se ha fijado más en las inquietudes posmodernas de las clases medias (¿quién puede vivir hoy en el centro de Madrid, en los gentrificados Lavapiés y Malasaña, e incluso en Arganzuela?) que en las más materialistas de las clases trabajadoras. El “voto bonito”, el lema de campaña utilizado por Carmena y Errejón, apela a quienes tienen sus necesidades básicas cubiertas y ahora buscan bienestar en forma de carriles bicis, reducción de la contaminación o frases cuquis en los pasos de cebra. No es que no sea absolutamente necesario reducir la polución; es una cuestión de estricta salud pública. Pero de un equipo de Gobierno promocionado por un partido, Podemos, que se creó apelando a los de abajo se esperaba algo más, unas políticas públicas que de verdad reflejaran las inquietudes y resolvieran los problemas de los más humildes.

 

¿Que el gasto social ha crecido respecto a los gobiernos populares? Muy probablemente. Pero el fracaso del equipo municipal saliente se mide en que, siendo el primer ayuntamiento de izquierdas en décadas en Madrid, su apoyo en los barrios populares se ha visto mermado.

 

Que esto podía suceder ya se lo olían quienes en el año 2014 prepararon una estrategia para inmiscuirse en la lista de Ahora Madrid. Creían que la candidatura necesitaba a personas de la izquierda tradicional. Fueron quienes pronto serían defenestrados por Carmena de puestos de relevancia y que después, demasiado tarde, prepararon la candidatura de Madrid En Pie para tratar de recoger el voto de la población desatendida y que aspiraba a más del Ayuntamiento.

 

Pero sigamos con el fracaso de Carmena en los barrios. Se mide en una reducción de los apoyos con los que cuenta en ellos. Y también (lo que está detrás de la caída de su resultado) en el incremento de la abstención desde niveles que comparativamente y siempre son más altos en los distritos de menor renta. Por ejemplo, en Villaverde, entre 2015 y 2019, la abstención ha subido del 35,85% hasta el 39,79%; en Villa de Vallecas, del 31,67% al 34,91%; en Usera, del 38,40% al 42,24%; en Puente de Vallecas, del 36,68% al 41%. En cambio, en el distrito de Salamanca, bajó desde el 28,35% hasta el 26,78%. En el conjunto de la ciudad, la abstención apenas se movió del 31,09% de 2015 al 31,77% de las municipales de este año.

 

¿Qué significa todo esto? Después del experimento que han supuesto Ahora Madrid y Más Madrid, este último, probablemente, con ambición de extenderse por toda España, veremos si como partido ecologista, como socialdemócrata, como social-liberal o como liberal-progresista; después de observar la victoria en la periferia, pero con pérdida de apoyos y con un incremento de la abstención, es posible que haya hueco para otra fuerza política en la izquierda. Ya existe: es la confluencia, básicamente, de Podemos con Izquierda Unida. Podría convenir que se aglutinen como un proyecto sólido y duradero, que comience a verse no como una unión de conveniencia con vistas a las elecciones, sino como una coalición con vocación de permanencia y, lo que es más importante, con un diáfano proyecto alternativo. También resultaría necesario que, dada la estructura federal de las organizaciones, vaya calando esa filosofía por todos los territorios. Porque descoloca mucho tener que votar distinto según cuáles sea el ámbito geográfico de las elecciones. Tras la resolución del modo de organización, hay que pasar al discurso. Hay hueco para uno materialista, para uno que esté con el foco en los salarios, en la vivienda, en las pensiones, en la política laboral. Y a continuación, hay que ponerse con la táctica y estrategia o, lo que es lo mismo, con el muchísimo trabajo sobre el terreno. Hay que poner el voto de la clase trabajadora de los barrios en funcionamiento. Si no llega a las urnas es porque no se siente interpelado de verdad por ninguna fuerza política. Aunque la labor pendiente no es de simple interpelación (que eso sí se suele hacer), sino de presencia real en las calles, en los centros de trabajo, para movilizar, no sólo en tiempo de elecciones, y para ello la actuación de los sindicatos también es fundamental.

 

Ahora la izquierda tradicional tiene tiempo para articularse y ofrecer una alternativa creíble y con fuerza. Por delante hay cuatro años sin elecciones. Para la izquierda, pueden ser más críticos que nunca. Porque existe el riesgo en España, como ya ha ocurrido en Italia, de que la izquierda tradicional, transformadora, con el foco en las condiciones materiales, pase a ser irrelevante y reemplazada por un movimiento seguramente con muy buenas intenciones pero sin ambición y que siga olvidándose de los de siempre.

 

Por ello, es posible que Pablo Iglesias y Alberto Garzón deberían olvidarse de presionar por entrar en el Gobierno de coalición con el Partido Socialista, aunque hagan posible que pueda gobernar Pedro Sánchez, y prepararse para una labor de oposición fuerte, máxime tras escuchar los primeros mensajes de representantes del PSOE contra la abolición de la reforma laboral. Quizás éste deba de ser el complemento al trabajo organizativo y en la calle.

 

Pero no hay que perder de vista la posibilidad de que lo que ha sucedido en Madrid sea el preludio de lo que puede ocurrir en el Congreso de los Diputados en las próximas elecciones.

 

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