Aunque el subtítulo de la obra de Victoria Fernández-Cuesta, Impresiones de una lectora, recuerda ciertos diarios íntimos, no encontrarán aquí comentarios de una lectora cualquiera. La velada modestia de la autora esconde un análisis extremadamente lúcido y apasionado, pero de esas pasiones que nacen primero del intelecto y animan luego el corazón y calientan el alma en los momentos de mayor necesidad.
Es un ensayo en el mejor sentido del término, como los franceses de la Ilustración lo entendían: una reflexión subjetiva y a la vez informada acerca de la literatura y de sus autores. Un canon libre de las anticuadas categorías literarias que responde solamente a cuatro dilemas esenciales: la pérdida de un ser querido, la pérdida de uno mismo, el dolor de la historia y la tragedia de la enfermedad. Lejos de ser una antología escolástica, Victoria Fernández-Cuesta nos habla de su literatura, ordenada como si de un minueto melancólico se tratara. Porque a pesar del ritmo controlado y de la habilidad despreocupada con la que camina a través del espacio y el tiempo del universo literario, no deja de ser un manual de supervivencia contra los derrumbes más hondos de la conciencia y del espíritu.
Lev Tolstói, Thomas Mann, Albert Camus acompañan a autores menos clásicos como Dennis Johnson, Sam Shepard, Richard Yates, Klaus Mann y Mathias Enard. Dorothy Parker entra en diálogo con John Cheever en el mismo abismo de soledad y adicción. Dino Buzzati roza la desesperación de Marguerite Duras, y si Don DeLillo y Susan Sontag vuelven una vez más a apasionarnos, escritores eslavos como Ivo Andrić, Aleksandar Tišma y Danilo Kiš nos llaman como las sirenas de Ulises.
“Dígame una religión que prepare al hombre para la muerte. Para la nada”, afirma el protagonista de The Sunset limited, de Cormac McCarthy, mientras habla con un cristiano evangélico –un diálogo que Fernández-Cuesta cita en su ensayo. “A esa secta sí me apuntaría. Su religión lo cifra todo en más vida. Más sueños, ilusiones, mentiras. Si fuera posible proscribir el miedo a la muerte de los corazones humanos, la gente no viviría ni veinticuatro horas. ¿Quién iba a querer esta pesadilla a no ser por miedo al día siguiente? Sobre cada alegría humana pende la sombra del hacha. Todo camino acaba en la muerte. Peor aún. Toda amistad. Todo amor, tormento, traición, pérdida, sufrimiento, dolor, vejez, humillación, enfermedad horrenda y prolongada. Y todo ello con un solo final”.
La religión de la literatura no nos hará más felices, pero sin duda nos proporcionará los medios para prepararnos a la muerte, este es el leitmotiv que une a cada uno de los autores comentados por Fernández-Cuesta.
El consuelo de la literatura. Impresiones de una lectora, de Victoria Fernández-Cuesta.