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La mano del poder

 

La ceremonia del estrechamiento de manos entre dos mandatarios siempre tiene un punto de hiperrealidad que genera el desencuentro entre dos formatos, la fotografía y el vídeo. En tanto que la primera muestra a ambos personajes sonriendo a cámara y con las manos apretadas, el vídeo deja testimonio de un vínculo anómalo en el que las dos manos entrelazadas son sacudidas sin interrupción por los brazos. En el caso de Barack Obama y Raúl Castro, el estrechamiento duró casi treinta segundos. Una eternidad. Tanto que, una vez que se soltaron, las manos de Raúl Castro atrapadas por cierto miedo escénico titubearon, buscaron sin sentido alguno el refugio de los bolsillos de la chaqueta y, finalmente, ya perdido el pavor escénico, recobraron cierta calma.

 

La imagen tiene algo de inquietante. Aunque sepamos que se trata de una simple mise en scène sin otro fin que cumplir con una rutina al servicio de los medios, la larga ceremonia enseña a dos hombres mirando al mundo mientras sus brazos y manos, autónomos, llevan a cabo una suerte de incongruencia que los rostros distendidos, sonrientes, ignoran o disimulan. Como un carterista en un autobús atestado: sus ojos se posan en un punto muerto y mientras una mano se sujeta del asa la otra se mueve de manera autónoma de su cuerpo, como si no fuese suya, lanzada hacia la cartera de un incauto.

 

Obama y Castro se encuentran en este vídeo, que se puede ver en la página de infobae.com, en uno de los salones del Palacio de la Revolución de La Habana. En clara referencia a la situación geográfica de la isla, el espacio está atestado de plantas tropicales y el exterior, más allá de los cristales, con una proliferación similar de vegetación lleva a imaginar que la sede presidencial está enclavada en plena selva. No es difícil, entonces, pensar en primates de largas extremidades que con una de sus manos se aferran a la rama de un árbol mientras penden sus cuerpos en el aire, moviéndolo y jugando, independientes de aquel brazo como si flotaran en el espacio. Una mano nos enseña un plátano y lleva a fijar nuestros ojos en ese objeto sin darnos cuenta de que, en realidad, su propiedad es el árbol del que penden.

 

Cabe preguntarse si esa estampa, la de los mandatarios y no la de los primates ni los carteristas, es la misma que observamos a diario al verles en sus apariciones públicas sin caer en la cuenta de que con las manos que no parecen ser suyas manipulan el poder. Sin dejar nunca de sonreír.

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