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La máquina maravillosa (3 de 5)

 

Menda

 

Los colaboradores de la revista La Codorniz siempre recordaron a Fernando Perdiguero Camps como una de las figuras más entrañables de aquella publicación, en la que ejerció de redactor jefe desde 1944, ya con un joven Álvaro de Laiglesia de director, hasta 1970, y en la que también llegó a trabajar su hijo Fernando con el seudónimo de Oscar Pin.

 

Perdiguero nació en 1898 en Manila, Filipinas, aquel fatídico año en que España perdió dicha colonia, y se incorporó muy joven a las revistas humorísticas madrileñas, como Muchas Gracias, abanderada de lo sicalíptico, o Buen Humor firmando como Menda.

 

En el año 1924 don Federico Bonet, dueño de los grandes laboratorios que fabricaban polvos de talco, dentífrico, sal de frutas, o maizena, por ejemplo, decidió patrocinar una revista dedicada a la infancia, que, amén de entretener y divertir a los pequeños lectores, fuera creando en ellos el hábito de consumidores de su amplio repertorio de productos.

 

Esa publicación se llamó Chiquilín, en homenaje al pequeño actor estadounidense Jackie Coogan, y estuvo bajo la batuta, según algunos estudiosos de Enrique Jardiel Poncela, aunque yo personalmente tengo mis dudas al respecto. Allí se dieron cita varios valores literarios del momento, empeñados en hacer partícipes a los muchachos de sus inquietudes vanguardistas, como Ramón Gómez de la Serna, Edgar Neville, José López Rubio, o Manuel Abril, entre otros. Y dibujantes como Barbero, Robledano, Serny, Galindo, o nuestro Menda, entre otros.

 

Dada la grandísima dificultad que existe de encontrar Chiquilín en las hemerotecas, con excepción de algún número suelto, nos hemos propuesto rescatar aquí, durante varias semanas, algunos trabajos de Perdiguero, brillantes en lo plástico y a menudo ingenuos en el contenido, que demostrarían su justa cabida en esa llamada “la otra generación del 27”, en la que la crítica sitúa a Tono o a Mihura, por ejemplo.

 

Seriamente comprometido con el devenir de la República, proclamada en 1931, el trabajo de Menda en La Calle, Heraldo de Madrid o La Libertad le colocó en el punto de mira de los sectores más reaccionarios de la sociedad española. Y, acabada la cruel contienda civil, su humor le valió una condena a muerte de los franquistas, de la que, afortunadamente, fue indultado con posterioridad.

 

Abocado a la miseria, y sin poder volver a utilizar su seudónimo, tuvo la suerte de ser acogido en La Codorniz, donde brilló como escritor y como dibujante firmando como Zero, Camps, Hache, Moon, Soon o Tiner, y, sobre todo, como dije al principio, como hombre imprescindible en su confección y en la relación con los autores.

 

Chumy Chúmez siempre le recordaba como un trabajador compulsivo y citaba, al respecto, el hecho de cuando, siendo el gran Menda, dibujó y escribió él solo todo un número de aquella mítica revista de humor que fue Gutiérrez; creada por su amigo K-Hito.

 

Felipe Hernández Cava

 


 

 

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