La entrada rebosa. Era de esperar. La primera planta, donde está la recepción, también luce espesa incluso a la hora del descanso, que coincide con el rezo. Mientras un trabajador español del centro Support to Life nos acompaña surgen pequeños grupos de niños sirios, refugiados, que lo primero que hacen cuando se enteran de nuestra procedencia es preguntar por el fútbol: “¿Real Madrid o Barcelona?”. La respuesta es diplomática: “Real Madrid, aunque el Barcelona es fantástico”. Sorprende la alegría que desprenden con lo que han vivido. Piden una foto, y otra y otra. Son capaces de mostrar una sonrisa constante. En muchos países eso acaso indicaría un pasado sin contratiempos. No es así. Son hijos de una sociedad fracturada, una generación consciente de que no volverá a ver su casa tal y como era en no se sabe cuántos años.
Esto es un destello de un niño refugiado, la mitad del 10% de Siria que ha cruzado la frontera en los más de dos años de guerra. Pero no es real al 100%. Como explica Luis Moreno, trabajador del centro comunitario Support to Life, son máscaras que usan “los hijos de la guerra”: “Con los niños se pasa fácilmente de su sufrimiento porque parecen felices y se dice, bueno, no ocurre nada. Pero hay que mirar con lupa y se da uno cuenta de que arrastran cosas muy graves. En una guerra las personas sufren, en los dos lados, y estos niños han sufrido mucho. Casi todos tienen a alguien muerto en sus familias de manera violenta. Todos están muy marcados por eso y por la idea de inseguridad”.
¿Pero se nota demasiada felicidad? “Los niños se acostumbran a vivir encima de un clavo, en la punta, tienen una capacidad de resistencia muy grande. Lo que hay que intentar en un centro como éste es que los niños puedan usar los traumas para ser personas más fuertes, que obtengan cualidades humanas que no podrían haber adquirido en otros contextos”.
En Turquía, menos de la mitad de los 600.000 refugiados están bajo las dependencias de Ankara. El resto deben buscarse una vida bajo el estatus de huésped que no permite trabajo legal. Para facilitar la integración, mostrar que hay oportunidades y ocupar el tiempo de una población tan aburrida como resignada trabaja Support to Life, una organización turca que presta, entre otros servicios, ayuda psicosocial en los desastres. Y Siria, y sus efectos, es probablemente el mayor desastre que esta joven organización ha visto.
Support to Life, en su centro de Altenozu, que funciona desde enero del año pasado, a escasos kilómetros de Siria, acoge con su programa a más de 2.000 sirios. Situado a 30 kilómetros de Antakya, presta la ayuda básica para llenar el vacío de la guerra. Las mujeres tienen en la primera planta un salón de peluquería improvisado. Cuando terminan, la sala se convierte en el aula de informática. La siguiente puerta se dedica a los idiomas: el turco, inglés y árabe literario, y la de enfrente a las terapias psicológicas. Esta humilde casa con tres plantas, centenares de refugiados sirios y un equipo de profesionales de asistencia sirve para abrir una esperanza que derribe los muros de una guerra cruel y sectaria que ha dejado más de 100.000 víctimas.
“Sobre todo nos dedicamos a los refugiados urbanos, que son los refugiados que no viven en el campo aunque los refugiados que viven en el campo están siempre invitados. Aquí lo que se hace son todo tipo de actividades psicosociales para que el día de mañana puedan afrontar los retos de la vida y puedan elegir cuál es la vida que quieren llevar”, resume Luis, un madrileño que lleva nueve años en el mundo árabe y dos en este centro.
Los casos que se pueden dar son múltiples. Desde traumas familiares a cuadros de estrés muy altos. La mayoría de los refugiados son rurales, del norte de Siria. Luis indica que “es una población con menos cultura y por eso es importante continuar con la alfabetización”. Pero advierte que el mayor problema es el aburrimiento: “Al estar asistidos no tienen ni que hacer la comida, y eso mina a una persona”. Más allá de la pobreza estructural derivada del conflicto existen barreras que no se pueden cuantificar. Las dosis de comida, ropa de invierno o utensilios que Support to Life entrega sirven para cubrir lo material, pero por dentro, sin ninguna obligación, ese cerebro debe repetir qué es ser alauí, suní, druso o kurdo. Pensamientos que rozarán en muchos casos el odio étnico, causa que aquí no se siente, ni se trata, como tampoco se aprecian unos traumas recubiertos por sonrisas.
La medicina de Luis, personal y no oficial, es la comprensión: “Incluso después del odio se pueden hacer cosas. Pero a la gente no se la debe culpabilizar por el odio que tiene”. Asegura que los niños con mayor imaginación superan los problemas derivados de la guerra con mayor facilidad. Crear un cuento, incluso una mentira, sirve para tener un lugar donde evadirse y para balancear una realidad injusta.
Una difícil la adaptación
Muchos de los sirios que se encuentran en el sur de Turquía llevan más de un año y saben que su estancia se va a alargar. Su estatus no permite un trabajo legal y la situación con los habitantes locales se está enturbiando. “En mayo no había tensión entre la población local y los refugiados. Había aún un tipo de mezcla, de ayuda, la hospitalidad turca. Sin embargo, después aumentó la tensión entre estos dos grupos (sirios y la población local) debido a que la población turca no ve un final próximo a la guerra en Siria”, explica Sevim Süleymanojlu, coordinadora de proyectos en Support to Life, organización que no trabaja en Antakya debido a los problemas étnicos.
Antakya, oficialmente llamada Hatay, es la principal ciudad de la provincia turca de Hatay. Es conocida por su mezcla étnica, como indica uno de sus monumentos: una mano abierta que sostiene los símbolos de judíos, musulmanes y cristianos. En la provincia se habla árabe, los alauíes son especialmente importantes y los refugiados numerosos. La ciudad de Samanda es gobernada por un partido aleví, una rama chií como la de Asad, y la montaña Harbiye, en la misma Antakya, luce sendas banderas del profeta Alí y símbolos pro-Asad. Esta libertad de culto que siempre caracterizó a esta provincia es defendida aún por los turcos. Hassan, un ciudadano turco de la fronteriza Reyhanli, explica que todos los sirios son bien recibidos. Afirma, y por su hospitalidad no cabe duda, que ayuda a sus vecinos sirios con lo que puede. También dice que hay algunos que son peligrosos, sobre todo por la noche, pero son una pequeña minoría.
La mayoría de los sirios que no se encuentra en los campos recibe la ayuda de los ciudadanos turcos más que la del Estado. Es común encontrar sirios que trabajan por 10 liras (poco más de 3 euros) al día en restaurantes turcos. Esto incluye comida y un lugar donde sentirse útil y gastar el tiempo. Otros han montado su propio negocio, de comida en la mayoría de los casos. Los niños, si son afortunados, trabajan de lo que sea después del colegio, si no, durante todo el día por salarios que no llegan ni a las cinco liras. El resto, ante la falta de oportunidades, se dedican al contrabando.
Gasóleo, aceite, tabaco y azúcar siempre han sido productos de contrabando desde Siria hasta Turquía. La guerra ha hecho que el flujo aumente al igual que el precio. Un paquete de tabaco ha pasado de dos a tres liras. El azúcar, que ahora el gobierno turco vende a los sirios sin tasas, es llevada de nuevo a Turquía para revenderla y hacer negocio. Las familias, principalmente mujeres y niños, cuya posición es más segura en Siria, cruzan la frontera en época de cosecha para traer unos productos que puedan vender más tarde en Anatolia. En diciembre, en un caso que se puede repetir, una niña de siete años fue abatida por el ejército turco al cruzar la frontera.
Para evitar el contrabando y posibles ataques terroristas Ankara comenzó a construir cuatro muros en una frontera de 900 kilómetros. El más famoso es el de Nusaybin, ciudad turca desde donde se ve Qamishlo, la capital de Rojava, autonomía kurda recién declarada en Siria y que ha sufrido el rechazo internacional. Pero cerca de Reyhanli, por donde los extremistas de Al Qaeda entran a Siria, según las informaciones de múltiples medios, entre la ciudad Siria de Amat, tomada recientemente por partidarios de Al Qaeda, y Kusakli, en Turquía, otro muro en construcción sirve para evitar problemas y hacer la vida un poco más compleja al sirio que vive, en muchos casos por la falta de oportunidades, de la ilegalidad.
Reyhanli es una de las ciudades que más ha sufrido el cambio demográfico, de 60.000 habitantes ha pasado a más de 90.000. Además el pasado mayo sufrió un atentado en el que murieron 52 personas. Huseyn Sanverdi, alcalde de Reyhali por el AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo, el del presidente Recep Tayyip Erdogan), explica que no hay grandes problemas con los refugiados: “Estamos tratando de vivir como una familia con ellos. Por supuesto que hay algunos pequeños problemas, pero no grandes”. Destaca que la circulación de dinero ha crecido. “El precio del alquiler de casas o locales ha subido un 300% por la demanda y la gente se ha visto afectada. Pero lo bueno es que las ventas han crecido en todas partes. Por ejemplo, los pequeños supermercados ganaban antes 500 liras en un día y ahora 1.500 liras. Hay un beneficio y por supuesto problemas, pero hay una balanza entre ambos lados”.
Aceptar el cambio demográfico no es fácil. Las instalaciones en el sur de Turquía no han crecido al mismo nivel que los refugiados. Los cambios asustan y un 33% más de habitantes extranjeros, sin educación cualificada como sucede en Reyhanli, debe alterar la vida que antes del estallido de la guerra estaba controlada. Luis, como una de las líneas para solucionar esta situación, explica que “cuando hay una población de refugiados hay que trabajar con los refugiados mismos y también con la población que acoge porque va a tener miedo”.
Estadísticas para la desesperanza
El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados afirmó recientemente que los niños en edad escolar procedentes de Siria están saliendo del sistema educativo. Desde marzo de 2011 más de dos millones de sirios han abandonado el país; la mitad son niños. El último informe presentado por UNICEF dice que 3.700 niños sirios están fuera de su país sin ambos padres. En Jordania las estadísticas son especialmente demoledoras: más de la mitad de los niños en edad escolar no están yendo a la escuela y una de cada dos familias depende de los ingresos de menores.
El conflicto afecta ya a más de nueve millones de sirios. Según el informe publicado en octubre por Centro Sirio para las Investigaciones Políticas, Siria ha perdido desde que comenzó la guerra el equivalente al 174% del Producto Interior Bruto de 2010. Más de ocho millones de personas viven en el nivel de la pobreza y cuatro en la extrema pobreza. Las medidas que cada país adopta con los refugiados son esenciales para su devenir. Un ejemplo que facilita el día a día lo tomó el presidente del Gobierno Regional del Kurdistán, Masud Barzani, que permitió a los refugiados salir del campo, buscar un trabajo y adaptarse. En Iraq ahora hay 200.000. Líbano acoge a cerca de 800.000, Jordania y Turquía cerca de 600.000. Egipto, que bastante tiene con su problemas, alberga a más 100.000. Las cifras ascenderán porque el final de la guerra parece lejano y Bachar Al Assad no parece dispuesto a ceder.
Las conversaciones de Ginebra que tendrán lugar el próximo 22 de enero, en donde ni los actores que han mediado tienen un punto de vista en común sobre el conflicto y el Consejo Nacional Sirio está ultradividido, son un éxito solo por sentar a un representante de Al Assad y a la oposición en una misma mesa. Tal y como afirman los analistas poco puede salir. Mientras, lo peor de la guerra sigue su curso: Estados Unidos y Reino Unido han suprimido la ayuda logística a la oposición siria por las acciones de Al Qaeda. Amnistía Internacional se avergüenza del papel de Europa con los refugiados por aceptar solo a 120.000. El diario The Telegraph publicó que las mafias están obteniendo beneficios por llevar a los refugiados más adinerados a países de Europa de forma ilegal. Se trafica con órganos. Facciones de la guerra buscan nuevos soldados en los campos de refugiados y los países de acogida han empezado a tomar medidas poco éticas ante la avalancha siria: Bulgaria inició la construcción de un muro en la frontera con Turquía y Grecia está forzando a los sirios a marcharse.
Vídeo grabado por Alana Mejía González.
Miguel Fernández Ibáñez es periodista y productor audiovisual independiente afincado en Turquía desde 2012. Algunos de sus artículos han aparecido en La Marea, El Mundo y Achtungmag. En Twitter: @MFIjournalist
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