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Mientras tantoLa mediación es casi una experiencia religiosa

La mediación es casi una experiencia religiosa


 

En el calendario de mi mesa aparece Lucille Ball con esos ojos tan suyos y tan abiertos, como si estuviera contemplando atónita, y digna, este octubre español. Lucille Ball abría mucho los ojos para hacer reír, pero ahora cualquiera diría que los tiene así de abiertos por el espectáculo de Cataluña, por unas cosas y por otras siempre a la vanguardia.

 

El último concepto (hablamos de arte conceptual, no de política) es la mediación. En estos días se sale a concepto y a ignominia diarios. Juntos como una cervecita y unas aceitunas, por ejemplo, en este aperitivo de la incertidumbre donde los chiflados separatistas y los populistas se atiborran antes de comer y el Gobierno ayuna incomprensiblemente, debilitándose cada minuto. Lo mejor de todo esto son los magníficos autorretratos que se están pintando.

 

La mediación yo la imagino surgida de la mente de unos y de otros, de la de los chiflados separatistas y de la de los populistas (causando la misma sensación en el Gobierno que estupor en sus votantes), como la ley de la gravedad de la mente de Newton. Es una cosa científica. Una mezcla entre la ciencia y la siesta, para ser más exactos.

 

La mediación hallada como la mosca cazada indolente y fortuitamente con la palma de la mano sobre el mantel una sobremesa de bochorno en Barcelona o en Vallecas, por decir dos lugares al azar, mientras se recalientan los restos de la comida reciente bajo la música de las cigarras (o de Lluis Llach o de La Polla Records), recordando a la ETA, al Ulster lejano y ajeno y con ello a ¡la Iglesia!

 

Es la mediación como una criatura mítica aportada con urgencia por sus visionarios como la solución fantástica o como (primera y sobrevenida, para muchos) experiencia religiosa. Es ese romanticismo donde ahora también hay sitio para los curas que, de momento y de pronto, ya no arderán como en el treinta y séis.

 

Debe de ser que cualquier excusa y hora son buenas para «echar al PP», aunque igual es que los han perdonado, a los curas, por permitir el «recuento» de votos durante la homilía. Es el romanticismo científico y explosivo de los chiflados separatistas y de los populistas que dicen, entre otras cosas extraordinarias, que es amor el odio más recalcitrante por el que a Lucille Ball, en mi calendario, se le han quedado los ojos muy abiertos, como congelados.

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