Si ya quedó consignado en entregas anteriores que el tren, el taxi, el ventilador, los prismáticos, el tabaco, el helado, la cama, la tormenta y el tiempo eran los mejores amigos del veraneante, la aliada imprescindible de todos los que pretenden resistir y sobrevivir al verano, es el agua. La madre de todas las sustancias y formas de vida sigue siéndolo para cualquier humano que pretenda sobrevivir a los rigores, secarrales e insolaciones propios de la canícula veraniega.
El verano tiene la garganta seca con polvo de vaina de almendra, materia irrespirable.
El verano tiene la piel de asfalto, recalentada a casi 40 grados de alquitrán y grava.
El verano tiene los cabellos de sudor mojados. Conductor del carro solar sin palio,
el verano suda cataratas desde la nuca a los talones, rezumando hasta los cuerpos semidesnudos de los veraneantes.
Cuando la batalla parece del todo perdida, acude a salvarnos la superheroína que regenta la vida: el agua. Madre, amada, aliada.
El agua se nos entrega en verano para que podamos disfrutarla plenamente cuerpo a cuerpo. Agua de las duchas, agua de las playas, agua de las piscinas y balsas.
El baño no sólo nos devuelve a la infancia, (más a aquellos que crecimos en el litoral,) nos conduce aún más lejos: a la vida intrauterina. Cuando flotamos dentro del agua, nos sentimos enormemente liberados del peso de nuestro cuerpo. La disminución de la gravedad es el primer regalo que del agua recibimos. Lo que nunca han llegado a ofrecernos las casetas de feria, (en todo su amplio repertorio de fantasías y portentos,) ha sido un paseo por un espacio sin gravedad, como en el que se entrenan -en tierra- los astronautas; para eso ya existía el baño.
¡Qué maravilla flotar permaneciendo vivos!; qué felicidad para el cuerpo, sentirse rodeado de nuevo completamente de agua, como cuando se era un feto dentro del líquido amniótico del mar materno.
Qué alegría de inconsciencia de vida en proceso.
Y todo este viaje por encima de la memoria y el tiempo,
sólo por arrojarse al interior de una balsa.
Atmósfera líquida que nos lame cada fragmento de nuestro cuerpo.
Agua en que nos bañamos para recordarnos cuando ni siquiera éramos.
Agua que bebemos para saciar nuestra sed e hidratar los órganos de nuestro cuerpo.
Agua con la que regamos y fregamos los suelos de nuestras casas,
para convertirnos en barcos caminando sobre sus charcos.
Agua que añadimos a nuestras comidas líquidas en verano.
Santa agua dulce de las frutas que comemos, devolviéndonos al paraíso,
con sus ríos de miel y sus manantiales de azúcar líquido.
Aguas minerales, de Sierra, de alta montaña.
Agua de azahar, de Vichy, del Carmen,
Acqua gasatta, frizzante, aguas ferruginosas.
Aguas terapéuticas, aguas misteriosas,
aguas de lluvia, aguas de tormenta.
Agua fresquita de la Fuente del Avellano,
Agua monárquica de la fuente del Berro.
Agua de la fuente de la Salud, rosario de aguas,
confederación de ríos y canales,
Agua, agua, agua potable.
El agua del mar es un agua espectáculo, un agua de teatro, un agua que genera alrededor suya toda una estética tan sensual como ordinaria.
Aguamarina que desnuda en público
los cuerpos de los bañistas.
Agua en bañador y sombrilla,
agua con panamá o pamela,
agua con pantalones cortos blancos,
agua en minifalda, bikini o tanga,
agua de bronceador, agua granizada.
Paraíso de la Antártida líquida embotellada.
Agua, oro transparente del futuro inmediato.
Quien posea el agua dominará el mundo.
Agua íntima y delicada en la que nos deshacemos en nuestros más íntimos juegos. Agua de amor, agua de sexo. Laberinto de acequias internas por donde transitan los fluidos del deseo, en el subsuelo del jardín más frondoso que imaginarse pueda, el de la oscura sombra, fresca como agua de pozo, como agua de noria, como agua que mueve molino, como agua de ida y vuelta.
Agua de los charcos y de los puertos,
Agua de dársena, agua de vómito, agua de sangre.
Agua ahogada en agua, que al fin, en verano,
nos desahoga las penas por el calor sembradas.