Su objetivo siempre ha sido ganar las elecciones generales. Entre medias, Podemos pasó de amenazar con el “tic tac” a hablar de “remontada”. Pasó de las tertulias televisivas al apagón mediático. Pasó de hablar de casta y empoderamiento a desterrar su propias palabras del vocabulario. Pasó de vivir la indignación en las calles y hablar de asaltar el cielo a pedir un recuerdo. Pasó del boom asambleario al silencio. Pablo Iglesias (Madrid, 1978) creía que el poder no se ganaba jugando al juego existente, sino cambiándolo por donde se pudiera ganar. Un año y medio después reconocía en público que en sus decisiones políticas se habían tomado con una balanza: lo que más pesaba eran las dinámicas de construcción de su fuerza política y la necesidad de elegir la opción que más votos les diera. En dos años han pasado demasiadas cosas.
De las tertulias televisivas al apagón mediático
Para la mayoría de españoles no aficionados a las tertulias televisivas la noche del 24 de mayo de 2014 fue la primera vez que escucharon hablar de Podemos y de Pablo Iglesias. Su partido irrumpió en el panorama político con cinco parlamentarios en las elecciones europeas. Durante las siguientes semanas si algo llevaba el nombre de “Podemos” o de “Pablo Iglesias” la audiencia se disparaba. Pero ya había ocurrido igual antes.
“La gente cree que se milita en los partidos o en los colectivos políticos, pero no es verdad, la gente milita en los medios de comunicación”, llegó a decir Iglesias[1]. El profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid había comprendido pronto la importancia de “militar en los medios”. Su rodaje televisivo comenzó en espacios minoritarios como La Tuerka, en Tele K, en noviembre de 2010; y le llevó a Público TV primero y al prime time de Intereconomía, Cuatro, La Sexta o Telecinco entre 2013 y 2014. Hablaba con un lenguaje nuevo. Había aprendido que “se podía y se debía intentar ser radicales sin renunciar a ser mayoritarios”[2], conectando a la vez con la masa social que en 2011 se había concentrado en la Puerta del Sol de Madrid o, por lo menos, simpatizaba con ella.
El 15-M fue la señal de que era el momento. El movimiento espontáneo de los indignados no tenía una única ideología ni una consigna de izquierdas o de derechas, sino aglutinadora: “No nos representan”, “Democracia real ya” fueron algunos de sus lemas más celebrados. El enfrentamiento era arriba-abajo. O más exactamente, abajo-arriba. El sondeo del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) elaborado los días previos a que comenzara el movimiento había registrado los máximos de la última década en preocupación tanto por el paro (con el 84,1%); como por la clase política (con un 22,1%). El primero no ha vuelto a superar esa cifra. El segundo, en cambio, ha seguido aumentando. En cuanto al futuro político… más del 52 por ciento de los encuestados creía que la situación sería peor en el siguiente año[3]. Y eso que había elecciones generales en noviembre. El sentimiento de estar votando a “lo menos malo” de entre una oferta real bastante limitada había calado hondo. Era difícil encontrar una opción con la que sentirse representado.
Para los futuros integrantes de Podemos, el 15-M fue la constatación de un hecho: el agotamiento del bipartidismo y, por tanto, la oportunidad de abrir una brecha en el tablero político[4]. Algo que ni desde Izquierda Unida (IU), ni desde UpyD (Unión Progreso y Democracia) –partido donde ya se hablaba de esos parámetros– se consiguió transformar en votos suficientes como para suponer un cambio en el sistema. “Es muy difícil que, cuando no te diferencias de la casta en lo fundamental, puedas presentarte como una alternativa de regeneración”[5], explicó Iglesias del caso de la formación magenta. Para IU aún tenía palabras más duras: “Se han convertido en régimen, gente que se conforma con la medalla de bronce (…). Como le pasaba al viejo Carrillo, los comunistas españoles se han vuelto conservadores”[6].
Tanto Iglesias como el politólogo Íñigo Errejón asesoraron a Izquierda Unida en aquellas elecciones con escasos resultados. Así que tras la experiencia de lo que consideraron como un fracaso electoral, sumado a dos años más de crisis económica en los que se mantuvo la indignación social y la construcción de Iglesias como líder mediático, se gestó el escenario para un proyecto político propio. El proceso culminaría cinco meses antes de las elecciones europeas de mayo de 2014, con la presentación de la candidatura en el Teatro del Barrio de Lavapiés, uno de los barrios más multiculturales de Madrid: “Dijeron en las plazas que sí se puede y nosotros decimos hoy que podemos»[7], dijo Iglesias. Mientras tanto, la estudiada estrategia de comunicación del partido continuaba en los principales medios televisivos con un orquestado y fuerte eco en redes sociales. El CIS, además, seguía reflejando ese mes de enero de 2014 que para el 78,5 por ciento de los españoles la principal preocupación continuaba siendo el paro (y así seguiría, alcanzando incluso el 82,3 por ciento en marzo) y la segunda era ya la corrupción, con casi un 40 por ciento.
El resultado para Podemos serían 1.246.000 de votos en las elecciones europeas. Cinco eurodiputados. De pronto el partido comenzó a recibir un centenar de peticiones diariaspara hacer declaraciones o participar en los medios; el eurodiputado Iglesias, su director de campaña Errejón o el cofundador del partido, Juan Carlos Monedero, se convierten en rostros habituales de todas las tertulias; se hacen trending topic en las redes sociales y portada de los principales periódicos. “Es la hora del interrogatorio a Podemos”, resumió Monedero[8] antes de una de sus apariciones. Pero tras la sorpresa inicial, más que la hora del interrogatorio, comenzó la hora del acoso y derribo, de las etiquetas y la deslegitimación.
A la vez que Podemos intentaba jugar en un terreno ambiguo en cuanto a etiquetas ideológicas, los medios y los partidos políticos tradicionales les fueron catalogando de extrema izquierda, de antisistema, populistas, revanchistas, bolivarianos, radicales, de recibir financiación de Irán o de plagio, entre otras cosas.
En sus primeras elecciones Podemos había conseguido un electorado transversal: entre el 30 por ciento y el 35 por ciento de sus votantes provenían de IU, entre un 30 por ciento y un 35 por ciento había salido del PSOE, entre un 10 por ciento o un 12 por ciento era del PP; y el resto de nuevos votantes o de la abstención[9]. De cara a las siguientes elecciones eso dejaba una lectura incómoda para los partidos que no habían sabido o querido leer el estado de ánimo del país hasta ese momento. El problema era que las europeas eran el preludio de un 2015 con elecciones autonómicas, municipales y generales. Demasiado en juego.
Así que tras saturar el espectro informativo, se sucedieron tres apagones comunicativos. El primero, el que vino desde los partidos políticos que pasaron de atacar con dureza a Podemos a, simplemente, ignorarlo. Pasaron de instigar el miedo en sus votantes como medio movilizador y de etiquetar al partido como extrema izquierda, a hacer como si no existiera, a no mencionarlo. Cuando no quedó más remedio tras las primeras elecciones de 2015 (las andaluzas, y seguidamente las autonómicas y municipales), ya se había articulado un discurso en bloque de los partido tradicionales en contra de la formación.
El segundo apagón vino desde la prensa. Aunque los principales medios informativos siguieron dándole algún espacio, este se redujo drásticamente. El que se le dedicaba era, en buena parte, para seguir reforzando las etiquetas creadas. A cambio, se suplió el espacio “sobrante” con un partido novedoso y, sobre todo, menos peligroso: Ciudadanos. El partido catalán, que desde octubre de 2013 había manifestado su voluntad de dar el salto a la política nacional[10] y que en las elecciones europeas había obtenido dos europarlamentarios sin despertar demasiado interés mediático, de pronto acaparaba el mismo flujo que en su momento la formación morada. El mismo flujo en volumen, pero no en el tono. Una atención que, lejos de disminuir según se acercaban las elecciones generales, ha ido creciendo.
El tercer apagón vino desde el mismo Podemos. Comenzó tras las elecciones andaluzas del 22 de marzo de 2015[11]. Pablo Iglesias desapareció de la escena pública, al igual que Monedero, ya asediado por las acusaciones de un posible fraude a Hacienda y muy crítico con la deriva del partido, que provocó entre otras cosas su dimisión a finales de abril. Tras las autonómicas y municipales de mayo, aunque con una mayor presencia de otros rostros de la formación –sin el tirón de Iglesias–, la ausencia del líder de Podemos se acentuó aún más durante todo el verano. Tampoco volvió a ser tertuliano. El tablero político se complicaba: los resultados en Andalucía no habían sido los esperados, caían en las encuesta y en las elecciones del día 24 los mejores resultados los habían obtenido candidaturas de unidad popular, en las que la marca y los militantes de Podemos quedaban diluidos. Tampoco les favoreció la aritmética autonómica: no lograron quedar ni siquiera segundos en ninguna Comunidad Autónoma, lo que les obligó a apoyar a partidos que habían criticado. Empezaron a dejar de ser un partido anti-establishment. Para cuando llegaron a las elecciones catalanas, en un terreno muy específico y polarizado, pero también el último asalto antes de las elecciones generales, los resultados obtenidos fueron “decepcionantes”,reconoció el propio Iglesias.
Del boom asambleario al silencio
Faltaban cinco meses para las elecciones municipales. El 18 de diciembre de 2014 la gente se agolpaba frente al local de la calle Abegondo, al final de una hilera de casas prefabricadas de la UVA de Hortaleza. Allí ya era Navidad: las luces titilantes formaban el techo de un pasillo con forma de caramelos y regalos. Desembocaban en la puerta del local donde se reunía el círculo de Podemos Hortaleza. Ese día estaba lleno, con una sorprendente afluencia de jubilados con bastón, boina y prisa por sentarse, mientras un grupo de mediana edad se entretenía saludándose, abrazándose y poniéndose al día. Uno susurraba, en tono confidencial, que había hablado con Juan Carlos Monedero.
Dentro de la sala rectangular, fría y con las paredes blancas a medio pintar en las que aún se entrevén antiguos grafitis, se presentan al círculo varias candidaturas que optan al consejo ciudadano municipal. Varios asistentes intentan dilucidar por lo bajo si los que hablan son de Sí Se Puede, de Ganemos o de Claro que Podemos. Al terminar, alguien levanta la mano y pregunta cuál es la diferencia entre ellas y, también, cuál es la diferencia respecto a las otras tres que se han presentado al proceso, aunque no hayan acudido a la asamblea. Algunos presentes asienten con las explicaciones de los candidatos, pero para la mujer que pregunta las respuestas son demasiado vagas, demasiado vacías.
Al final, Anacleto, uno de los jubilados, pide la palabra: “Hoy un hombre que me ha visto de Podemos me ha preguntado que quiénes somos y que si recibimos dinero de Venezuela, ¡y yo no he visto un duro! Si yo doy unos eurillos en la asamblea y ya… Vamos por ahí sin saber quiénes somos. Que sepan quiénes somos. Que no somos ladrones”. La gente rompe a aplaudir. Poco después, como si del cepillo de la iglesia se tratara, se pasa un monedero de piel grande y rojo.
A la asamblea del 26 de febrero de 2015 ya fue menos gente y casi no quedaban jubilados. La mitad de la sala eran organizadores, la otra mitad asistentes de mediana edad. “¿Hay alguien nuevo?”, preguntan. Ese día parecía que no. A continuación se habla el tema de las finanzas del círculo (“a día de hoy, el saldo está a 749,10 euros”), del estado de la página web, de la extensión de las reuniones, de la planificación, de un posible estudio sobre la presencia de la mujer en los círculos y, sobre todo, de la coordinación con otras candidaturas. “Estamos condenados a entendernos, pero hemos empezado con mal pie”. Nadie acaba de entender demasiado bien por qué es necesaria esa confluencia. Pero no hay un debate de ideas. No hay espontaneidad. Al final de la asamblea dicen que responderán a las preguntas de esta reportera. Pero pese a múltiples intentos, la respuesta obtenida hasta ahora ha sido el silencio.
Las preguntas fueron, finalmente, enviadas a otros círculos y militantes. Hubo tres tipos de respuestas. La de la gente que pensaba que no tenía nada que contar: “No”. La de la gente que tenía demasiado que contar: “Sí, pero hasta después de las elecciones nada”. Y la de la gente que prefería el silencio: silencio.
La iniciativa política que fuera presentada como “un método participativo abierto a toda la ciudadanía” y nacida del 15-M ha acabado generando cierta desilusión. “Pensamos que participaríamos en las decisiones políticas, pero al final solo participamos para pegar carteles”, dice un antiguo integrante de un círculo. Según el partido fue fortaleciendo su estructur, las asambleas de los círculos sectoriales y territoriales se fueron convirtiendo en meras reuniones informativas y, de vez en cuando, en una votación. Aquel método tan antiguo como revolucionario, aquel “tenemos un método: que elija la gente”, como había proclamado Pablo Iglesias, fue engullido por la dinámica del partido. Los círculos se fueron vaciando. Y también contribuyó la moderación del discurso de las cabezas visibles del partido, que generó “discusiones intensas” en las bases. “Queremos pensar que es una estrategia para llegar a todo el mundo, para ser comprensibles”, dice María, del círculo de Leganés y la excepción a la regla del silencio. En verano, y tras un fuerte desgaste por las elecciones municipales, ellos llegaron a creer que su círculo desaparecería de tan escasa afluencia que había. Lo resolvieron mezclándose con varias de las agrupaciones del partido en otros barrios. Ahora, el empujón de la campaña electoral ha traído otra vez a gente nueva. “Soy optimista, empezamos muy abajo la campaña, pero ahora la gente vuelve a acercarse”. Pero para recuperar la ilusión perdida es necesario algo más que pegar carteles.
De la casta al vocabulario preexistente
Un ingrediente importante que propició la irrupción de Podemos fue su vocabulario, con el que llegaron a dominar el debate en la opinión pública. No por nada “casta” fue una de las palabras del 2014. El discurso de los integrantes de la formación se completaba con otras como “empoderamiento”, “ciudadanía” o “sentido común”. Conceptos más aglutinadores que definitorios de su pensamiento político: eran “significantes vacíos”, pero muy efectivos electoralmente. Sin embargo, este hecho, sumado a sus intentos de mantenerse como un partido ideológicamente “transversal”, no le ayudó a hacer frente a las acusaciones de populismo con las que era atacado. Aunque hoy no queden dudas de que ocupa un espacio a la izquierda el partido ha intentado seguir moviéndose dentro de la ambigüedad, de la indefinición política.
La casta eran “los de arriba”: los corruptos, los banqueros, los políticos, los privilegiados. Había cierto placer en el uso de esa palabra: conseguía hacer despreciable algo a lo que cualquier español medio alguna vez había aspirado… tener dinero o conseguir privilegios. La palabra desapareció del discurso del partido tras las elecciones autonómicas, al tener que dar su apoyo a otras formaciones políticas. Algo similar ocurrió con el empoderamiento, definido en la RAE como el hecho de conceder poder [a un colectivo desfavorecido] para que, mediante su autogestión, mejore sus condiciones de vida. El empoderamiento de Podemos se articularía gracias a los círculos, por lo que la palabra desaparecía con su pérdida de poder tras el congreso de Vistalegre.
El ejemplo paradigmático es el que rodea a la palabra “sentido común”, utilizada en diversas ocasiones como sustituta de “programa”. Una tendencia que a medida que se ha ido construyendo el partido ha sido revertida. Podemos ha pasado a hablar de empleo, de pensiones, de autónomos. De “medidas”, de “nosotros proponemos”. Sigue presente la alusión al cambio, a la esperanza, pero el lenguaje ha perdido efectividad: se parece demasiado al utilizado por el resto de partidos. Hoy solo quedan algunas batallas ganadas como la de las “puertas giratorias”, que ha calado para definir el paso de los políticos a los consejos de administración de las empresas privadas.
De la indignación a pedir un recuerdo
“Vamos a mandarle un mensaje a Rajoy: tic-tac; tic-tac, tic-tac. El 31 de enero empieza la cuenta atrás para Rajoy”. Cuando Pablo Iglesias emitió la recordada frase dirigida al presidente del Gobierno, al líder del Partido Popular, su partido cumplía el año de vida con algunas encuestas situándole como primera fuerza política. Así lo hacía Metroscopia desde noviembre[12] (y así siguió hasta junio[13]). A principios de febrero incluso el CIS lo situaba como segunda fuerza política, por delante del PSOE por primera vez, mientras en las redacciones se rumoreaba que desde el Gobierno comenzaban a temer que Podemos llegara a primera fuerza. Ese mes de enero también saltaba a la luz el “escándalo Monedero”. Ciudadanos ganaba cada vez mayor presencia mediática. En Podemos se habían alzado las primeras voces internas contra los fundadores del partido tras el Congreso de Vistalegre. Unas voces que se multiplicarían de cara a las elecciones municipales y autonómicas, hasta que comprendieron que las críticas era mejor mantenerlas de puertas para adentro. Echar más leña a la hoguera mediática no era buena idea si querían ganar las generales.
Pero ese 31 de enero se celebraba la marcha del cambio, esa con la que el partido quería dar la bienvenida al año en el que se crearía un nuevo Gobierno. Era el momento de hacer una demostración de fuerza. Lo lograron. La Puerta del Sol y todas las calles aledañas se llenaron de personas ilusionadas, pero también indignadas, pidiendo un cambio, contando el tiempo. Tic-tac. Personas de todas la edades y tendencias ideológicas que hablaban de la necesidad de un cambio, de la esperanza recuperada en la política y de la certeza de que era el momento. Tic-tac. A los gritos de “Sí se puede” se sumaban los de “Syriza, Podemos, Europa cambiaremos”, “Rajoy, Cospedal, a Soto del Real”, o el clásico “el pueblo unido jamás será vencido”. Incluso “Juan Carlos, aguanta” [por Monedero]. La Policía dijo que habían asistido 100.000 personas, los organizadores 300.000, pero fueran las que fueran, colapsaron el centro de la capital con gente llegada de todos los rincones de España. Tic-tac.
Casi un año después y pocos días antes de las elecciones generales del 20 de diciembre, Iglesias llamaba a salir a las plazas el 6 de diciembre y pedía a sus bases convertir en un día “histórico e irrepetible” la manifestación por una reforma constitucional. “El día 31 de enero dijimos en las calles que el 2015 iba a ser el año del cambio. El día 6 de diciembre, prácticamente un año después, queremos decir que ha llegado el momento de traducir la ilusión por el cambio en cambios concretos y efectivos en las instituciones”[14], añadía la carta. Era puente, pero aun así el resultado no fue el esperado. Los asistentes vieron las plazas mucho más vacías que en convocatorias anteriores y la repercusión mediática recayó sobre una frase anecdótica del mitin de Iglesias en el Círculo de Bellas Artes: “Vamos al homenaje a la Constitución y allí sin corbata. Pero con vosotros sí, todo el respeto de la corbata, compañeros”[15].
¿Dónde estaban las personas que habían salido ilusionadas el 31 de enero? Desde abril las encuestas coincidían en mostrar la caída de Podemos. “La construcción de un partido, por las propias miserias de la representación, ha generado muchas heridas y ha hecho que gente muy válida se haya ido de los círculos. Hay otro problema: nuestra moderación. La moderación desarmaría a Podemos. Lo peor que le puede pasar es que cuando hable algún líder se sepa de antemano lo que va a decir”, opinaba al respecto Monedero en mayo[16]. El político Víctor Alonso Rocafort lo llamó “el error Vistalegre”[17]. Allí fue donde se impuso la estrategia de la centralidad y el control del partido de arriba a abajo, desempoderando los círculos. Para José Ignacio Torreblanca, el motivo fue un fallo en la estrategia: “Construir esta propuesta, muy emocional y patriótica, ha generado mucho ruido pero aguanta solo un tiempo en estas condiciones. La gente no puede estar indignada dos años”[18].
Los fundadores de Podemos decidieron entrar en el juego existente, en vez de cambiarlo por donde podían ganar. Tras convencer a los españoles de que “sí se podía”, de que un nuevo tablero político estaba al alcance del voto, se alejaron de la ciudadanía. Dominaron la comunicación de las emociones. Pero con un público menos indignado y más ávido de propuestas electorale, les ha fallado la comunicación de sus medidas. Por eso, en su “minuto de oro” del debate a cuatro celebrado durante la campaña electoral para las elecciones generales que se celebran el próximo 20 de diciembre Iglesias volvió a jugar la baza de las emociones y del primer Podemos. Apelaba a los sentimientos, pero ahora son solo recuerdos.
“Solo quiero pedirles dos cosas: la primera que no olviden, no olviden ‘tarjetas black’, no olviden los desahucios, no olviden ‘Púnica’, no olviden ‘Luis sé fuerte’, no olviden los EREs de Andalucía, no olviden la estafa de las preferentes, no olviden las colas en la Sanidad, no olviden los recortes en educación, no olviden el 135, no olviden la reforma laboral. La segunda cosa que les voy a pedir es que sonrían, que sonrían al 15-M, que sonrían a las plazas, que sonrían a los vecinos que paraban desahucios (…). Sonrían, sonrían que sí se puede”.
Tras todo lo conseguido y después sacrificado a lo largo de estos dos años, en la recta final han articulado su mensaje electoral en torno a la “remontada”. Pero solo han tenido dos semanas, mucho en contra y un objetivo que siempre ha sido el mismo: ganar las generales. Todo lo que no llegue a eso, será un fracaso. “Ganar o morir”, que pensó Iglesias.
Isabel Miranda (Madrid, 1989) es periodista. Ha trabajado en prensa y medios digitales. En FronteraD ha publicado El cuaderno gris y la blogosfera. En Twitter: @IsabelMiranda
Notas
[1] “Militar en los medios de comunicación, por Pablo Iglesias”.
[2] Claro que podemos. La experiencia Tuerka. Giménez, Luis. Pág. 30.
[3] La preocupación por el paro y la clase política alcanza cifras de récord, según el CIS. ABC. 10/06/2011.
[4] La grieta se abrió el 15-M. El País. 05/04/2015. José Ignacio Torreblanca.
[5] Conversación con Pablo Iglesias. Jacobo Rivero. Pág 84.
[6] Asaltar los cielos: Podemos o la política después de la crisis. José Ignacio Torreblanca.
[7] Pablo Iglesias lanza la candidatura ‘Podemos’ y apela a que Izquierda Unida reaccione. 17/01/2014 eldiario.es.
[8] La escaleta de Podemos. 20/11/2014. El País.
[9] Claro que Podemos. El éxito social de Podemos, entrevista a Carolina Bescansa. Ana Domçinguez y Luis Giménez. Pag 131.
[10] Albert Rivera abre Ciutadans a la política nacional a través de una nueva plataforma. 17/03/2013. El Mundo.
[11] Pablo Iglesias desaparece de la primera línea desde las elecciones andaluzas. 03/04/2014 Servimedia.
[12] Podemos supera a PSOE y PP y rompe el tablero electoral. 02/11/2014. El País.
[13] El PP recupera el primer puesto a costa del descenso de Ciudadanos. 07/06/2015. El País.
[14] Hagamos historia de nuevo. Podemos. http://podemos.info/6-de-diciembre-hagamos-historia-de-nuevo/.
[15] Iglesias, con corbata (fuera del Congreso) para reivindicar su reforma constitucional. 06/12/2015. El Mundo.
[16] Monedero: “La moderación puede desarmar a Podemos”. 14/05/2015. El País.
[17] Centralidad, desmesura y esperanza. Eldiario.es. 17/04/2015.
[18] Uno de los problemas de Podemos es que la gente no puede estar indignada dos años. Valencia Plaza. 24/11/2015.